Opinión
Ver día anteriorLunes 22 de febrero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Toreros para toreros
V

ibró el cascabel de la fiesta brava, plaza casi llena al conjuro del torear de Pablo Hermoso de Mendoza y Enrique Ponce, que generaron en la afición el deseo de ser cautivas del misterio. Ese misterio de la fiesta que prendió la chispa que envuelve a toros, toreros, y aficionados. En el instante más propicio para el triunfo de dos de los toreros españoles consentidos de la Plaza México.

Enrique Ponce ha tenido un triunfo de verdad –no de orejitas–, en el que trazó su verso con tal seguridad y maestría que parecía ignorante e inconsciente de la muerte que traen en los pitones los toros. El torero valenciano llegó con unas ganas de ser que enloqueció a los aficionados que habían ido a verlo torear y salieron toreando los coches a la Ponce. La intuición parece el punto de madurez de su carrera, al imprimir al quehacer torero un tono melancólico que le da un desmadejamiento del que surgen las sensaciones que transmitía al tendido con la luna de testigo. Es increíble el dominio de los tiempos y espacios: la distancia adecuada que le permitió torear a sus toritos parados, obligándolos a embestir. Tanto así que hasta daban la impresión de encastada nobleza. Lástima que no se entrega a la hora de matar a los toros.

Pablo Hermoso de Mendoza despierta, en su quehacer torero a caballo, dos emociones. La de él mismo y la que recibe el que lo contempla. La primera es más íntima; la segunda más efusiva. Pero en ocasiones, como la tarde de ayer, consigue que ambas sensaciones cumplan una misión adicional, al convertirse en intimidad: torero y aficionados.

Toreo nada fácil: dominador y confidente. Subyugar y estremecer. Un algo de clamor, mucho de sugestión. Ese algo que se da al transmitir. El rejoneador navarro imprime su ritmo, el cual será, a la larga, recibiendo seguro de su emoción. Paralelismo perfecto de su recital torero con la música y danza de los caballos. Tarde de apoteosis de los toreros; nos llenó de esa emoción experimentada siempre que algo nos impresiona profundamente. Nada se razona y las imágenes guardan intensiones duraderas en la contemplación de su prodigio de torería.

La presión de enviar esta nota me hacía dejar en el tintero la bravura del toro Tejocote de los Encinos, de Martínez Urquidi, que le permitió a don Pablo trazar esculturas vivas que ahí quedaron. Todo esto en el final de la temporada de toros…