n varias ocasiones hemos hablado de lo fascinante que resulta descubrir las antiguas acequias en el trazo ondulante de algunas de las calles del Centro Histórico. Una de las más evidentes es la calle República de Perú, vía que serpentea a espaldas del hermoso templo de Santo Domingo y penetra en las entrañas del añejo barrio de La Lagunilla. Al cruzar República de Argentina toma el nombre de Apartado, por la institución encargada de separar el oro de la plata y demás metales, antes de que se utilizaran para acuñar monedas. Del áureo metal había la obligación de apartar la quinta parte para enviarla al rey; de ahí el que se conocía como el Quinto Real, que se aplicaba a innumerables productos.
Ya hemos platicado que a este lugar se trasladó en el siglo XIX la Casa de Moneda, que funcionó aquí hasta 1992 y que todavía se conservan las instalaciones como un notable museo de sitio. A esta antigua acequia llegaba originalmente la traza de la ciudad española en la zona norte. Al otro lado se ubicaron originalmente los barrios de los indios y paulatinamente se integró a la urbe. Esto la salvó de la especulación inmobiliaria que se dio en otras áreas, que llevó a la destrucción de valiosos inmuebles para edificar edificios modernos.
Ello permitió que se conservaran magníficas construcciones de siglos pasados, muchas de ellas de departamentos, la mayoría con su patio y balcones con bellas rejas de hierro forjado, al igual que las casonas unifamiliares. Buena parte de esas edificaciones se convirtieron en vecindades que al paso del tiempo, sin tener mantenimiento, entre otras causas por las rentas congeladas, sufrieron severo deterioro. A raíz de lo sismos de 1985 muchas de ellas padecieron graves daños, por lo que tuvieron que ser desalojadas. El gobierno emprendió un programa para rehacerlas. Se facilitaron créditos de muy bajo interés para que los antiguos habitantes pudieran regresar ya como dueños.
Este es el caso de la vecindad que se encuentra en la calle de Chile 26, a unos pasos de Perú; en este sitio, en el departamento 202, se encuentra El Comedor. Los que hayan visitado Cuba en las dos últimas décadas habrán visitado un paladar
; son casas de familias que dan de comer a los visitantes. Aquí hay un concepto parecido; la señora Virginia Morales vive hace más de medio siglo en este sitio. Cuando regresó a ocupar el departamento tras el temblor, se lo entregaron en obra negra, lo terminó con un gran encanto. Lo decoró con azulejos, bonitos cuadros y muebles. Hace cinco años sus hijos Maritza y el chef Francisco (Paco) le propusieron poner unas mesas en el espacio que ocupaban la sala y el comedor y servir de comer.
El deleitoso descubrimiento fue gracias al joven cronista Jorge Pedro Uribe, quien vive en la zona y es un cliente habitual, al igual que personal del cercano Colegio Nacional y de algunos museos. Funciona de lunes a viernes y cada día de la semana ofrece un menú distinto. Compran los productos en el Mercado de San Juan, y aprovechan los productos de temporada, siempre frescos y en su punto. Paco crea platillos sabrosísimos y sanos. Algo especial es su sopa de queso, que no tiene nada que ver con esas cremas amarillas y espesas que dan en otros sitios. Este es un fino caldo maravillosamente sazonado con hierbas, en el que navegan unos trocitos de queso que se derriten en el paladar.
Les comparto la comida de un martes: crepas de aguacate con salsa de cilantro, pollo Tlatlahuiltepec o carne de res con salsa cazadora. Incluye aguas frescas, postre y café. El espacio es acogedor y luminoso, con dos lindos balcones a la calle con la vista de un frondoso fresno. La atención de la encantadora Maritza, el ojo vigilante y cálido de doña Virginia y Paco en el fogón, ofrecen un pequeño oasis gastronómico en una zona del Centro Histórico que está luchando por su plena recuperación. Hay que hablar antes de ir porque el cupo es pequeño: 5529-9366 y celular 04455 5299-2496.