l mundo según Jack. A la manera de un cuento fantástico, con algunos elementos propios del género (largo cautiverio en una mazmorra, una doncella ultrajada por un ogro inclemente, un niño inteligente e imaginativo, una liberación al cabo de varias pruebas y obstáculos, y un hada madrina, abuela protectora, para un desenlace feliz), La habitación (Room), cinta canadiense del irlandés Lenny Abrahamson, es un relato fascinante y vigorosamente sombrío.
Su inspiración primera, según refiere el crítico británico Graham Fuller (Sight & Sound, febrero, 2016), fue un suceso de nota roja registrado en Austria, donde una mujer, Elizabeth Fritzl, permaneció encerrada durante 24 años, prisionera de su padre, quien abusó de ella y con quien tuvo siete hijos durante ese largo encierro. Ese escándalo mayúsculo inspiró a su vez el documental En el sótano (2014), del austriaco Ulrich Seidl.
Para la película de Abrahamson, la escritora y guionista irlandesa Emma Donoghue adapta su exitosa novela Room (2011), en la que imagina la relación de la madre Fritzl con el más pequeño de sus hijos, para luego trasladar el episodio a una ciudad canadiense, donde una joven de 24 años, Joy Newsome Ma (Brie Larson), cuida y educa, con gran inventiva amorosa, a Jack (formidable Jacob Tremblay), su truffautia- no niño salvaje de cinco años, en una mazmorra doméstica de 30 metros cuadrados. Un espacio muy reducido que con el trabajo perspicaz del cinematógrafo Danny Cohen, capaz de restituir el punto de vista del niño que jamás ha visto el espacio exterior, adquiere dimensiones nuevas. Después de todo, esa miniatura doméstica es el mundo entero de Jack, y cada objeto tiene ahí una personalidad propia: silla 1, silla 2, armario, alfombra, araña, cama, tragaluz, etcétera. El tragaluz es, además, la única vista hacia el mundo exterior, y una simple hoja de árbol pegada a él, condensa toda la comprensión infantil de la naturaleza.
Una decisión inteligente de la cinta es iniciar el relato por su parte media, aludiendo sólo de modo muy discreto a los antecedentes más turbios del cautiverio de Joy. Cuando aparece su celador Old Nick (Sean Bridges) es únicamente para ilustrar la dinámica de poder entre el secuestrador y la cautiva, así como las astucias de esta última para proteger, mediante la negociación sexual, su propia seguridad y la de su hijo. Hay ecos evidentes de la novela de John Fowles, El coleccionista, llevada a la pantalla en 1965 por William Wyler, pero la alusión literaria más interesante es sin duda el mundo fantástico de Lewis Carroll, gracias al cual la imaginación de Jack transforma su sórdida vivienda en un lugar encantado.
Resulta curioso ver hasta qué punto los personajes masculinos aparecen desdibujados en la cinta (el secuestrador, el padre de Joy, la nueva pareja de su madre), como si lo que interesara más al director y a la guionista fuera resaltar el mundo femenino que tanto cobijo brinda a Jack, y del cual depende de manera tan intensa. El propio aspecto del niño es andrógino. Su larga cabellera la conserva tanto en el encierro como en los espacios libres, como seña de identidad y vínculo con su mundo primitivo, ajeno en todo a las convenciones sociales.
Un acierto de la cinta es su manejo de una cámara subjetiva que permite al espectador participar al igual que Jack de su mismo azoro frente a los sucesos más nimios en su pequeña habitación, y de modo muy especial de ese cataclismo visual que supone para él descubrir de pronto el mundo exterior y sus novedades inmensas. La lente se estremece, se empaña o se deslumbra como el propio ojo del niño, y los espectadores parecen ver de modo muy distinto o por vez primera el mundo hasta entonces conocido.
Difícil imaginar metáfora más poderosa que la de un mínimo espacio físico compartido por madre e hijo como prolongación virtual del primer resguardo uterino, o la del asombro y terror del niño frente a esa brusca salida al mundo exterior que tanto semeja a un segundo parto. El terror infantil –tan cercano al Oliver Twist, de David Lean; a La noche del cazador, de Charles Laughton, o a Posesión satánica, de Jack Clayton– tiene en el relato conjunto de Abrahamson y Emma Donoghue una variante perturbadora. A la pérdida del siniestro paraíso donde Jack es feliz, porque nada le disputa su posesión más preciada que es el amor materno, le sigue su violenta caída en un mundo donde los objetos y los afectos parecen ser más triviales, donde la libertad es sinónimo de orfandad, y también el renovado registro de un temible poder masculino. La paulatina reconciliación de Jack con ese amenazante mundo material supone, en definitiva, una liberación final que, en su caso, es el signo de una madurez tan precoz como asombrosa.
La habitación está nominada para el Óscar en la categoría de mejor película. Se exhibe en salas comerciales.
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