sí como en la Ciudad de México se van reduciendo lugares para el tránsito vehicular y se congestionan colonias y delegaciones, en el país se cierran espacios a la democracia y a la justicia; en la capital, la miopía de algunas autoridades de mentalidad colonizada, sin convicciones ni congruencia, ha permitido la construcción de cientos o quizás miles de edificios de apartamentos o negocios que saturan barrios antes tranquilos y desaparecen pueblos tradicionales sin considerar el impacto social y ecológico; agregan obstáculos, cierran vialidades, disminuyen carriles de tránsito, acosan a todos con grúas, arañas y policías a la caza de asustados infractores y complican la vida de los citadinos con sus ocurrencias y negocios en lugar de facilitar la existencia de los habitantes de la urbe.
Algo parecido sucede en el ámbito federal, donde, más que obstruir calles y avenidas, los excesos son otros: cierran vías enteras a la expresión pública y al ejercicio de la soberanía ciudadana, golpean todos los días la economía de la gente, colman su paciencia, mienten, persiguen, cierran caminos de solución a los problemas y ahogan al pueblo con abusos y atropellos de todo tipo.
El sistema, desde los tres poderes clásicos hasta los organismos autónomos, resuelve cuando hay conflictos o choque de intereses, siempre o casi siempre, en favor de los pocos de arriba y en contra de la mayoría cada vez más pobre y marginada.
Hago un recuento somero: suprimieron el único programa de radio, crítico y profesional, el de Carmen Aristegui. No valió su amplia audiencia, su profesionalismo, su probidad intelectual, su valor civil; una investigación exitosa y una crítica certera de su equipo no fueron respondidos con razones, sino con un manotazo en la mesa y una injusticia. Cerraron un medio de comunicación que era camino al entendimiento entre mexicanos, que a muchísimos nos parecía viable por su independencia, oportunidad y claridad.
Con motivo de la privatización del petróleo y la electricidad, a críticas fundadas de expertos y al clamor popular en contra, respondieron blindando
el Senado como una fortaleza, con planchas de acero y un ejército de policías, y a espaldas del pueblo decidieron sustraer riquezas del área estratégica reservada a México en la Constitución y prepararon su entrega a negocios privados y, lo absurdo, a una opinión generalizada e informada contestaron con evasivas y mensajes publicitarios.
Sobre este tema, para demostrar su inconsistencia, basta un razonamiento: adujeron su pretensión de hacer a Pemex competitiva
y, para que lo fuera, la lanzaron a la bancarrota, haciendo que lo que le pertenecía en exclusiva se repartiera entre otras empresas; dejaron de dar mantenimiento a sus refinerías, permitieron la corrupción del sindicato, abandonaron a la mitad las obras en proceso y, así, con un pie atado y una mano inútil, mandaron a la paraestatal a competir
.
La protesta del pueblo ni la escucharon ni la atendieron; en respuesta a este desaire se reunieron millones de firmas para una consulta popular y con argumentos leguleyos y chapuceros, indignos de jueces de una Suprema Corte, impidieron que el pueblo opinara sobre su patrimonio y sobre su destino; simplemente dieron un portazo dejando a todos enojados y dolidos.
A los miles y miles de maestros que protestan y se oponen a la privatización de la educación y a una reforma laboral disfrazada los reprimen, les retienen su salario, los calumnian y los despiden. A los campesinos los dejan a su suerte en manos de grandes empresas, que los despojan de sus tierras y les tiran sus casas, y si vienen a protestar a la capital los culpan de grandes pérdidas económicas y de la contaminación del ambiente y, con el linchamiento mediático, preparan la represión violenta.
¿Qué pretende el régimen? ¿Adónde quiere orillarnos? La presión es mucha y las salidas se bloquean, nada se resuelve y todo se agrava; el Presidente en su juguete nuevo, el avioncito faraónico, hace viajes inútiles, de relumbrón y sin sentido alguno, para más fotos en la egoteca, al lado de reyes y reinas, o quizá para evadir la realidad que nos abruma. Si no hay salidas, si no hay soluciones, si no procuran desenlaces justos a los conflictos, si sólo acuden a las macanas y a los años de cárcel, si no hay cambios, están buscando un estallido social, justificar una represión mayor, o simplemente no entienden lo que pasa ni se percatan de la realidad.
Ahogar la protesta, reprimir, cerrar vías, no es el camino o, si lo es, va al caos.
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