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El regreso a Damasco: los refugiados vuelven a casa mientras se mantiene una paz frágil
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Un hombre carga su bicicleta para cruzar cerca de ruinas y coches en llamas después de un ataque aéreo en la ciudad de Hamouria, al este de Damasco. Imagen de archivo, diciembre de 2015Foto Afp

Damasco.

E

sa es una zona militar, me advirtió un soldado cuando intenté inspeccionar las ruinas al final de la calle Ibn Hawqal.

Pero no pude ver ninguna posición militar siria entre las ruinas, ni siquiera un puesto de control. Esta es una zona militar, me repitió en tono aún más tajante. Entonces me di cuenta. “¿A cuántos kilómetros está el Estado Islámico (EI)?, le pregunté. Por allá, a unos 200 metros, me respondió el soldado.

Vi el camino destruido surcado por las venas que formaba el sol del mediodía; un desierto escuálido lleno de hogares desbaratados, semejantes a todas las calles por las que ha pasado la guerra en Damasco, Alepo, Faluyá, Sarajevo, Beirut, y en los viejos tiempos, sin duda, también Cherbourgo y Stalingrado. Y no hace mucho tiempo en los tiempos de la guerra de mi padre, en los pequeños caseríos a lo largo del río Somme.

No, Esta no es la Gran Guerra, aunque ha durado mucho más, y comparaciones así de alguna manera le restan dignidad a aquellos que tratan de regresar a estas ruinas. Siria es Siria; no Irak ni Bosnia o parte de la guerra mundial, si bien hay árabes que afirman que esto es parte de una Tercera Guerra Mundial. ¿Acaso los estadunidenses no amenazaron con bombardear Damasco? ¿No están las fuerzas rusas bombardeando al Estado Islámico? ¿No está Turquía amenazando con invadir Siria? ¿Y Arabia Saudita?

Pero lo que ocurre en Qadam dice mucho sobre la guerra en Siria. Un tiempo en manos de Jabhat al Nusra, la ciudad se quedó pudriéndose durante tres años bajo el control gubernamental, pero casi deshabitada, hasta que el ejército atacó el norte de Alepo y comenzó a conquistar a sus enemigos a lo largo de la frontera con Turquía, entonces la gente comenzó a regresar a Qadam.

Veintiséis familias llegaron sólo en los pasados 15 días, al igual que algunos ex miembros del Ejército de Siria Libre, parte del mítico ejército de David Cameron formado por, suponemos, unos 70 mil moderados, además de cinco prisioneros liberados de cárceles gubernamentales.

La victoria trae consigo seguridad, aunque sea temporal, y uno puede olerla en las filas principales del gobierno y lejos de Alepo.

Hay menos puntos de control en Damasco. Hay cien mujeres bailando dubka en una ruidosa fiesta de gallinas (de puras mujeres N de la T), en uno de lo grandes hoteles, convoyes de camiones zumban al atravesar la frontera camino a Damasco ahora que el ejército sirio volvió a abrir la carretera principal a Deraa. Los sirios nuevamente conducen por la carretera a Alepo. En la televisión muestran tomas de acción de los paracaidistas sirios entrando en ciudades que no habían sido vistas en tres años. En Qadam, las calles llevan los nombres de antiguos filósofos árabes y viajeros, y todos están regresando.

Existe incluso un comité de reconciliación, ancianos que hablan tanto con los militares como con el Ejército Sirio de Liberación pero no con el EI ni Al Nusra, insisten. Beben café con los soldados del gobierno y comparten muchas comidas.

A algunos de los combatientes del Ejército Sirio de Liberación en al-Qadam se les ha permitido conservar sus armas ligeras una vez que prometieron renunciar a su oposición al régimen, por lo que el gobierno, además, les ha dado alimentos y medicinas. A varios se les ha permitido volver a las filas del ejército, si es que desertaron, con nuevos rangos, por supuesto, y estar nuevamente con sueldo del gobierno. Sí, claro que conocimos a muchos de ellos, dicen los soldados.

Es una guerra sutil. La oposición cambia de bando especialmente ahora que han probado la fruta amarga de la ideología del EI y comprendido el poder de la fuerza aérea de Rusia. Parece que surtió efecto. El silencio se ha asentado en las primera línea de combate.

Siria y Assad son palabras que aparecen pintarrajeadas en rojo en los muros. Los lemas de Al Nusra han sido pintados en azul con un trazo tan pesado que ya nadie puede leer lo que dicen, excepto la palabra Alá. El ejército dejó el nombre de Dios intacto.

A unos 800 metros tres soldados están sentados en sillas junto a un tanque T-72, cobijado por la sombra en un callejón. El cañón del tanque apunta hacia arriba y ellos beben café.

Thaled Fado es parte del comité de reconciliación. Es un trabajador de la construcción y está de acuerdo con que hay mucho por reconstruir. Él quería ser piloto y viajó a Europa para acercarse a su ambición y vivió en Barcelona, donde inevitablemente se quedó sin dinero.

Ahora hay paz aquí, dice. El ejército le quitó este lugar a Al Nusra hace mucho tiempo, pero ahora las personas están regresando. Hablamos con los soldados. Este es mi hogar.

Pero el hogar heredado de su padre no tiene techo, como todas las casas de este pobre y devastado suburbio que fueron saqueadas y quemadas por Al Nusra. Una mujer de vestido verde señala: Este no es todavía el momento de deshacerse del anonimato, para la mayor parte de las personas aquí. Describe cómo apareció Al Nusra en este lugar hace tres años: No los conocíamos y tratamos de quedarnos, pero luego llegaron a nuestro hogar y asesinaron a mi marido y yo huí con mis hijos.

Ahora ella está parada junto a Thaled Fado y le sonríe al extraño que vino a ver este pequeño rincón de la miseria siria. Un soldado barbado sonríe también y creo me dice que estoy en lo correcto. Él acaba de regresar de Alepo.

Su familia vive aquí y él regresó. Lentamente se vuelve claro que muchas de estas familias tenían a hijos en el ejército y que eran leales al gobierno. Al Nusra se volvió contra ellos con saña. Por eso todos las viviendas fueron quemadas, sólo algunas han sido reparadas, pero el minarete de la mezquita local sigue destruido.

Una dama de mediana edad mira por su ventana en una planta baja y ve con cautela a nuestra cámara. Su hogar es ahora una pequeña tienda que vende dulces y panecillos. Supongo que esto es ahora lo que se considera normalidad.

Hay otra señora sentada en en un escalón en la calle, esconde su rostro entre sus manos. Una imagen de desesperación.

Zacharia Ashar, cuya túnica café lo identifica como un hombre del campo, dice que hasta hace poco Qadam era tierra de granjeros; él también está en el comité de reconciliación. Señala que 131 milicianos locales que combatieron al ejército ya regresaron, algunos desde Jordania, bajo el entendido de que protegerán a su gente y mantendrán al EI a distancia.

Algunos de ellos formaron un ejército de apoyo, señala Ashar. Otros trataron de combatir a Al Nusra y Daesh (acrónimo del EI en árabe) y los mataron. Sí, hubo muchos mártires.

Pasarán muchos años antes de que los grandes libros de historia de esta guerra sean escritos y se revelen muchos secretos. En Occidente, con excepción de la crisis de los refugiados, vemos este conflicto sólo cómo una lucha geopolítica. Pero después de los combates en Alepo puede ser escrito que sin importar qué tan temporal ni con cuánto temor, ni qué tan pocas calles quedan en Qadam la gente vuelve a casa.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca