a Unión Europea tenía un futuro promisorio y asegurado. Ahora sus dos más importantes logros se están tambaleando: el euro y la libre circulación.
La Unión Europea, como muchas otras agrupaciones regionales, empezó como un tratado comercial, pero logró avanzar parcialmente hacia la unidad monetaria, a la que se adhirieron 19 de los 28 países que la conforman y a la unidad territorial que se conoce como el espacio Schengen (1999) en el que participan todos los miembros de la UE menos Irlanda y Reino Unido. Por su parte Suiza, Islandia y Noruega, que no forman parte de la UE, integran el acuerdo de liberalización fronteriza.
El primer problema del euro se dio en su propia casa, el Reino Unido se negó a dejar la libra y asumir el euro como moneda oficial. La City, capital mundial del mundo financiero, se negaba a perder su identidad monetaria. El segundo llegó con la crisis financiera de 2008, los países chicos: España, Grecia, Irlanda y Portugal entraron en el espiral de la recesión y no disponían de los mecanismos tradicionales para salir de atolladero.
Al no contar con monedas nacionales, los países en crisis no podían devaluar y así mejorar su economía exportadora u ofrecer mejores condiciones de cambio para los turistas, industria muy relevante para los casos de España y Grecia. Tampoco se podía utilizar la clásica maquinita
para imprimir billetes y salir de apuros, sólo podían endeudarse o ser rescatados por organismos regionales o internacionales.
En el escenario europeo nunca previeron una crisis de esta magnitud, todo era prosperidad y crecimiento. El euro y el mercado común aseguraba la buena marcha de la economía de los países miembros. No fue así, y al parecer no había un plan B para casos de emergencia.
Por su parte, el espacio Schengen, de fronteras abiertas entre los países miembros, generó a su vez una nueva frontera exterior, la de los países colindantes con otros que están fuera de la Unión Europea. En el sur España e Italia enfrentan las oleadas migratorias del Norte de África y África subsahariana, mientras Grecia, Hungría, Bulgaria y Austria sirven de puerta de entrada para los flujos migratorios, principalmente de refugiados, que llegan de Europa del Este, Asia y Medio Oriente.
Las fuerzas exógenas que enfrentan las fronteras exteriores de la UE se resumen en la presión migratoria del entorno vecino, en su mayoría de ex colonias y los interminables conflictos del Medio Oriente que desestabilizan la región y generan cientos de miles de refugiados. Ninguno de los dos asuntos tiene solución a corto o mediano plazo.
La presión migratoria ha cambiado de rumbo, de acuerdo con la coyuntura internacional y afecta a zonas diferentes de la frontera exterior europea. Hace una década España era el problema con las pateras que llegaban de África, luego Italia con la caída del régimen aliado de Gadafi, en Libia, ahora es Grecia la mayor afectada y con menores recursos económicos para enfrentar la crisis.
Las guerras generan migraciones, primero de refugiados que huyen del conflicto armado y luego de migrantes económicos que huyen de las secuelas del enfrentamiento.
Lo saben muy bien las actuales naciones europeas y los millones de personas que tuvieron que emigrar durante y después de las guerras mundiales que se generaron en su entorno durante el siglo pasado.
Hoy día el principal lugar de origen de los flujos que se dirigen a Europa está en Siria, y la causa se explica por la ancestral pugna entre chiítas y sunitas, la dictadura de Bashar Assad y el surgimiento del Estado Islámico.
Pero la libre circulación orienta a su vez los flujos a determinados países de la Unión Europea, en especial a aquellos que tienen mayores recursos económicos pero menor capital demográfico debido al envejecimiento de su población. En ese sentido, la libre circulación entra en crisis tanto por factores endógenos como exógenos.
Otro problema en la UE es demográfico, en su mayoría son países envejecidos, con poblaciones medias mayores de 40 años. El que tiene mayores problemas de envejecimiento es precisamente el más rico de todos, Alemania, con 46.1 años, seguido de Italia 44.5, Finlandia 43.2, España 41.6, Francia 40.9. En Latinoamérica el único país que tiene una media de edad semejante a la europea es Cuba, con 39.9 años, los demás países se ubican en torno a 30 años, algunos arriba, otros debajo de ese umbral.
Los estados envejecidos requieren de sangre nueva y joven. Pero esta no se genera dentro, lo que se conoce como crecimiento natural. Los migrantes son la fuerza de trabajo que aporta por más años a la seguridad social.
No extraña que Alemania haya sido el país que haya acogido a un mayor número de refugiados, cerca de un millón. A corto plazo es una política impopular, pero a la larga se resuelve de manera muy rápida un problema, que por otras vías duraría décadas solucionar. Es más fácil y barato importar a un millón de personas que promover entre los alemanes el crecimiento natural de la población.
Pero más allá de la economía y la demografía, lo que realmente preocupa es la actitud de ciertos políticos, que utilizan el tema de la permanencia en la UE para fines electorales y el impacto que esto ha tenido en los ciudadanos. Es allí donde el futuro de la Unión Europea es más vulnerable.
Es evidente que hay nichos de descontento, pero son los vendavales electorales los que lo avivan.