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69 Festival de Cannes
La lucha de clases según Dumont y Loach

Cannes.

E

l cabalístico viernes 13 no ha aportado mal cine en esta ocasión, sino dos visiones muy opuestas de la lucha de clases. La primera fue aportación del francés Bruno Dumont quien, a partir de P’tit Quinquin (2014), ha hecho un cambio genérico al apostar por la comedia. En el caso de Ma Loute el humor adopta tonalidades oscuras y excéntricas, pues se trata de enfrentar a una familia burguesa con una comunidad de pescadores.

La acción se sitúa en la costa norte de Francia, en 1910. La familia Van Peteghem llega a su mansión de diseño seudoegipcio a pasar unas vacaciones, en medio de una investigación policiaca, pues varios turistas han desaparecido en la zona. Ésta corre a cargo de dos ineptos detectives, el inmensamente gordo inspector Machin y su torpe asistente.

La visión de los burgueses es caricaturesca. Los hombres son tontos que se mueven de manera espástica, mientras las mujeres alternan entre la cursilería y la histeria. La sobrina de los Van Peteghem, la andrógina Billie (Raph), se enamora del personaje titular (Brandon Lavieville), hijo mayor de los Brufort, una familia pescadora que, según revela Dumont de forma casual, es la causa de la misteriosa desaparición: son ellos quienes se han comido crudos a los turistas.

Las bellas imágenes conseguidas por el fotógrafo Guillaume Deffontaines desmienten lo grotescas que son la mayoría de las acciones. Sólo el estupendo actor Fabrice Luchini consigue una creación memorable al interpretar al patriarca de los Peteghem, como un imbécil que parece egresado del ministerio Monty Python de los Silly Walks. Todas las actuaciones de los personajes burgueses son exageradas, pero Juliette Binoche no encuentra el tono y se extralimita como la tía Aude, consiguiendo una interpretación digna de La Familia Peluche.

Con dos horas de duración, el muy tenue chiste se desgasta con rapidez. ¿Cuántas veces tenemos que ver al inspector Machin rodar por el suelo, para entender que la ley es ineficaz? Bruno Dumont parecía un realizador más interesante cuando hacía dramas parcos, despojados de toda emoción.

Por su lado, el británico Ken Loach se va al otro extremo. En I, Daniel Blake, su decimotercera participación en la competencia de Cannes, el cineasta no ofrece sorpresa alguna. Es su tradicional y muy solemne visión comprometida con las causas de la clase obrera, a la que el sistema oprime y despoja de sus derechos. Ahora la causa de su diatriba es el sistema británico de salud, que le niega una compensación económica a un viejo obrero, el personaje epónimo (Dave Johns), que ha sufrido un infarto. El hombre ha sido entrevistado por una trabajadora social, quien ha decidido que no reúne las condiciones para ser beneficiado.

Para mayor complicación, Blake se enfrenta al infierno burocrático de las llamadas atendidas por anónimas contestadoras y de requisitos a ser llenados online, con la desventaja de no poseer computadora, ni el conocimiento para manejarla. Otra causa noble se añade en la figura patética de Katie (Hayley Squires), madre soltera que también sufre de impedimentos similares.

Todo es muy noble y a la corrección política se añade la sobria corrección cinematográfica. Sin embargo, el ya imprescindible guionista Paul Laverty recurre con frecuencia al sentimentalismo para hacer más patente el drama de Daniel Blake. Por ejemplo, en un momento de urgencia, Katie acepta prostituirse para poder mantener a sus dos hijos. Y ya puestos en ese plan, un desenlace trágico se ve venir a leguas.

Contra la tradición, hoy se exhibe en la noche Tiempo de morir, debut de Arturo Ripstein como realizador, en la sección Cannes Classics. Y no parece que vaya a llover.

Twitter: @walyder