Opinión
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Protesta social en el viaje del Papa a México
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uchas veces la protesta social se expresa deformadamente a falta de canales claros y directos. En algunos países, como en Francia, lo hace mediante un aumento brutal de la abstención, para castigar a los partidos supuestamente democráticos o izquierdistas que deberían encauzar las luchas.

En efecto, si las derechas crecen, por lo general, no es porque en esos países ganen votos, sino porque el centroizquierda los pierde hacia el partido del no voto. En otros, quienes están insatisfechos con el sistema apoyan transitoriamente a falta de mejor opción a partidos o dirigentes reformistas y centristas que ofrecen un vago cambio político, pero dentro del capitalismo. Esos dirigentes y partidos –Tsipras, Iglesias, Syriza, Podemos– no engañan a quienes los votan, pues no ocultan que presentan, como si fuese nueva, la posición del Partido Comunista Italiano eurocomunista de hace 40 años y dicen que su modelo es Enrico Berlinguer, un reformista honesto y fracasado que no impidió la desaparición de su partido. O, como Iglesias, elogian la política de Tsipras y declaran querer imitarla mientras negocian con el rey y con el Partido Socialista Obrero Español su ingreso en un eventual gobierno capitalista progresista (si este calificativo significa algo).

La posibilidad de una traición de esos dirigentes y la extrema vaguedad de sus programas no pasan desapercibidas, pero reciben, a pesar de eso, los votos de millones de personas, que esperan desestabilizar con su sufragio a los partidos y clases dirigentes, y hasta el apoyo de militantes de izquierda que quieren acompañar a las masas hasta en el error y que, por consiguiente, en Syriza o Podemos engulleron o tragan sapos todos los días.

Otras protestas deformadas son aún más conservadoras. Por ejemplo, la de los sectores populares argentinos que, para castigar a los corruptos y reaccionarios represivos y prepotentes del gobierno kirchnerista, salieron de Guatemala para caer en Guatepeor, votando por los representantes de la derecha peronista y de las trasnacionales. O los más de dos millones y medio de ex votantes chavistas que, sin ser ni proimperialistas ni reaccionarios, abrieron el camino a la reacción y a Washington.

En países sin tradiciones democráticas y laicas, en los cuales el papel de los sacerdotes, para bien y para mal, ha sido siempre muy fuerte, la protesta social puede también canalizarse por la vía del enfrentamiento directo; por un lado, entre la religiosidad popular y, por el otro, la utilización exclusiva que hacen las clases dominantes de la religión como policía del espíritu y matafuego social. También puede provocar en los países cristianos una ruptura de hecho entre la Iglesia (católica o protestante) de los pobres y oprimidos (los Camilo Torres, la teología de la liberación, los Samuel Ruiz y, anteriormente, los Hidalgo y los Morelos, excomulgados por la curia de su época) con los jerarcas de sus respectivas iglesias.

La religiosidad popular, sin duda, tiene fuertes componentes conservadores y reaccionarios (como en el caso del salafismo promovido por Arabia Saudita y el Estado Islámico, antiimperialista, que ésta protege). Sobre todo refuerza la dependencia de una divinidad y de sus supuestos representantes en contra de la autoconfianza y del pensamiento crítico de las individualidades, que son indispensables para la liberación social. Pero mantiene elementos comunitarios (la unión de los fieles), solidarios (haz bien sin mirar a quién), igualitarios (la creencia en la igualdad del género humano), fraternales, caritativos, todo lo cual opone ese tipo de religiosidad sincera a la religiosidad represiva de los ricos, que es sólo un pasaporte para conservar su riqueza y su poder.

El papa Bergoglio llegó a México –en abierta violación del carácter laico del Estado– invitado por los ricos y la jerarquía católica con fines conservadores y estabilizadores del gobierno y del sistema. Pero fue adoptado masivamente por católicos, creyentes o no, de origen popular para pedir paz y un cambio social, cosas ambas incompatibles con el sistema, el gobierno y sus agentes.

El monarca absoluto de una Iglesia rica y poderosa y único intérprete de una fe no puede ser jamás ni democrático, ni progresista, ni mucho menos liberador. Pero en México, como antes en Ecuador y Bolivia, el problema no reside en quién es el Papa, sino en cómo ven su viaje y su presencia millones de indígenas y campesinos cuya fe indudablemente no es la del pontífice o la de los curas. Porque, como pasó en la Revolución Mexicana, aunque esa fe sea conservadora, puede ser también anticlerical y estar en las antípodas de la de la jerarquía eclesiástica.

Francisco lo entendió y criticó tibia e indirectamente a la jerarquía católica y al poder, al mismo tiempo que se esforzaba por apuntalar el conservadurismo en la religiosidad popular (reforzando, por ejemplo, el culto de la familia que el capitalismo disgrega y destruye). Para la gente que lo utilizó para su protesta mansa, lo primero es lo que quedará y se magnificará en el recuerdo. Por eso, la sensación de “¡Uff! Salimos del trance… ahora sigamos como siempre”, del gobierno y del Sanedrín local, durará poco.

En 1945, los obreros azucareros y cortadores de caña de la provincia argentina de Tucumán antes de lanzarse a la huelga sacaban a la Virgen en procesión solemne. Los comerciantes cerraban entonces sus negocios a cal y canto y la policía se armaba y atrincheraba porque, si la imagen policromada fracasaba en su intermediación –como sucedía siempre– le tocaba el turno a la Santa Lucha de Clases y las cosas se ponían invariablemente color de hormiga…

La enorme protesta, ingenua y pacífica, de los pobres de México, es apenas un peldaño en su toma de conciencia. Quienes esperaban que el Papa trajera un cambio se desilusionarán, pero en su inmensa mayoría no se resignarán. Por el contrario, han visto que millones de personas sienten lo mismo en todo el país. No sería de extrañar que recordasen, creyentes o no, lo de a Dios rogando, pero con el mazo dando.… Así sea.