n nuestro país, el sistema escolar descalifica y frecuentemente expulsa a quienes no cumplen con determinados plazos fijos para concluir sus estudios. El ritmo de estudios obligatorio es programado por la autoridad
(generalmente sin base pedagógica alguna), y a quienes no lo respetan se les cataloga, en el mejor de los casos, como irregulares
, y en el peor, se les infama con el mote de fósiles
. Este término proviene de situaciones de verdadera corrupción auspiciadas por algunas autoridades universitarias hace algunos años. Esas autoridades
en ocasiones ocupaban a los fósiles
como golpeadores que prestaban sus servicios
a cambio de permanecer matriculados
en la universidad.
Pero el incremento de la duración de los estudios (el incumplimiento de los plazos y ritmos fijos determinados por la autoridad
) puede obedecer a muchas causas, y es una injusta ofensa confundir con esos mercenarios fósiles
a todos los que por alguna razón prolongan su estancia en la universidad ¿Qué podemos decir de una persona que durante 10 o 12 años libra diversas batallas para alcanzar la meta de concluir una carrera, y finalmente la alcanza? Si sus decisiones reiteradas de continuar avanzando se sustentaron en una información responsable y un criterio ético, podemos decir que tiene una virtud muy valiosa: perseverancia.
Las batallas por alcanzar una meta escolar a largo plazo pueden ser múltiples, por ejemplo contra condiciones materiales y económicas adversas, contra obstáculos institucionales y burocráticos, contra condiciones de salud, contra problemas y compromisos familiares, e incluso contra sí mismos en situaciones sicológicas y emocionales de diverso origen, desfavorables para el estudio. Esto es particularmente significativo en el campo de la educación, pues vivimos en un ambiente social, cultural, económico y político que está muy lejos de motivar a las personas para que estudien.
Ese aplazamiento de los estudios también puede obedecer a la decisión de combinar éstos con otras actividades y experiencias (laborales, cívicas, políticas, culturales), lo cual, lejos de perjudicar la educación, no pocas veces puede traducirse en beneficio de los estudios. Ya hoy incluso el gobierno federal hace gala de un modelo de educación dual
que combina estudios con experiencias laborales, lo cual, por supuesto, supone un aplazamiento de la terminación de los estudios. Si no fuera así, significaría una disminución de la cantidad de tiempo y esfuerzo dedicado al trabajo escolar.
Quienes descalifican a aquellos que no cumplen con los plazos fijos de los programas escolares se rasgan las vestiduras diciendo que con ese aplazamiento se eleva el costo, pues los estudiantes ocupan demasiado tiempo las aulas. Esto no tiene fundamento. Los costos en el ámbito educativo no responden a la dinámica de los factores de la producción
en el ámbito material. En general, en el ámbito educativo y cultural no se aplican los razonamientos que provienen del mundo comercial y económico. George Gadamer ha explicado una primera distinción sustancial: a diferencia de lo que ocurre en el mundo de la producción material, en el mundo de la cultura lo que se distribuye no se divide: se multiplica
. Por otra parte, sabemos muy bien que es frecuente una desproporción positiva
entre los recursos asignados a la educación (incluyendo el tiempo) y los resultados obtenidos. También se sabe que la productividad
de la educación está determinada por la intensidad de la actividad desplegada por el alumno, la cual depende de la motivación y de la correspondencia entre las exigencias escolares (entre ellas la intensidad del trabajo escolar) y la condiciones de vida del educando. Hoy, mantener la matrícula de un estudiante cuesta lo que el mismo estudiante demanda como un servicio efectivo (tiempo completo, medio tiempo, o menos), lo demás es una fracción de memoria en la computadora de la institución.
La perseverancia –su naturaleza, su origen, las posibilidades de fomentarla– es una virtud que no ha merecido la debida atención de los especialistas en educación, quienes más bien, siguiendo acríticamente los conceptos dominantes, se afanan en denunciar y combatir la deserción
escolar, el ausentismo y el retardo o la irregularidad
escolares. En la investigación y administración escolar, recientemente el también denigrante concepto de deserción
ha sido en parte sustituido por el de retención
, pero es evidente que con esto se aborda la perspectiva de la institución y no la del educando. El reto no es retener
a los alumnos, lo cual incluso tiene una connotación de fuerza o coerción, sino desarrollar la perseverancia.
Por supuesto, esta perspectiva no puede confundirse con alguna complacencia frente a la desidia y la irresponsabilidad. Pero para distinguir y atender adecuadamente las innumerables distintas situaciones concretas que se presentan en la realidad, hay que empezar por revisar los conceptos convencionales, tener presente los fines últimos de la educación, y una verdad pedagógica elemental: los resultados de todo esfuerzo educativo están determinados por la motivación del estudiante.
La Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) padeció hace tres años un fuerte conflicto alimentado, entre otras causas, por un supuesto diagnóstico de la institución sustentado en un concepto aberrante de desempeño académico
, que iguala a éste con la velocidad en el ritmo de los estudios, y confunde rigor académico con rigidez escolar. A partir de este equívoco (no carente de mala fe) se desató una feroz campaña de difamación de la institución a la cual se sumaron prensa, radio y televisión, sin tener idea de lo que hablaban.
Pero la UACM atiende a una población estudiantil que ha dado extraordinarios ejemplos de perseverancia, de esfuerzo tenaz para concluir los estudios, luchando en contra de dificultades de todo tipo: económicas, familiares, administrativas, culturales. Rescatar esas historias de perseverancia contribuye a construir un panorama más objetivo de la institución, y a ofrecer a los estudiantes motivos concretos y cercanos de emulación de sus compañeros.
Un aporte muy valioso ya disponible es un libro publicado por esa institución titulado Somos uacemitas: nuestras historias, nuestras vidas, 13 historias compiladas por Mariana Romero Cruz (estudiante de la UACM), Anayatzin Salazar Rodríguez (egresada de la UACM) y Rosa María Torres Bustillos (profesora de la UACM).