ndrés Casillas de Alba nació en la Ciudad de México el 10 de julio de 1934, el mismo día que Marcel Proust, pero a diferencia del pequeño Marcel, no fue un niño enfermizo ni sobreprotegido, al contrario, creció alto, enérgico e independiente.
La arquitectura fue su oxígeno porque la traía en sus genes, en sus pulmones, en su sangre y en su corazón; desde pequeño forjó con sus manos el hormigón de una niñez exploradora; levantó los pilares y las vigas de una adolescencia rebelde; colocó las viguetas y la bóveda de una juventud apasionada; amacizó los ladrillos y dinteles de una madurez angustiada e inclinó el techo de sus días para desaguar los sinsabores de la vejez.
Pero, ¿cómo no iba a ser arquitecto Andrés Casillas de Alba si Guillermo de Alba –su abuelo materno– es considerado el gran modernizador tapatío y su padre desciende del alarife Martín Casillas, quien construyó la catedral de Guadalajara en el siglo XVI y ahora un teatro lleva su nombre?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si a los ocho años su mamá lo llevó a la casa y al jardín de Luis Barragán que ocupaba toda la manzana de Tacubaya y en las que se erguían las calaveras de toros, las mazorcas moradas, las fuentes y las flores que lo dejaron boquiabierto?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si el mismito maestro Barragán le ofreció su casa como patio de juegos?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si de niño hasta la palabra arquitectura la parecía maravillosa y en vez de volar papalotes con sus amigos se la pasaba observando la ciudad de los palacios
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¿Cómo no iba a ser arquitecto si cuando su padre lo obligó a entrar a la Escuela Bancaria Comercial se llenó de sarpullido de la puritita angustia?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si a los 15 años se escapó a San Antonio, Texas, con tal de no estudiar para contador, porque estaba seguro de que lo suyo eran los planos y los restiradores?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si en Santa Bárbara, rancho familiar de Tepatitlán, en los Altos de Jalisco, aprendió a amar las casitas de tejas de los peones que se yerguen junto a eucaliptos gigantes?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si una vez instalado en Guadalajara entró a la Escuela de Arquitectura de la Universidad, fundada y dirigida por Ignacio Díaz Morales, quien no perdonaba la indisciplina ni las faltas?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si todos los días recorría con libreta y lápiz de grafito en mano las calles de la colonia Seattle, en Zapopan, fundada por estadunidenses a principios del siglo XX, y más parecida a una villa campestre que a un barrio urbano?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si su espíritu revolucionario lo llevó fuera de la Escuela de Nacho Díaz Morales para probar suerte en la capital, donde entró como dibujante en el estudio de Augusto Álvarez?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si en el Distrito Federal se inscribió en Escuela de Arquitectura de la flamante Ciudad Universitaria en el Pedregal de San Ángel y asistió puntual a cada clase?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si estaba seguro de que sus maestros le decían puras distancias
, porque nadie puede enseñar a crear un espacio mágico que sólo sale a la superficie si uno lo lleva dentro?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si vive convencido de que la arquitectura sólo se puede criticar por su lado funcional, pero no del lado emocional, que es su esencia?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si a los 20 años dudó de su vocación y hasta pudo parafrasear a don Miguel de Unamuno, porque vocación que no duda es vocación muerta
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¿Cómo no iba a ser arquitecto si su consejero y amigo fue el maestro Ernesto de la Peña, quien trabajaba en Relaciones Exteriores, y gracias a él consiguió una beca para Alemania?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si una vez en Ulm entró a la excelente Escuela de Arquitectura de la Hoscshule für Gestaltung, sucesora de la famosa Bauhaus?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si a los pocos meses de vivir en Alemania consiguió trabajo en una compañía que manejaba contratos millonarios con el sha (rey) de Persia y tenía a su cargo el plano regulador de la ciudad?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si en Isfaján, Persia, la ciudad de construcciones ciclópeas, de altos muros y callecitas angostas, visitaba a diario el Hejal de la sinagoga, recorría de extremo a extremo la plaza de Naqsh-e Jahan, admiraba el palacio Ali Qapu y los domingos se pasaba el día en la mezquita del Sheij Lotfollah, una verdadera joya arquitectónica?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si a los 27 años, cuando regresó a México, lo primero que hizo fue tocar de nuevo a la puerta de Luis Barragán para pedirle trabajo?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si el generoso Luis Barragán le propuso ser su ayudante en el proyecto de Lomas Verdes, importante fraccionamiento residencial cerca de Ciudad Satélite en Naucalpan?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si su primer proyecto fue el maravilloso club de vela La Peña, que todavía disfrutan los habitantes de Valle de Bravo?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si fue el único que convenció a Inés Amor de modificar su Galería de Arte Mexicano y de un día para otro tiró el plafón del salón principal y transformó el espacio en arte?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si el gran pintor Pedro Coronel le confío la construcción de su casa-estudio en 1968 mientras él viajaba en Europa?
¿Cómo no iba a ser arquitecto si construyó una infinidad de casas en torno al lago de Valle de Bravo, entre ellas la de Lola Iturbe; si hizo el club náutico Los Amates, en Cuernavaca; remodeló la casa de Edmundo O’Gorman en San Ángel, en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México; el centro Comercial Plaza del Sol; el Jardín Tapia, y el Centro Financiero Banamex, en Guadalajara, a él destinados porque nadie mejor que Andrés Casillas a la hora de proyectar trazos, claroscuros y líneas que transgreden los espacios?
Andrés Casillas de Alba no puede desligarse de su destino de arquitecto como no puede hacerlo de la pasión que guía cada una de sus obras. A lo largo de sus 82 años, ladrillo sobre ladrillo, ha construido un México mejor desde la soledad de su estudio; alejado de los reflectores, este hombre de figura quijotesca se rinde cada mañana ante su señora la arquitectura
con vocación franciscana, la misma con la que el pobre de Asís lo hacía ante su señora Pobreza
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