ario Vargas Llosa festejó alegremente su cumpleaños. Tenía al menos tres buenos motivos para ser un hombre feliz. Primero, la edad avanzada, 80 años, no parece haber disminuido para nada su excelente forma física y mental; segundo, la prestigiosa colección de La Pléiade, de la editorial francesa Gallimard, publica su obra completa; en fin, tercera y última razón de dicha, más importante que cualquier otra, se ha enamorado.
Ante las cámaras de la televisión francesa, habló de su reciente enamoramiento con la elegancia del humor y el tono de una declaración, a la vez confidencial y pública, a la manera de un explorador que hubiese encontrado el más inaccesible de los tesoros, el Grial o el Paraíso: He descubierto el nombre de la felicidad
, y pronunció el nombre de su nueva mujer.
Qué suerte encontrar un hombre dichoso y, para colmo, un escritor. La literatura está más bien poblada de personajes quejumbrosos, profetas de la catástrofe final, investidos de misiones a la vez de denuncia y advertencia: quejas, lamentaciones, cóleras, parecen ser el pan cotidiano de muchos autores.
El laureado con el premio Nobel podría ser una excepción, una especie de fenómeno a contracorriente de la opinión generalizada, lo cual provoca sin duda la perplejidad y, sobre todo, el asombro. Fueran las que fuesen las desdichas del mundo y la vida humana, queda la posibilidad de una existencia feliz.
Esta alegría, esta satisfacción de su destino y de sí mismo, Vargas Llosa se presta sin dificultad a exhibirla, y los medios de comunicación aprovechan la oportunidad. El personaje responde con lucidez, e incluso con brillo. Es evidente, incluso para quienes no conocen la obra de este autor y su nombre no les dice gran cosa, que se trata de una personalidad, pues es entrevistado por un periodista francés en la Bibliothèque Médicis.
¿El amor? No hay edad para enamorarse, puede ocurrir a cualquier edad. ¿Esta pasión amorosa lo ha hecho olvidar sus relaciones anteriores? Para nada, él no reniega nada de su pasado, pero es eso: pasado.
Habla de su enamoramiento, amor a primera vista, coup de foudre, e incluso de amour fou, amor loco, expresión, dice, que le devuelve su juventud, cuando descubría a André Breton y a los surrealistas. Esos resueltos exterminadores del pasado. Vargas Llosa se sitúa, sin embargo, en el extremo opuesto con su carrera tanto profesional como política. Ningún asomo de la menor tentación anarquista en este escritor, liberal más bien conservador, quien ha situado por encima de todo su libertad individual oponiéndose a cualquier sistema de pensamiento artístico o literario, y a fortiori político, que pudiese amenazar esta libertad.
Gran admirador de Flaubert, su obra no pretende destruir los principios de la novela tal como fueron establecidos en el siglo XIX en la literatura europea. Sus detractores le reprochan incluso ser, a final de cuentas, un autor bastante clásico de una época antigua, sin buscar la creación de nuevas formas y de una obra auténticamente moderna. De Alejo Carpentier, en cambio, si se decía que era el último gran escritor latinoamericano de la literatura francesa, no se podían negar los novedosos aportes al fondo y la forma de la novelística.
¿Seguirá escribiendo o dejará de hacerlo como el escritor estadunidense Roth, quien anunció que ya no escribiría cuando cumplió 80 años? Vargas Llosa piensa escribir mientras viva. ¿Cuál es su opinión sobre el problema de los refugiados? El autor se califica a sí mismo de liberal y, en cuanto tal, está por las fronteras libres.
En la actualidad, se juzga a un escritor más por sus posiciones políticas que por la calidad de su obra. Es más fácil una clasificación ideológica que leer. El escritor peruano está consciente de ello.
Vargas Llosa no cesa de sonreír y reír. Sabe que es detestado por muchos a causa de sus opiniones políticas. Acaso por ello insiste en su dicha, contra viento y marea. Contento de la vida y de sí mismo.