En Lo que temes no existe, la autora aborda el universo que los niños luchan por desentrañar
Los muchachos lo cruzan lenta y penosamente, como caracoles sin concha
, expresó la autora
Domingo 28 de febrero de 2016, p. 5
La escritora Rosa Ana Domínguez publica su nueva novela Lo que temes no existe (editorial Jidu), donde acierta con una narrativa dirigida al público infantil pero atrapa a todos. El universo de niños entre 11 y 13 años de edad, su imaginación, sus poderes mentales y síquicos, sus aventuras, mantienen al lector en vilo. A propósito del tema es la entrevista.
–Existen sagas completas de novelas de magia para jóvenes. En ésta vas más lejos, hacia el poder de la mente y lo espiritual. ¿Es el momento de la narrativa específica para los jóvenes que antes fueron niños púrpura?
–Sí, tal vez sí. La escribí porque había demasiado dentro de mí buscando forma. En México dirigí un taller literario para niños de entre ocho y 16 años. Durante 12 años leí sus cuentos, escuché sus historias y sus confidencias, pero sobre todo conviví con mi hija Miri, y llegó un momento en que quise hablar de ese mundo que ellos luchan por desentrañar. Y es así porque no tienen guías. A la mayoría de los adultos les da tanto miedo que niegan su existencia o sencillamente no entienden. En mi caso tuve que buscar quien me explicara lo que pasaba con Miri. Esta novela comenzó su camino hacia mí en el momento en que comencé el taller.
–Además de la imaginación de una niña, ¿a qué otras herramientas recurres para incursionar en el territorio íntimo de los adolescentes?
–Bueno, el mundo de los 11 a los 13 años, que fue el que quise retratar en la novela, es muy difícil. Yo diría que los muchachos lo cruzan lenta y penosamente, como caracoles sin concha. Están tan expuestos. Aún no hallan el disfraz con el que se protegerán más tarde. Se prueban varios, y, entretanto, a veces, quedan desnudos. Absolutamente desprotegidos y vulnerables, en busca de la mirada que los reconozca, los valide. ¡Y así llegan a ese territorio de valientes que es la secundaria! Viví esos desgarramientos íntimos una y otra vez con cada uno de mis alumnos, así como con Miri y Orlando, mis hijos. Entonces, a lo que recurro es a mis recuerdos de lo que ellos vivieron, me contaron, y, desde luego, a mi imaginación, bien aceitada por ellos.
–En tus novelas previas tu punto de vista sobre la infancia era diferente al de ésta. ¿Qué cambió en ti?
–Pues básicamente lo que cambió fue que en Ni reyes ni magos hablé de otra época y otro tipo de niños. Eran los años 60 y la niñez que recordaba. Y esa niñez, en mi caso, era un limbo que se extendía a lo largo de días laaargoooos, en los cuales no necesariamente tenía conciencia de por qué ocurría lo que ocurría a mi alrededor. Era una observadora pasiva dominada por mis miedos. En Lo que temes no existe, mi sujeto es otro tipo de infancia, en otro tiempo. Estos niños de los que hablo son observadores que actúan y tienen un grado de conciencia que me asombra. Nunca olvidaré aquel día en que llegué tan cansada a la casa después de recoger a Orlando de la escuela. Él tendría unos siete años. Estacioné el coche, lo apagué y cerré los ojos. ¿Estás cansada?
, preguntó. ¿Por qué no te duermes un rato?
Porque tengo mucho que hacer
, contesté. Y él me asestó una frase que no olvidaré: Es más importante tu ser que tu quehacer
. ¡Dijo eso a sus siete años!
La novela pronto me habitó
–Hay un cambio entre Ni reyes ni magos y Vivir es peligroso, las novelas anteriores, y Lo que temes no existe. ¿En qué consiste y cuál es el valor literario que consideras que aporta la más reciente?
–Bueno, el punto de vista en las tres es muy diferente, así como las historias. Esta es una novela que se lee en dos días y me tomó dos años tejer, bordar, deshacer y volver a buscar la trama. Es una novela que pronto me habitó y, sin darme cuenta, adquirió vida propia, haciendo crecer a personajes que no eran tan importantes. Ése fue el caso de Javi, a quien no conocía bien al principio y pensé que sería uno más del grupo de Cons, y de pronto se negó y adquirió una fuerza que no esperaba, permitiéndome utilizarlo como vehículo para un montón de cosas que quería decir y la novela requería.
No tengo la menor idea de cuál sea el valor literario que aporta, si es que aporta alguno, lo que sí sé es que había algo que buscaba: la difícil sencillez. Quería decir algo de peso, contar una historia de cierta complejidad con una estructura y un lenguaje que parecieran sencillos, como en la vida diaria. O debieran serlo. Espero haberlo logrado.