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Las palmeras de Palmira
C

uando en diciembre pasado Rusia intervino en Siria, los conservacionistas del patrimonio cultural de la humanidad respiraron aliviados. Quizás pensaron que sólo así podían salvaguardarse los restos de los restos de la fantástica ciudad de Palmira. Pensaron bien. Hasta ese momento, la perla del desierto (ubicada al noreste de Damasco) llevaba ocho meses en manos del llamado Estado Islámico (Isis, por sus siglas en inglés; Daesh, por su acrónimo en árabe).

Todo lo que usted quiera conocer sobre Palmira puede encontrarlo en Wikipedia. Inefable fuente de consulta para también recordar que Roma fue saqueada en siete ocasiones por los bárbaros (siglos IV al XI), y que la octava acaeció el 6 de mayo de 1527, a raíz del muy piadoso conflicto entre el Sacro Imperio Romano Germánico y la alianza del papado con Francia, Milán, Florencia y Venecia. A saco, 15 mil mercenarios de Suiza y Alemania cargaron durante semanas contra la Ciudad eterna.

Uno de los muchos capítulos que podrían ser añadidos al inquietante ensayo del alemán W. G. Sebald, Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama, 2003). Sólo que… ¿cuán natural? En abril del año pasado, mientras el frágil gobierno de Irak se esforzaba por salvar del vandalismo del Isis sus tesoros de la antigüedad, trascendió que la mayoría de los militares, contratistas y otros estadunidenses poseían piezas robadas de los distintos escenarios de sus guerras.

En 2003, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, dijo: La gente es libre de cometer fechorías y eso no puede impedirse. Y el actual vocero, Mark Wright, afirmó que el Pentágono no rastrea casos de trofeos de guerra, agregando que esos asuntos (sic), no eran considerados de gravedad en los años siguientes a la invasión.

En vísperas de la llegada del Isis a Palmira, la Unión Europea declaró: La destrucción puede constituir un crimen de guerra. Pero en agosto de 2014 había cerrado el pico luego del bombardeo de Tel Aviv a las mezquitas Al Omari y Al Mahkamtah, en la franja de Gaza.

El Isis es una entidad totalmente extraña al Islam. Ni siquiera es una expresión de sus variables extremistas. Genuino producto de inteligencia del terrorismo occidental, la creación del Isis fue resultado de una decisión del Congreso de Estados Unidos, adoptada durante una sesión secreta realizada en enero de 2014.

Seis meses después, el Isis atacó y ocupó Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak (2 millones de habitantes). Y mientras las cadenas de televisión del mundo civilizado transmitían decapitaciones del Isis con videos on line de impecable y sorprendente alta definición, las editoriales independientes publicaban textos como El regreso del Jihad, el brazo extremo de Al-Qaeda.

Firmado por Patrick Cockburn (periodista independiente irlandés del independiente diario inglés The Independent), el librito mereció, apenas salido de imprenta, el premio British Press Award 2014. Y en tiempo récord fue traducido a distintos idiomas (Ariel, Planeta, enero, 2015).

Los periodistas apurados tomaron por serio el texto de Cockburn. Tan serio como los de Rudyard Kipling cuando exaltaba la carga del hombre blanco, o los del sabio Lawrence de Arabia cuando junto con los agentes del Foreign Office dibujaban la nueva cartografía de Medio Oriente, durante y después de la Primera Guerra Mundial.

Todo eso ha sido analizado por intelectuales verdaderamente independientes como el palestino Edward Said (1935-2003). En Orientalismo (1978), por ejemplo, Said desenmascara el imaginario político de los grandes escritores y periodistas independientes de Occidente.

Textos como el de Cockburn son los que usan los imaginativos guionistas de House of cards, telenovela que supuestamente desentraña el poder en Estados Unidos, y que por sus altas dosis de realismo mantiene en vilo a millones de televidentes en el mundo. El método es infalible: reales o de ficción, los hechos son cuidadosamente seleccionados para justificar determinadas políticas.

Ni se diga del usado por el marqués Mario Vargas Llosa, y su estilo para retorcer aquella observación de Oscar Wilde: La realidad imita al arte. Pero bueno, si a los 80 años Alá me regala una novia como Isabel Preysler, sería más indulgente. Claro que para celebrarlos no podría tener de comensales a políticos corruptos, intelectuales mercenarios y genocidas del imperio.

En suma, un realismo que en los noticiarios del tipo usted tiene derecho a opinar prescinde de lo reconocido por la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa (DIA, por sus siglas en inglés) en un documento desclasificado parcialmente en mayo de 2015: el Isis es una criatura de Estados Unidos, y funciona con ayuda de Tel Aviv, Turquía, Arabia Saudita y las monarquías del Golfo arábigo.

Dedico estos apuntes a Jaled Assad, director de antigüedades de Palmira (1963-2003), quien se negó a huir del lugar. Capturado por el Isis, fue decapitado, mutilado y colgados los restos de un poste. Tenía 82 años. Poco antes del fin, Jaled dejó un mensaje a sus hijos: Moriré de pie, como las palmeras de Palmira.