llí va Fernando del Paso todo envuelto en una suntuosa cauda de palabras. Allí va cargado en una cultura enciclopédica que lo hace hablarnos de Bouvard y Pécuchet, Gargantúa y Pantagruel, El lazarillo de Tormes y Jonathan Swift, el barón de Charlus y Marcel Proust, Jean Genet y Gertrude Stein, Mallarmé y William Blake.
Allí va sobre los durmientes de los rieles que cubren el mundo entero enseñándonos a jugar al “¿Ahí va un tren cargado, cargado de…?” que él empaca con todos los diccionarios leídos, todos los sinónimos acumulados a lo largo del tiempo.
Allí va el sobrino nieto de Francisco del Paso y Troncoso ahora convertido en eje vial. Allí va el locutor y traductor de la BBC de Londres. Allí va el Premio Rómulo Gallegos 1982, allí va el ganador del Premio al Mejor Libro Extranjero en Francia en 1985; allí va el Premio Radio Nacional de España por el mejor programa cultural, por su Carta a Juan Rulfo, allí va el cónsul general de México en París, allí va el Premio Villaurrutia 1966, allí va el Premio Nacional de las Artes 1991, allí va el Premio Juan Rulfo 2007.
Allí va el piloto Palinuro, personaje de la Eneida, que en Virgilio cae al mar durante la tormenta; allí va el que sueña con los ojos abiertos, allí va el que se pone al servicio de sus personajes. Allí va el artesano que engarza las palabras como diamantes, allí va el escritor que ha contribuido a escribir la historia de nuestro país, allí va enfundado en sus trajes color pastel y en sus camisas de libertad, allí va libre y desenfadado, a muy buen paso, sus mejillas enrojecidas por el esfuerzo mantenido por su inexorable fidelidad a sí mismo, a su lenguaje barroco, auténtico, abigarrado, trabajoso, irritante, mágico y deslumbrador.
Lo conocí cuando Arnaldo Orfila Reynal decidió que su novela José Trigo iniciara la colección literaria de Siglo XXI Editores. Del Paso, quien comparte su segundo apellido, Morante, con Elsa Morante (la gran novelista italiana), nacido en 1935 en la Ciudad de México, artesano de sí mismo, ha producido una obra maestra que cambiaría la literatura, así como James Joyce la transformó con su Ulises.
“José Trigo se comenzó a imprimir antes de que yo lo terminara de escribir, me faltaba un capítulo: el del Puente de Nonoalco-Tlatelolco, el de en medio, y ya estábamos corrigiendo galeras…” –nos cuenta Del Paso.
“Fue algo fantástico, prácticamente me lo arrebató Orfila pero qué bueno, si no me quedo diez años más escribiéndolo (…) Me angustia muchísimo escribir pero, al mismo tiempo, lo disfruto y para mí lo importante no es tanto haber escrito sino escribir. Lo que me da sentido a mí como escritor es el momento en que estoy escribiendo.”
Fernando del Paso quiso ser médico, pero al igual que Palinuro, resultó incapaz de ver sangre y eligió la poesía, la publicidad, el dibujo, la pintura, la gastronomía. Volverse escritor, diplomático, poeta, dibujante, repartidor de palabras, publicista, esposo de Socorro, padre de cuatro hijos, gourmet y maniquí lo convirtió en un personaje singular y todas estas profesiones le confieren a la envoltura humana de Del Paso un color sonrosado que le da aspecto de manzana.
El escritor desparrama palabras. Las palabras lo tejen, lo amasan, lo hacen vivir y logran que su corazón de manzana enrojezca, madure y tome la pluma; las palabras lo obligan. Fernando es su súbdito y su amo a la vez, su verdugo y su víctima, su patria grande y su patria chica, su presa y su vertedero de demasías.
“Un día pasé por Nonoalco en camión, quise hacer un cuento porque vi a un hombre cargando sobre el hombro un pequeño ataúd y lo seguí. Escribo según la inspiración. Fíjate que el tercer capítulo de José Trigo nació prácticamente de esa visión, meramente plástica; pasé un día por Nonoalco-Tlatelolco en un camión y vi esos campamentos a lo lejos y me gustaron muchísimo y un día fui especialmente a caminar por allí; observé los vagones transformados en casas con las macetas de geranios colgando, las cortinitas que les ponen, los tendederos de ropa de uno a otro vagón y me gustó muchísimo ¡es tan plástico todo eso! y eché a andar a un ferrocarrilero con una cajita blanca en el hombro y atrás una mujer que cortaba esos enormes girasoles que crecen en los baldíos y de esta imagen nació José Trigo, mi primera novela. Después iba los sábados a tomar notas y apuntes y escribí un texto que se fue haciendo inmenso y abarcó 536 páginas escritas a lo largo de siete años.”
Así de sencillo es el arranque de una novela formidable: José Trigo, que asombró e irritó a la vez. Edmundo Valadés, autor de La muerte tiene permiso, lo saludó como el mayor acontecimiento literario de México y sostuvo siempre que si algún novelista merecía el Nobel en nuestro país, ése era Del Paso.
Juan Rulfo declaró: “José Trigo es la más formidable empresa que en el territorio idiomático se haya intentado en Hispanoamérica. Es una novela barroca, sí, pero como dice Carpentier: en América Latina si no somos barrocos no somos novelistas”.
Soberbio, Fernando pasó por encima de las críticas buenas y malas con la suprema fortaleza que lo caracteriza. Para él, en México la gente se junta en gremios: zapateros, plateros, barrenderos. Y los escritores se reúnen para no sentirse tan solos. “A las personas a quienes quería que les gustara José Trigo, les gustó. Y eso me basta” –me dijo en aquella ocasión–. “Sé que el libro es muy difícil y necesita la colaboración del lector, pero así me salió. No hice otro libro. Hice José Trigo”.
Cuando pienso en Fernando del Paso me invade un sentimiento de asombro; sus novelas están infinitamente documentadas, pulidas, trabajadas, cinceladas, re-escritas, intencionadas y a la vez libres, porque él no le hace una sola concesión al lector.
Aunque en Palinuro de México no buscó el juego lingüístico, resultó otra obra monumental a la manera de Joyce.
En Palinuro de México se sumerge en la medicina, pero su Palinuro no es sólo un estudiante de medicina que acaba muriéndose en 1968, sino un hombre fascinante que abarca todos los temas de la ciencia, el amor y la cultura. Cualquiera puede escribir una novela sobre un estudiante muerto en 1968, cualquiera también puede documentar la vida de un ferrocarrilero y hacer una historia de los ferrocarriles, consultar libros técnicos sobre cómo se instalan los durmientes y los rieles, cómo se alinean las vías, cualquiera puede investigar y leer obsesivamente acerca de una huelga, pero nadie puede –como Del Paso– escribir una obra maestra en la que el tracatraca del ferrocarril punteé la tragedia ferrocarrilera, la tragedia de los sindicatos blancos, la tragedia de nuestra corrupción y la tragedia individual de un líder.
Noticias del Imperio fue una fiesta no sólo para Fernando, sino para sus múltiples lectores. Maximiliano y Carlota me llevaron de la mano del castillo de Miramar en Trieste al de Chapultepec, pasando por todos los castillos que Fernando dibuja con esmerada obsesión.
Probablemente seas una de las pocas personas que conozca el Castillo de Miramar en Trieste
–me dijo Fernando–. Junto con otros visitantes pasé de la recámara nupcial de baldaquino de terciopelo rojo al pequeño salón fumador decorado a la oriental siguiendo la moda de la época: bambús, porcelanas, sedas bordadas a mano y biombos convertidos en encaje.
Durante el recorrido me acompañó Fernando del Paso en el pensamiento y descubrí que la biblioteca le rinde homenaje al liberalismo de Maximiliano, ya que los cuatro bustos de mármol que la presiden son de Dante, Shakespeare, Homero y Goethe. Pude comprobar que los libreros contienen obras de otros pensadores igualmente liberales.
Por eso, el enorme éxito en librería de Noticias del Imperio. Convertirse de la noche a la mañana en bestseller fue para él una sorpresa, como para quienes lo seguimos de cerca.
Fernando del Paso sabe de lo que habla al considerar que Maximiliano era un poco despreciable, un déspota ilustrado en el sentido de su liberalismo pero naif porque creía que Dios le había conferido el derecho divino a gobernar. Más que condenar su despiste, me conmueve la ingenua fragilidad de Miramar y sus ilusos habitantes.
La salita Novara, réplica de la popa de la fragata Novara en la que los futuros emperadores habrían de llegar a México, condensa sus ilusiones. Todas las ventanas de Miramar, absolutamente todas, tienen vista al mar, por eso, al llegar a México, las ventanas, las terrazas, los balcones de Chapultepec dan al oleaje verde del bosque, al valle de México, al mar de ahuehuetes, una infinita playa de verdor arbolado.
Con mucha razón Maximiliano quiso llamarlo Miravalle
, según lo explica Del Paso. Vestido de charro el emperador bajaba frívolo y confiado hacia su valle y gustaba de estar entre la gente. Participó en muchos encuentros con el pueblo
. Carlota, más realista, intuyó que por más que les sonrieran, no los amaban y sintió miedo.
“Mira, Elena –me dijo Del Paso– sobre Maximiliano y Carlota y la intervención francesa hay la más extensa bibliografía que pueda imaginarse, entre 90 y cien volúmenes. La mayoría están en alemán, aunque muchos se han traducido al español, al inglés y al francés.
“Acudí a los periódicos de la época, el Diario Oficial del Imperio, L’Estafette, La Orquesta y L’Ére Nouvelle, dos de ellos publicados en francés en México, y uno antes de la intervención francesa. Acudí también al Ceremonial de la Corte de Maximiliano que localicé en el Archivo General de la Nación y al libro del Conde Egon Corti, quien fue quizá el primero en hacer en los años 30 un trabajo serio sobre la tragedia de Maximiliano y Carlota.
“De ese enorme caudal de material, sólo utilicé 10 por ciento, a veces ni 10 por ciento. No soy historiador y me decidí por una especie de carrera entre la imaginación y la documentación y en el caso de Maximiliano y Carlota gana la imaginación. Partes de la novela son la narración de hechos básicos e históricos desde que se planeó el imperio hasta la intervención francesa, la llegada de Maximiliano, el derrumbe del imperio, el retiro de las tropas francesas y la locura de Carlota; pero otras muchas páginas son pura imaginación o creación como debe llamársele.
“No retrato sólo a Carlota, voy mucho más lejos. Noticias del Imperio es Carlota, es Maximiliano, es Juárez, es todo lo que provocó la intervención francesa. Podría haber escrito la historia de uno solo de los personajes, quizá de Carlota, pero me fui a lo grande.
Carlota enloqueció muy joven, a los 26 años, murió 60 años después, en 1927, el año en que Al Johnson hace la primera película hablada y Charles Lindbergh atraviesa el Atlántico.
¿Cuál es la función de las palabras de Del Paso además de embrujarnos? ¿Cuál es el poder de seducción de Del Paso al resucitar la huelga ferrocarrilera, la medicina, el amor, la derrota, la muerte, la locura?
Más que ningún otro escritor, Del Paso nos enseña a convertir la lectura en una iniciación hacia la vida interior que en México tanta falta hace a nuestros representantes políticos.
Ojalá la Cámara de Diputados y el Senado se agotaran leyendo José Trigo para que ya no tuvieran fuerzas para pedir aumentos más que inmerecidos.