o hay duda de que el más reciente, y tal vez último, debate entre Hilary Clinton y Bernie Sanders, aspirantes demócratas a la presidencia, fue el más rasposo de los que han tenido. Por la cerrada distancia que los separa en el número de delegados para obtener la candidatura de su partido se esperaba un debate en el que afloraran las diferencias, no muchas por cierto, de su proyecto de país. A fin de cuentas, fue la insistencia de los conductores del debate, en lo que coloquialmente se conoce como amarrar navajas
lo que obligó a los candidatos a perder las buenas formas que caracterizaron sus anteriores encuentros. Lo que buscaron fue la respuesta agresiva y altisonante del uno contra el otro. Lo confundieron, al igual que en otros debates, con una pelea de boxeo en la que gritos y porras del auditorio interrumpían constantemente a los contendientes cuando trataban de ofrecer elementos de juicio sobre sus propuestas. Como bien señaló un comentarista político en la cadena pública de televisión, los debates deberían efectuarse sin público presente
para darles el nivel que merecen.
Cabe aquí una pregunta en torno al papel de los medios, particularmente la televisión: ¿han cumplido con su responsabilidad de informar cabalmente a los votantes? Lo que es claro es su proclividad a generar expectación a partir de exacerbar los ánimos de aspirantes y votantes, no la cordura en el análisis político. Sistemáticamente insisten en que éste será el debate y la votación decisiva para obtener la candidatura
. Cualquiera que haya tenido la curiosidad de seguir el proceso de las elecciones primarias caerá en cuenta de que no ha habido un debate ni un día de votación en el que, en definitiva, se decidiera quiénes serán los candidatos que representarán a sus respectivos institutos políticos en los comicios generales. Debido al abigarrado y, para muchos, ultrademocrático sistema electoral de Estados Unidos, en el que cada estado fija sus reglas, no se puede afirmar que así sea. Para colmo, es posible que el día en que se celebren las convenciones de los partidos, los delegados puedan cambiar su voto y nominar a alguien que no participó en el periodo de las primarias.
La pregunta que se hacen los votantes es: entonces ¿cuál es el objetivo de las elecciones primarias?
Por ahora vale insistir en que la televisión ha distorsionado la finalidad que deberían tener los debates. No está claro si es con la intención de influir en el proceso de selección de los candidatos o sencillamente para elevar el rating de sus respectivos medios. En uno u otro caso, es claro que quienes conducen los debates insisten, no en las diferencias políticas de los candidatos, sino en sus yerros pasados; no a la forma en que piensan gobernar, sino destacando la descalificación que uno de ellos hizo de su oponente con insultos personales. Al margen de que esta distorsión en los debates, que debieran ceñirse a la vida política y no a la privada, también sea una característica de los medios en otras naciones, cabe insistir en que los votantes merecen mejor información y menos digresiones personales. Por la salud de la democracia sería sano romper con ese vicio, ya que el hartazgo es otra forma de erosionarla.