l presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pidió ayer al gobierno ruso que detenga los ataques aéreos contra grupos armados pro estadunidenses en Siria. Casi al mismo tiempo, la cancillería francesa turnó un exhorto similar a las autoridades de Turquía, a las que demandó el cese de los bombardeos terrestres en contra de las posiciones kurdas en el territorio sirio. Ambos mensajes invocaron el cumplimiento de los términos acordados por varias potencias el jueves pasado en Munich para poner fin a las confrontaciones armadas en el país árabe.
En ese encuentro el Grupo Internacional de Apoyo a Siria (ISSG, por sus siglas en inglés), integrado, entre otros, por Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudita, Irán, Turquía y miembros de la Unión Europea, convinieron en entregar ayuda humanitaria a los civiles que se encuentran atrapados en escenarios bélicos y facilitar un cese de las hostilidades entre todas las facciones armadas que operan en territorio sirio, con las excepciones de Al Nusra (el frente sirio de Al Qaeda) y el Estado Islámico (EI), como preludio para un arreglo negociado al conflicto.
Sin embargo, para los gobiernos que han alentado la guerra que afecta al país árabe no está resultando fácil delimitar un enemigo común ni establecer una línea divisoria clara entre los opositores buenos
y los malos
. Occidente ha impulsado desde hace años a una miríada de grupos armados en contra del gobierno de Bashar al Assad, la mayoría de ellos orientados por el fundamentalismo religioso, y en el escenario presente es difícil delinear un panorama claro de la red de alianzas y de rivalidades entre ellos. En este confuso escenario, Washington y sus aliados occidentales han optado por financiar y armar a las agrupaciones moderadas
, coyunturalmente enemistadas con el EI, por más que la categorización no necesariamente coincida con la de Moscú, aliado y soporte del gobierno de Damasco.
El régimen de Ankara, por su parte, ha aprovechado la desestabilización del país vecino para canalizar su histórica hostilidad contra los kurdos, grupo étnico que durante décadas ha sido víctima de masacres por parte de las fuerzas armadas turcas.
En este contexto ni siquiera está claro el alineamiento de todos en contra del Estado Islámico, estrategia a la que Arabia Saudita y Turquía se han sumado con una inocultable ambigüedad.
Así las cosas, el Grupo Internacional de Apoyo a Siria constituye una instancia de intereses encontrados. Cada integrante tiene a sus propios amigos y a sus propios enemigos en el campo de batalla, por no hablar de intereses económicos contrapuestos: por ejemplo, en tanto que los gobiernos occidentales y Rusia ven en el desgarrado país árabe un mercado para su producción de armamento, Turquía compra petróleo barato al EI.
Tal es el complicado y peligroso telón de fondo de los mensajes enviados ayer de Washington a Moscú y de París a Ankara. Además de la prolongación del sufrimiento que padecen los sirios en una guerra en la que se dirimen lineamientos geopolíticos y económicos externos, existe el riesgo real de que las fuerzas de las potencias externas destacadas en el país árabe se enfrenten entre sí, sea por accidente o por efecto de una provocación, y ello podría desembocar en un escenario catastrófico para toda la comunidad internacional.