Se destacó en Bellas Artes su vocación e ingenio como académico
Lunes 18 de abril de 2016, p. a11
A 10 años del fallecimiento del escritor, traductor y crítico literario Salvador Elizondo (1932-2006), fue recordado ayer en su faceta de maestro y catedrático, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
En una charla entre Paulina Lavista, esposa del autor de Farabeuf o la crónica de un instante, y los escritores e investigadores Adolfo Echeverría, Javier García Galiano y Anamari Gomís, como moderadora, se evocaron la sensibilidad, el ingenio, la pasión, la extraordinaria vocación didáctica y el entusiasmo que transmitía Elizondo como maestro, actividad que desarrolló desde muy joven en infinidad de talleres, cursos, conferencias y por más de 20 años como docente en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde formó a muchas generaciones de estudiantes.
En sus clases entusiasmaba a sus alumnos al compartir lo que sabía, así como para aprender a pensar, explicó Lavista. Le fascinaba ser maestro. Como estaba entusiasmado con lo que leía, contagiaba ese ánimo. Para él todo debía regirse por un método. Con él aprendí todo. Los principios fundamentales de cómo expresarme (artísticamente), como la divina proporción, que aplicaba a mi trabajo fotográfico. Para él era importante conocer los principios académicos para luego romperlos
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Un rasgo interesante de sus clases, destacó Echeverría, es que no le gustaba que tomáramos apuntes. Amablemente nos disuadía para que no lo hiciéramos. Prefería que el contacto fuera más directo, menos académico. Todos éramos oyentes frente al maestro, que te acercaba a autores muy poco tratados en aquel entonces por la academia, como Paul Valéry o Stéphane Mallarmé, entre otros. Nos acercaba a ellos no como si fueran un descubrimiento reciente para él, sino como autores que ya tenía muy estudiados, de tal manera que nos los hacía muy comprensibles
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Sus clases, hoy legendarias, abundó García Galiano, comenzaban con una plática circunstancial que se convertía en cátedra
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Se recordó también, entre otras cosas, que si bien en principio sus clases versaban sobre cuestiones literarias, luego entraba en digresiones en extremo enriquecedoras, porque hablaba, por ejemplo, de poesía y de pronto comentaba de pintura, anatomía o astronomía, y de alguna manera siempre acababa vinculando al tema que en principio lo ocupaba.
Salvador Elizondo, destacó Paulina Lavista, “fue autodidacta. Un hombre muy inquieto, a quien le gustó transmitir sus ideas y pensamientos. Siempre tuvo una actitud de inteligencia con los estudiantes, de que entendieran de qué se trataba, mas no en un sentido paternalista.
Como había estudiado desde muy joven en el extranjero, al regresar no le permitieron revalidar sus estudios; sin embargo, su pasión y constancia lo llevaron a ser aceptado como maestro en el Centro de Enseñanza para Extranjeros en la UNAM. A los 17 años comenzó a dar conferencias y clases, mientras estudiaba la preparatoria en Canadá. Tenía una vocación didáctica extraordinaria.
Pocos escritores como Elizondo, apuntó Gomís, quien destacó su poética absolutamente trazada, pues el método para él era fundamental, además de tener un amplio conocimiento e interés por la ciencia y la filosofía.
Salvador Elizondo, describió Lavista, tenía defectos y cualidades, muchas más cualidades que defectos. Era muy simpático y generoso, insoportable a veces: cuidado de no estar de acuerdo con él. Era muy ordenado. También le gustaban mucho las mujeres, su belleza. Nunca escribió borracho. Tenía una profunda fascinación por clasificar, organizar y ordenar todo. Durante nuestra relación, como en todas, hubo desencuentros, pero también respeto y libertad para trabajar
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