Opinión
Ver día anteriorDomingo 21 de febrero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La reunión de la Celac en Quito
L

a reunión de Quito se inició con un discurso particularmente claro de Rafael Correa. Por una parte, criticó la dominación del mercado, fuente de las desigualdades en el continente, y denunció el mito del libre comercio y de los tratados del mismo nombre. Por otra parte, recordó la declaración de América Latina como zona de paz, bajo la presidencia de Raúl Castro. Él afirmó también que la Celac, con el tiempo, remplazará a la OEA. La reunión fue un éxito, reafirmando la posibilidad de una integración pluralista y de algunos pasos, si no anti-sistémicos, por lo menos antihegemónicos, tales como una nueva arquitectura financiera y una mejor redistribución de la riqueza.

Para los procesos de integración latinoamericana hubo desde el principio una doble tendencia, una que empezó con la Conferencia de Panamá, llamada por Simón Bolívar en 1824, y la otra que se inspiró de la doctrina Monroe en 1823. La lucha entre las dos se desarrolló durante los dos siglos pasados. Para la última, la integración hacia el norte significa un proceso dependiente del centro imperial. Es particularmente después de la Segunda Guerra Mundial que se institucionalizó este modelo, con la constitución de la OEA (1948) precedida un año antes por su ala militar, el TIAR (1947). El proyecto abortado del ALCA (1968) tenía por función de completar esta triada. La Alianza para el Progreso, lanzada en los años 60 por el presidente Kennedy, quería realizar una serie de reformas, favorables a una integración norte-sur. Varias otras iniciativas se inscribieron en la misma orientación, como el Plan Puebla Panamá en América Central y el IIRSA (Iniciativa por la Integración de las Infraestructuras de América latina) en América del Sur.

Las anteriores iniciativas de esta tendencia fueron la Alianza del Pacífico (2015), con México, Colombia, Perú y Chile, Estados Unidos, Canadá y los pases del este asiático, menos China, y el Mercado Integrado Latinoamericano (Mila) creado en 2011 entre Perú, Chile y Colombia, para reducir los costos de capital, especialmente en la minería, energía y transporte. Estas últimas iniciativas son claramente estrategias de oposición a los otros esfuerzos de integración, como el Mercosur, la ALBA y hasta la Unasur y la Celac. Con esta corriente integradora hacia el norte debemos recordar que la dependencia es tal en varios sectores, que, por ejemplo, América Latina pierde hasta su capacidad de producir sus propios alimentos.

Al contrario, hubo otras iniciativas con diferentes orientaciones económicas y políticas. Para empezar, podemos citar la Cepal (1948), que no fue instituida por las naciones latinoamericanas, sino por Naciones Unidas y que tiene una dimensión realmente latinoamericana. En 1964 se inició la constitución del Parlamento Latinoamericano que en 1987 se institucionalizó y que tiene 28 países miembros. La afirmación de lo que José Martí llamaba nuestra América estaba presente. En 1973 se fundó el Caricom, la Comunidad del Caribe, con un proyecto bastante completo de integración, no solamente económica, sino también administrativa y con instrumentos jurídicos. Un primer paso en el orden económico continental fue el SELA (1975) con 28 países de América Latina y del Caribe. El Aladi, en 1980, se centró sobre el comercio agropecuario y la preservación del medio ambiente. El Grupo de Río (1986) fue constituido como mecanismo de consulta, al principio con ocho países, después de las experiencias del Grupo de Contadora sobre los conflictos de América Central. Esta última experiencia resultó también en la fundación del Parlamento Centroamericano, el Parlacen, en 1987.

El Mercosur, en 1991, reunió cuatro importantes economías del Cono Sur, más cinco asociados (1991). Sobre una base regional interna nació la CAN (la Comunidad Andina). En 2004 se fundó la ALBA (Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América), reagrupando 10 países de Latinoamérica y del Caribe. Unasur, la Unión de Estados del Sur, con 12 países, nació oficialmente en 2008. El Sucre (Sistema Unificado de Compensación Regional), principio de una desvinculación del dólar, y el Fondo del Sur, todavía en preparación, serán instrumentos claves para el funcionamiento del Banco del Sur, que fue constituido oficialmente en 2009, vinculando a siete países. En 2011, un paso nuevo e importante se realizó con la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELA), reuniendo 38 países de la región y heredera del Grupo de Río y de la CALC. Todos esos esfuerzos cumplen con lo que dice la constitución boliviana: unir a todos los pueblos y volver al Abya Yala que fuimos.

Los pasos hacia la integración no fueron solamente los de la sociedad política o de los mercados. También varios sectores de la sociedad civil tomaron iniciativas en este sentido. Basta citar algunos ejemplos, como la CLAT en la esfera sindical, la CLOC para el mundo campesino, el Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano, la Clar (Conferencia de Religiosos y Religiosas). Para las ciencias sociales, el papel de la Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) y la Clacso, para la investigación han jugado un papel muy importante. Para la cultura se puede señalar La Casa de las Américas, en Cuba.

Una reflexión sobre el proceso de integración latinoamericana nos lleva a descubrir una doble dinámica. Hay primero una evolución progresiva hacia una autonomía del continente frente al norte, que se traduce por un gran número de instituciones tanto económicas como políticas, que a veces son algo dispersas y repetitivas, pero que manifiestan una línea clara. Evidentemente esta orientación se afronta con la resistencia y a veces las contraofensivas de Estados Unidos, con aliados locales que tienen intereses económicos y políticos como intermediarios. La crisis del imperio, interna y externa, ayuda el continente latinoamericano a consolidar su autonomía, pero el combate está lejos de ser terminado. De hecho asistimos a nuevas ofensivas que, por una parte, refuerzan el modelo exportador de energía fósil y de minerales, en función del agotamiento previsible y, por otra, promueven la agroexportación industrial, en el campo de los agrocombustibles y de la alimentación animal. Una neodependencia económica de tan grande dimensión, dominada por el capital financiero internacional, corre el riesgo de reducir considerablemente los esfuerzos por una integración autónoma.

La segunda dinámica es el paso de metas casi exclusivamente económicas y políticas en el sentido estricto de la palabra, a preocupaciones sociales y ecológicas. Eso se nota en la manera en que varias instituciones, que se suceden en el tiempo, definen sus objetivos. En este sentido la reunión de la Celac en Quito fue un paso en esta dirección.

*Sacerdote católico. Fundador del Centro Intercontinental de la Universidad Católica de Lovaina