Escasa convocatoria en el recorrido desde el AICM
no se vio ni madres
Una mujer desafió la seguridad y se paró frente al papamóvil
Sábado 13 de febrero de 2016, p. 5
Casi cuatro horas de interminable espera para los fieles apostados a la vera de Río Churubusco, la ruta papal, para fugaces 20 segundos de contemplar al papa Francisco. ¿20 segundos son muchos o son pocos frente al acontecimiento? Tras el paso acelerado del papamóvil , un joven reniega y concluye lapidario y al borde de la blasfemia: No se vio ni madres
.
Son los mismos 20 segundos que para una devota mujer es un verdadero regalo de Dios que sin duda nunca olvidará. Es la relavitidad del tiempo, la diversidad de sensaciones que provocó, en su trayecto, el papa Francisco.
En las zonas populares, aledañas al Palacio de los Deportes, la afluencia de fieles, a juzgar por el despliegue policiaco, militar, religioso y de protección civil, se quedó muy corta ante las expectativas, como también el ánimo previo al paso del convoy papal. Aunque ciertamente el júbilo estalló en el breve lapso que lo tuvieron frente a ellos.
La ostensible vigilancia no impidió, sin embargo, que una mujer desafiara toda lógica y a todas las corporaciones encargadas de la seguridad papal, para sortear las vallas y pararse frenta al Papamóvil, forzándolo a detenerse a la altura de Churubusco y Sur 77. Rápido, aunque tardía la seguridad la retiró, sin mayor aspaviento del camino, aunque evidenció la fragilidad de la vigilancia, inflexible en casi todo el trayecto.
La primera línea de control, eran los coordinadores de vallas, voluntarios destinados a apuntalar la logística del desplazamiento del Papa por la ciudad y encargados de modular el animo de la feligresía, sea para revitalizarla o para inhibir los pocos excesos que ayer se vieron.
Quien a la vista se percibía como el líder del grupo se pasó toda la tarde en una inútil lucha por el espacio que, justificó, en aras de la seguridad. Su pleito se reducía a retirar 20 centímetros a los fieles de las vallas colocadas en Churbusco, siempre a sugerencia del Estado Mayor, inquietos por los centímetros de distancia de las vallas que deberían guardar los asistentes.
Menudo dilema de los voluntarios, entre controlar la disputa territorial y la necesidad de levantar el frío ambiente entre los fieles. Una y otra vez intentaron, inútilmente involucrar en improvisadas porras a Francisco que para entonces sobrevolaba apenas el sureste del país.
Faltaban casi cuatro horas para el paso del vehículo papal y la convocatoria aún era escasa, como terminaría siéndolo en la zona. Apenas un puñado de gente se aposentaba al pie de las vallas. Edelmira Arroyo, cargaba con el peso de los años y de sus numerosos padecimientos, que no son pocos. Devota de cepa, decidió que el paso del convoy papal ameritaba desconectarse del tanque de oxígeno, compañero casi permanente, para contemplar a Francisco, como lo hizo con Juan Pablo II las veces que vino a la Ciudad de México.
–¿Poca gente?
–Ya no hay católicos comprometidos, responde con resignación, aunque aún confiaba en que “con los fieles que traiga el cura de la parroquia de Santiago Apóstol se aglomeren más fieles”.
Conforme la noche caía, el frío calaba entre las decenas de fieles que esperaban el paso del Papa. Los anuncios radiofónicos del aterrizaje de Francisco, removieron el que para entonces era un alicaído ánimo, mismo que in crescendo se desbordó cercanas las 20:30 horas, dejándoles sólo el recuerdo.