Crianza y feminicidio
l hombre que viola y mata a una mujer no es un hombre común; seguramente es un asesino en serie, con perfil sicológico específico y neurosis compulsiva que lo obligan
a cometer su crimen una y otra vez. Por ello conviene que al hablar de violencia de género no se pongan en un mismo saco desde el hombre que lanza piropos subidos de tono hasta el violador y el asesino.
Hay tres cuestiones importantes que deben destacarse sobre los feminicidios: la urgencia de centrar las acciones contra la impunidad de los violadores-asesinos, la necesidad de diseñar y difundir un decálogo o manual breve de autoprotección para las mujeres y hacer una revisión de los patrones de crianza que pudieran incubar una sicología masculina feminicida.
Hace más de medio siglo que la antropóloga estadunidense Margaret Mead encontró una relación directa entre el amor a la vida y las primeras experiencias orales, entre un amamantamiento frío y hostil y la tendencia al suicidio. Las primeras experiencias con la madre son definitorias en el destino de los niños y en su capacidad de amar u odiar. Un feminicida odia a las mujeres y quizás, a través de ellas, a su propia madre. La sicoanalista argentina Marie Langer pensaba que la dependencia y la imposibilidad de revelarse ante una madre dura
generan una fantasía que podría expresarse: Ya verás cuando yo sea grande y tú chiquita
... Puede ser que el feminicida descargue en sus crímenes el odio y el rencor que acumuló desde su crianza.
Como quiera que sea, los agravios a las mujeres, los niños, los indígenas, los maestros, los ancianos y los trabajadores, deben constituir una misma zona de indignación y repudio en la lucha contra el capitalismo y sus perversiones. Por eso es preocupante que las organizaciones feministas piensen por separado en sus tragedias y vean a los hombres en general como los principales enemigos, sin considerar que también ellos son objeto de humillación: abusados, explotados, tratados y maltratados como mercancías.
Tal vez por eso la pensadora estadunidense Camille Plaglia –a quien se define como la feminista a la que otras odian o como post-feminista– acusa a ese movimiento actual de ser una ingenuidad total
y propone “defender al feminismo de las feministas. No hay humor –dice–, todo son sermones, y en el feminismo académico se ve una actitud absolutamente dictatorial”. Esa lucha ha de encontrar entre los hombres a sus aliados y no a endemoniados enemigos, me parece.