a sido una veta muy fructífera para la investigación. Aunque para obtener sus tesoros debieron conjuntarse la paciencia y el trabajo continuado, y volver a hurgar una y otra vez donde parecía haberse agotado la sustracción de datos y nuevas pistas a seguir. He dedicado varios años a investigar y escribir sobre la gestación del protestantismo mexicano en el siglo XIX, el cual tiene orígenes anchos y diversos, y no angostos y únicos (la vertiente misionera extranjera), como se afirma desde distintas trincheras.
Hasta hoy lo escrito sobre la temática mencionada está contenido en varias ponencias y artículos, y también en cuatro libros, dos de ellos ya publicados y dos que están en proceso editorial. En el volumen James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830 (Maná Museo de la Biblia, 2013), refiero los esfuerzos del personaje enviado a México por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera (SBBE) para que promoviera la difusión de la Biblia y su lectura en un país que tenía pocos años de haberse independizado. En el arribo de Thomson al país tuvo su parte el interés de liberales mexicanos, quienes buscaban influir para que la nueva nación dejara atrás lastres del pasado colonial, para lo cual sería necesario renovar el sistema educativo. James Thomson (pastor bautista) era, además de promotor de la SBBE, impulsor del sistema de escuelas lancasterianas. Debió salir del país por el acoso de las autoridades eclesiásticas católicas, que promulgaron un edicto contra él y los materiales que promovía, y también presionaron a las autoridades civiles para que la aduana retuviera los envíos de la SBBE.
En Albores del protestantismo mexicano en el siglo XIX (CUPSA, 2015) conjunto una serie de ensayos, como el de la segunda estancia de James Thomson en México de 1842 a 1844, y principalmente en Yucatán, hasta la articulación de núcleos protestantes liderados por nacionales con los trabajos de los misioneros extranjeros denominacionales (particularmente bautistas, metodistas y presbiterianos) a partir de 1873. En el libro se aportan detalles sobre los orígenes múltiples de células protestantes en Monterrey, Nuevo León; Villa de Cos, Zacatecas, y, sobre todo, la Ciudad de México. Una de las vertientes menos conocida del protestantismo mexicano es la de su raíz endógena, en la que se conjuntaron factores y personas que desde dentro del país hicieron posible la construcción de una opción religiosa distinta a la tradicional y hegemónica. Es a tal raíz a la cual enfoca particular atención Albores del protestantismo mexicano en el siglo XIX.
En un libro que está en proceso editorial, Persecuciones contra los protestantes en México en el siglo XIX (a publicarse en coedición con Maná Museo de la Biblia, CUPSA y el Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano), me ocupo de varios casos en los que resultaron heridos o muertos en distintas partes del país integrantes de iglesias evangélicas. Estos trágicos hostigamientos tuvieron mecanismos persecutorios, entre ellos la vejación conceptual. El punto de partida ha sido la estigmatización de los diferentes, al endilgarles peyorativamente un término que pretende explicar su anormalidad, como bien explicó Carlos Monsiváis: “La maniobra de aniquilamiento se resume en un término: sectas. Éstas –de acuerdo con el Episcopado y sus numerosos aliados– son la oscuridad en las tinieblas (así de reiterativo), de ritos casi demoniacos que apenas disfrazan la puerilidad de los servicios religiosos que a los Verdaderos Creyentes les resultan indignantes y risibles, de la compra de la fe de los indecisos y los ignorantes. La noción de las sectas autoriza a los Creyentes Auténticos a hacer con los sectarios lo que su fe autoriza. Y el disgusto ante lo distinto legitima los ejercicios del odio”. (De las variedades de la experiencia protestante
, en Roberto Blancarte (coordinador), Culturas e identidades: los grandes problemas de México, vol. XVI, El Colegio de México, 2010, p. 77).
Finalmente, el libro que más tiempo me llevó de investigación y redacción es Manuel Aguas: de sacerdote católico romano a precursor del protestantismo en México (1868-1872), volumen de 520 páginas que se encuentra en prensa y saldrá bajo el sello de la Casa Unida de Publicaciones. Tras un proceso de estudio de materiales protestantes y lectura de la Biblia, que se inició en 1868, el sacerdote dominico Manuel Aguas escribió en abril de 1871 una carta al superior de la orden religiosa. La misiva alcanzó notoriedad pública porque fue dada a conocer en las páginas de El Monitor Republicano. Aguas manifestó su ruptura con el catolicismo romano y su ingreso a las filas del protestantismo. Casi de inmediato llegó al liderazgo de la Iglesia de Jesús y en torno a ella se aglutinaron diversos grupos esparcidos por el país, principalmente del centro, pero también del sureste, como fue el caso de Chiapas.
Manuel Aguas es un vértice en la vida del protestantismo mexicano. Es un punto de llegada y, al mismo tiempo, de partida. De llegada porque antes de él se desarrolló un proceso de cinco décadas por tratar de situar en el país, tanto ideológica como físicamente, una creencia religiosa distinta del catolicismo romano: el protestantismo. Y es un punto de partida, ya que su corto pero muy fructífero ministerio como predicador y pastor evangélico marcó un importante impulso para el conjunto de la nueva fe en México. Casi a la par de la muerte de Aguas, en octubre de 1872, comienza la llegada de los misioneros extranjeros denominacionales, quienes aprovecharon el terreno fertilizado por protestantes nacionales.
Por ahora me parece que con la obra sobre Aguas cierro un ciclo de investigación. Aunque hay mucho por realizar, sobre todo en historias regionales y/o locales en torno a cómo echó raíces el protestantismo, existen otros temas sobre las minorías que deseo documentar.