Bellas Artes alojó unas 500 piezas durante tres meses y medio
Sobresalieron obras de Eisenstein, Kandinsky y Mayakovski
Lunes 8 de febrero de 2016, p. a12
Cientos de personas de todas las edades, familias enteras, del país y de fuera, acudieron al Museo del Palacio de Bellas Artes a recorrer Vanguardia rusa: el vértigo del futuro, exposición de medio millar de piezas que llegó a su fin. En tres meses y medio –fue abierta el pasado 22 de octubre– y hasta ayer a las cuatro de la tarde habían entrado 185 mil personas. Durante el fin de semana el museo estuvo abierto hasta las 22 horas. La muestra se había extendido una semana más.
Era notable la seriedad e interés que mostraron los visitantes a la hora de circular por las salas, ya que la muestra, que comprendió pintura, maquetas, bocetos de vestuarios, filmes, carteles, fotografías, libros, dibujos, collages, cerámicas, esculturas, instalaciones y material documental de más de 100 artistas rusos, ocupó todo el espacio disponible del recinto.
Vanguardia rusa era impresionante desde la entrada. Una pared de módulos triangulares, que constantemente giraban, daba la sensación precisamente de vértigo, como el que produjo en su momento, y aún hoy, el arte futurista de tan especial momento en la historia: de 1910 a 1930.
La exhibición abarcaba los movimientos sociales y culturales que habrían de transformar a Rusia en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Entre los nombres más sobresalientes de dicha pared estaban Serguei Eisenstein, cineasta que filmó en México en los años 30 del siglo pasado; el pintor Vasily Kandinsky y el poeta y dramaturgo Vladimir Mayakovski.
Seguramente, después de recorrer la exposición cobraron mayor fuerza figuras como el pintor ruso creador del suprematismo Kazimir Malévich, el director de teatro Vsévolod Meyerhold, el escultor, pintor, diseñador gráfico y fotógrafo Aleksandr Rodchenko, y el artista El Lisitsky.
Después de mostrar a estos y otros protagonistas de la escena rusa, con sus respectivas descripciones, la pared móvil retomaba una impresionante fotografía de un conjunto de bailarines de danza contemporánea.
La primera obra con la que el público se encontraba era una muy conocida de Vladimir Tatlin: una reconstrucción del modelo del Monumento a la Tercera Internacional, que diseñó en 1919. Se trata de una obra emblemática de las vanguardias rusas.
El primero de 10 núcleos temáticos, dedicados a proyectos arquitectónicos, estaba muy concurrido, tanto que resultaba difícil transitar por la sala. Siguieron los espacios dedicados al diseño, visto en buena cantidad de objetos utilitarios, y la obra gráfica dirigida a la agitación política
.
Las expresiones de incredulidad de algunos de los visitantes revelaban que se abría un mundo nuevo y maravilloso ante sus ojos.
De reproductor, el artista se ha convertido en constructor
, expresaba Lisitsky en una película proyectada en unas de las mamparas. Más adelante Malévitch ilustraba poemas de Mayakovsky, así como sus propios versos.
Seguía el gran núcleo de la pintura. El cuadrado negro sobre fondo blanco de Malévitch puede considerarse el icono del suprematismo, definida como la prepondernacia de la sensibilidad pura en las artes figurativas.
El cubismo ejerció su influencia de la pintura rusa de principios del siglo pasado, como se pudo observar en los cuadros presentados. También se desarrollaron corrientes como el rayonismo.
En la siguiente sección, dedicada al cine, se exponían distintas vertientes fílmicas de la vanguardia ruso-soviética, como las experimentaciones futuristas de Dziga Vertov, las atmósferas líricas de Vsévolod Pudovkin y los montajes de Eisenstein.
No podían faltar la música, una de las artes rusas más conocidas, junto con la experimentación sonora. Bastante espacio se le dedicó a las artes escénicas; también se pudo dar cuenta de la influencia de los movimientos vanguardistas dentro de la literatura y la edición.
El núcleo reservado para la fotografía ya no se encontraba como se había anunciado.
Menos gente había en el último apartado que resguardaba los dibujos eróticos de Seguéi Eisenstein, tal vez por la advertencia sobre el contenido de los mismos, o porque la sala Paul Westheim está un poco escondida.