n la lectura de El Quijote se encuentran dos novelas superpuestas: la escritura externa y la inscripción interna (Unamuno). Así Cervantes logra que su Don Quijote
rompa con el encasillamiento, que habla, se conduce y deja traslucir la escritura interna (Derrida) inscrita como un ser sin temporalidad, ni espacialidad fija, que trasciende, se trasciende, nos trasciende y continúa vivo a 400 años de su muerte, aniversario que se cumple la semana próxima.
Apunta al origen propio y ajeno y sabe que no hay origen, que el origen es un no origen, sólo escritura interna; abre caminos que segundo a segundo, instante por instante, nos abre las puertas del espíritu.
Un no origen que lleva a decir a don Miguel Unamuno:
“No puedo contar tu vida
ni puedo explicarla
ni comentarla
Señor mío, ‘Don Quijote’
Sólo quien esté tocado
de tu misma locura
de no morir
“La vida es sueño de cierto,
pero, dinos Don Quijote
tú que despertaste del sueño
de tu locura para morir
abominando de ella, dinos
¿no es sueño también la muerte?”
El Quijote salva los descubrimientos astronómicos y descansa en un lugar y en un tiempo donde no hay nada edificado, donde el viento arrastra molinos, renovado en sí mismo, sin muro donde estrellarse, donde la luz no rebota en pared vertical, donde la tierra no es abierta y nace libre, ignorante de que existe otra cosa que la roce, otra piel más cerrada y compacta. La tarde del Quijote no tiene tiempo, no es de nunca, no es de nadie y está ahí sobre un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme
, recogiendo su larga mirada y escuchando una voz interna, que a su vez, no tiene tiempo ni espacio.
Tiene la necesidad de recogerse, entrar en el delirio para luego emerger al confrontarse con la realidad y buscar el amparo del vientre, sabedor que ya no existe. Amante en búsqueda de amor que ha cesado, inventa citas, rostros, nombres, dulcineas, a mandamiento de la razón sin fin, para sostener un amor desdichado, afán sin recompensa, ansia insaciable de apresar las cosas, la tierra, la luz, el viento, el fuego, aquello que se perdió sin palabra que pueda nombrarlo, tan sólo sombras, tan sólo la inexistencia del amor inexistente.
Con el peso de la locura a cuestas, más grave y doliente que nunca. Tiempo que inexorablemente ofrece el presente es siempre ahora. Y si no es ahora, no es nunca, es otra vez, sin el tiempo, la muerte que no es un más allá del tiempo. En la cuerda del tiempo se balancea el no es un más allá del tiempo. En la cuerda del tiempo se balancea el ser, pero no hay cuerda ni tiempo, tan sólo movimiento del ser humano desde adentro y desde afuera, aunque sólo sea escribiendo.