l gobierno de México ha comenzado por fin a repudiar públicamente el fenómeno Trump. Durante meses guardó escrupuloso silencio en torno de las declaraciones incendiarias de Donald Trump. Los expertos en Relaciones pensaban, no sin alguna razón, que hacer declaraciones era echarle gasolina al fuego, y que sólo aumentarían las posibilidades electorales del candidato. Hoy, frente a la probabilidad de lo que hasta hace poco parecía el sueño guajiro de un megalómano, han hecho pronunciamientos muy fuertes tanto la Secretaría de Relaciones Exteriores como la Presidencia de la República, pasando por los ex presidentes Fox y Calderón, que hacen comparaciones entre Trump, Hitler y Mussolini.
No está claro si estas reacciones hayan estado bien calibradas porque no se entiende bien a quién van dirigidas (claramente no a Trump, pero ¿a quién?). Por eso los efectos de estas declaraciones están por verse. Lo que queda en claro en estos bandazos que oscilan entre el silencio y la estridencia es que el gobierno no sabe qué medidas tomar ni ante la posibilidad de que Trump sea presidente, ni tampoco ante la popularidad evidente de las ocurrencias de este candidato, la expulsión de los migrantes, el muro fronterizo impenetrable, y la criminalización del indocumentado. El gobierno no sabe qué hacer porque, en cierto modo, el daño ya está hecho. Aun si Trump pierde, el debate migratorio ya gira en torno de su impostura. Cualquier intento de reforma migratoria progresista está ya destinado al fracaso.
Así, el problema hoy ya no se reduce a evitar el triunfo de Trump, porque el uso político del migrante como culpable de la decadencia estadunidense ya está a la mano de cualquiera. Ante una situación así, falta pensar en alternativas que van mucho más allá de la coyuntura electoral.
Una idea que se podría explorar es que el gobierno apoye la creación de una Liga Antidifamación Mexicana en Estados Unidos, parecida a la Liga de Antidifamación Judía, que fue formada en Estados Unidos en 1913 para educar a la población contra el antisemitismo, el racismo y el prejuicio religioso, y para contrarrestar las muchas falsedades que circulaban sobre los judíos en la época (recordemos que la fabricación infamante conocida como Los protocolos de los sabios de zión fue escrita y publicada en Rusia en 1903, y que ya para 1913 circulaba ampliamente; en pocos años sería retomada por Hitler en su campaña genocida). Además de tener una función educativa, la Liga de Antidifamación Judía tenía y tiene aún un brazo jurídico, abocado a llevar a la corte casos de discriminación, difamación, etcétera.
Sería pertinente que el Estado mexicano pensara en organizar una Liga de Antidifamación Mexicana en Estados Unidos, que tuviera en su misión los siguientes puntos:
Educar a la población estadunidense y mexicana acerca de la corresponsabilidad de Estados Unidos y de México en el fenómeno migratorio.
La migración de trabajadores mexicanos a Estados Unidos tiene más de 120 años de existir. Fue iniciada por enganchadores que entraron a México de los Estados Unidos buscando llevarse trabajadores al otro lado. Luego ya no hubo necesidad de estos enganchadores, y el trabajador cruzaba naturalmente la frontera porque se habían formado redes de comunicación y de confianza entre empleadores estadunidenses y empleados mexicanos. En otras palabras, la demanda desde Estados Unidos siguió, y nunca se ha detenido.
Durante la Segunda Guerra Mundial se firmó el Programa Bracero por iniciativa de Estados Unidos, y llevó a millones de mexicanos al otro lado. Muchos se quedaron. Otros trajeron paisanos cuando veían que había demanda… Por último, en 1994 se firmó el TLCAN, cuyas graves implicaciones para el campesinado mexicano eran perfectamente conocidas. El TLCAN implicaba más migración. Eso lo sabían tanto los negociadores mexicanos como los estadunidenses. Por eso, la historia de responsabilidad conjunta y de complicidades compartidas debe ser objeto de una campaña educativa.
Educar a la población estadunidense y mexicana acerca del trabajo que realizan los mexicanos en Estados Unidos, los beneficios que le traen a la sociedad de ambos lados de la frontera, los impuestos que pagan, los sacrificios que hacen, la clase de gente que son, y los beneficios que traen de ambos lados de la frontera.
Introducir demandas judiciales en casos de discriminación, difamación, libelo, abuso policial, etcétera. Los mexicanos en Estados Unidos merecen tener un campeón en las cortes, una institución que tenga un establo de abogados de altísimo calibre, que sepan ganar y que sepan publicitar. Los migrantes no tienen recursos para pagar servicios así; el gobierno mexicano puede ofrecerlo.
Constituirse en líder en la defensa de las causas de discriminación contra todos los latinos. La categoría de latino en Estados Unidos está compuesta en su mayoría por mexicanos (son cerca de 60 por ciento del total). Los centroamericanos, ecuatorianos, colombianos, etcétera, son tan vulnerables al trumpismo infeccioso como los mexicanos.
El gobierno mexicano está descubriendo algo tarde la necesidad de desarrollar una política activa de defensa de los mexicanos en Estados Unidos. Necesita insistir en la responsabilidad y los intereses de ambos gobiernos y de ambas sociedades ante el fenómeno migratorio. Entrar a debates públicos con el señor Trump es una política muy insuficiente frente al tamaño del problema. Se necesita apuntalar una política educativa, de medios, de lobbying y judicial, sostenida y coherente. Sería un error histórico quedarse de brazos cruzados ante tamaña ola política, que busca echarle la culpa de la decadencia de las clases medias estadunidenses a un migrante inocente y denostado.