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Rosario Ferré: in memoriam
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Rosario Ferré (1938-2016), escritora puertorriqueña, quien falleció el pasado jueves. La autora de Papeles de Pandora vivió varios años en México. En la imagen, Ferré con Elena PoniatowskaFoto cortesía de Elena Poniatowska
A

nteanoche, 18 de febrero, apareció en Puerto Rico la noticia de la muerte de la gran escritora y amiga Rosario Ferré, a los 77 años, hija rebelde del ex gobernador de Puerto Rico Luis Ferré.

Rosario Ferré vivió varios años entre nosotros en México y cuando venía de su tierra a la presentación de alguno de sus libros publicados en México, vivía en casa de su editor, su gran amigo Joaquín Diez Canedo. Muy bella, siempre me pareció una estudiante porque solía sentarse en el suelo o en medio de su cama en posición de loto, con sus bluejeans y su suéter de cuello de tortuga. Julieta Campos y yo la considerábamos la mejor escritora latinoamericana. Todavía hoy, su libro Papeles de Pandora, publicado en México por Joaquín Mortiz, lo demuestra como lo demuestran sus ensayos sobre Lillian Hellman o Lezama Lima, George Sand, Anaïs Nin, Cortázar, Borges, Felisberto Hernández sobre quien preparó su tesis de doctorado.

Participó durante años en la vida cultural de México, porque estuvo casada con el escritor y maestro Jorge Aguilar Mora. Leía a nuestros autores y escribió para la revista Textos, que dirigía José Joaquín Blanco, en la que Rosario publicó un ensayo sobre Virginia Woolf y el último libro de Manuel Puig, El beso de la mujer araña.

Recuerdo que la irritaba mucho que le preguntaran si en Puerto Rico se habla español, cuando es el idioma madre que habla todo el mundo. Papeles de Pandora, su colección de cuentos extraordinarios en los que destaca La muñeca reina y sus libros para niños El medio pollito, Los cuentos de Juan Bobo y La mona que le pisaron la cola son un must en la literatura puertorriqueña. Maldito amor, La batalla de las vírgenes, The House on the Lagoon, que ella misma escribió primero en inglés, así como Eccentric Neighborhoods, causaron sensación. También hizo ensayos que han tenido gran repercusión en la literatura de nuestro continente: Sitio a Eros, El coloquio de las perras y El acomodador: una lectura fantástica de Felisberto Hernández.

Julieta Campos de González Pedrero le entregó en Tabasco la presea Juchiman de plata y pasaron en la casa de gobierno unos días de ensueño. Julieta y Enrique González Pedrero solían invitar en Navidad a Octavio y a Marie Jo Paz, al arquitecto Teodoro González de León y a otros intelectuales a disfrutar de las aguas de Tabasco, las mismas que hicieron que el poeta Pellicer exclamara cada vez que regresaba a encargarse de su extraordinario museo de La Venta: “Ya me voy a mis aguas…”

El crítico Ángel Rama ejerció una gran influencia en Rosario Ferré, su discípula. Con su prima Olga Nolla –quien ya murió– Rosario hizo una revista literaria con el estupendo título de Zona de carga y descarga y siempre defendió su identidad puertorriqueña. En la UCLA, en Los Ángeles, dijo en una conferencia: Escribo porque le tengo más miedo al silencio que a la palabra. Escribo porque no sé nunca lo que pienso hasta que lo escribo, lo formulo en una secuencia ordenada sobre la página.

También declaró que había tenido muchas vidas y que en todas sus vidas yo he tratado de hacer una cosa fundamental, devolverle al puertorriqueño su respeto a sí mismo.

La pérdida de la bella y generosa Rosario Ferré, doctora honoris causa de la Universidad de Brown y galardonada con los premios nacionales de Cultura Puertorriqueña, ganadora de la beca Guggenheim, es una pérdida muy grande para la literatura de América Latina, ya que Rosario, además de poeta y novelista, fue gran ensayista.

Siempre recordaré que me envío a su ciudad natal, Ponce, a ver una pintura en el museo construido por su padre, que se titulaba Fleming June, una mujer incendiada y extraordinariamente atractiva, que creí haber sido pintada por algún prerrafaelita y me hizo pensar en Blake, quien escribió sobre la inmortal fuerza de la noche incendiada.