l Panorama Social de Latinoamérica y los hallazgos dados a conocer hace unos días por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) pueden no dejar contentos a muchos. Las cifras de pobreza y los coeficientes de desigualdad en la región se mantienen altos. A pesar de importantes esfuerzos hechos por varios gobiernos para combatir estos problemas, la desigualdad, sobre todo, se afianza como lacra imbatible, guste o no.
Algunos países de la región lograron reducir las cuotas de pobreza e incluso la inequidad hasta 2014, pero es de temer que esas ganancias se pierdan en cierta medida cuando, por ejemplo, en Brasil se desplieguen los efectos de su profunda recesión o, en Argentina, se condense la nefasta combinatoria de la inflación con el decaimiento económico que la amenaza desde hace tiempo y que el actual gobierno del presidente Mauricio Macri no parece muy dispuesto a encarar, sino más bien a precipitar.
Los resultados sobre México que presenta el Panorama confirman otras entregas de organismos internacionales como el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), así como las que el año pasado nos ofreció el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Igual que lo hacen la Cepal y otros miradores internacionales, los informes del consejo se facturan a partir de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares. Como se sabe, ésta y otras encuestas son levantadas periódicamente por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y el Coneval la analiza y usa para cumplir con el mandato de ley de informarnos y, si se puede, ilustrarnos, sobre el estado de la cuestión social mexicana.
Los pobres aumentaron en México y los que la Cepal denomina indigentes
, en lo fundamental similares a los que aquí denominamos pobres extremos, se estabilizaron en cifras altas, superiores a la media latinoamericana.
El informe de la Cepal nos proporciona estimaciones y comparaciones sobre el comportamiento de los ingresos monetarios de las personas, mismos que se contrastan con los precios de un conjunto de bienes y servicios que se consideran indispensables para una vida aceptable, o digna. En los recientes cálculos del Coneval, además, se aborda el peliagudo tema de la medición multidimensional
de la pobreza, en obediencia a la Ley de Desarrollo Social y, sobre todo, buscando poder ofrecer a la sociedad y el Estado unos cálculos que les permitan acercarse y entender la complejidad del fenómeno.
En sus ejercicios, el Coneval ha tratado de evaluar lo que llama las carencias sociales
, es decir el grado en que los mexicanos ven asegurados o garantizados sus derechos sociales, consagrados constitucionalmente. Si combinamos ingresos monetarios con carencias o vulnerabilidades, podremos tener una mejor idea de la forma en que se desenvuelve la existencia de las personas y así buscar la mejor combinación de políticas, acciones e intervenciones del Estado para aminorar la debilidad y la inseguridad, que se han apoderado de la existencia de millones de compatriotas.
Se sabe que el de la pobreza es un acontecer sometido a muchas interpretaciones y su medición reclama no sólo buena información de base, segura y creíble, sino destrezas varias para su interpretación y codificación. Existen diversas interpretaciones y métodos para medirla y entender sus causas y, por ende, varias y a veces encontradas maneras de buscar superarla.
De aquí que deba asumirse que el de la pobreza es un tema siempre marcado por la política y la ideología. Así ha sido en México y el resto del mundo y así seguirá. En todo caso, nuestro reto es llegar a la convención más racional posible sobre la definición, causas y dinámica de la penuria para poder centrar el debate político y dar lugar a las más efectivas formas de asignación de los recursos públicos dirigidos a eliminar tal lacra. Porque de eso se trata: no de un problema solamente; es una marca, una herida, una lacra.
Lo anterior puede llevar a un relativismo debajo del cual se escondan la inacción institucional y la incuria de los gobernantes. Por eso la necesidad de contar con organismos públicos, de Estado, en los que podamos confiar por la seriedad y el rigor con que actúen sus funcionarios, técnicos y analistas. No es sencillo, sobre todo si consideramos que la existencia y perdurabilidad de grandes cuotas de pobreza, estimadas de la mejor manera, contrasta con las pretensiones de los grupos dirigentes de que nunca lo habían hecho mejor ni el país había gozado de tanto bienestar.
La producción de información y su difusión, así como el acceso a ella, es un derecho indiscutible y fundamental de todo régimen democrático. Contar con la mejor posible, porque es oportuna y se obtuvo con procedimientos adecuados, sin interferencias de los intereses creados e inmediatos del poder y los poderosos, no sólo es un derecho ganado a pulso por los mexicanos, es un factor indispensable para formar una sociedad deliberativa responsable y una economía que en medio del tráfago global y la incertidumbre permanente, se las ingenie para orientar sus decisiones en favor de un desempeño más eficiente y menos errático.
A estos fines coadyuvan entidades como la Cepal y el Coneval. Lo único que requieren es respeto a su trabajo autónomo y apoyo y comprensión para que difundan con eficacia sus hallazgos y propicien un debate democrático que pueda dar lugar a un buen gobierno.
México lleva ya muchos años inventando, adoptando y perfeccionando los métodos para conocer lo que somos como sociedad, y lo logrado no es menor. Aparte de la sofisticación en métodos e instrumentos analíticos de que con razón se presume, se ha descubierto y validado también una veta institucional que no puede despreciarse: la conveniencia de depositar esas tareas en organismos autónomos, que cuentan con personal calificado y una situación contractual de servicio civil, que los protege de las intervenciones de los políticos o gobernantes y empresas en pro de causas particulares o simplemente por las molestias que les causan.
Ganar credibilidad en materia informativa ha llevado décadas y muchos recursos. Perderla puede ser resultado de un imprudente golpe de timón. Más vale no jugar con esto.