Opinión
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Perfiles partidarios
L

a base de sustentación de los partidos que permite la continuidad del modelo de acumulación vigente tiende a presentar semejanzas notables. Fenómeno similar acontece con los simpatizantes de aquellos partidos que propugnan por un cambio hasta de sistema completo. Las similitudes y diferencias son destiladas por varias razones, pero, a pesar de ello, pueden encontrar puntos en común. Por el lado conservador (derecha) las confluencias son fáciles de percibir. Los partidarios del Partido Popular (PP) español y del PRI mexicano, por ejemplo, se hermanan en varias características de sus mayorías votantes: bajos ingresos, ruralidad y escaso nivel educativo como sellos distintivos. En la última elección española el PP obtuvo más de 50 por ciento de sus votos en territorios donde sólo vive 20 por ciento de la población de ese país. Este resultado lo hace factible una legislación que privilegia localidades de baja densidad poblacional sobre los centros urbanos. Condiciones (trampas) impuestas desde el inicio de la llamada transición que tuvo el objetivo de preservar la hegemonía del grupo franquista dominante. El PRI, durante el proceso de 2012, inesperadamente, logró un fantástico cúmulo de simpatizantes en zonas de alta marginación, todos susceptibles de múltiples manipulaciones. Aun considerando tales peripecias, tanto del PP como del PRI, apenas alcanzaron un magro 29 por ciento de la votación total. Es fácilmente entendible que, con menos de un tercera parte del electorado, el respaldo sea insuficiente para llevar a cabo las tareas de gobierno con la legitimidad exigida en estos azarosos tiempos. Tan exiguo soporte popular, en el caso del PP, le ha impedido formar gobierno. Para superar tal situación se recurre a fuertes presiones cupulares (empresariado de gran nivel) para sumar a los dirigentes del PSOE y permitir a Mariano Rajoy ser, de nueva cuenta, presidente español. El PRI, sin embargo, mediante una serie de alianzas, altamente cuestionables en su ética, con el cuestionado PVEM y Nueva Alianza, llega a incluir una ley compensatoria (8 por ciento) para alcanzar la mayoría. De esta singular manera se arroga la facultad de imponer un diseño, por demás autoritario, sobre el resto de los mexicanos que, sin duda, no dieron tal mandato continuista.

Los apologistas de la continuidad apuntan a un hecho innegable: cierta penetración priísta en los sectores medios. En ellos coinciden con el grueso de los panistas, segmento inclinado, por conveniencia y subordinación, a la continuidad del modelo.

Las comparaciones anteriores pueden extenderse a otros procesos político-electorales de la actualidad. Una bastante extraña incluye a lo que viene aconteciendo en Estados Unidos. La candidatura de Donald Trump (independiente dentro de los republicanos) es crecientemente apoyada por individuos blancos de bajos ingresos y poca educación. Tiene, este grupo de electores, un rasgo adicional: se sienten presionados, hasta atropellados en sus derechos, por los inmigrantes. Piensan que tanto estos sujetos ( ilegales o no) abusan de su sistema de salud y demás beneficios (educación, empleo) sin pagar los debidos impuestos. El creciente enojo por tal circunstancia se empareja con otra circunstancia: el miedo a lo distinto que les puede causar daño y ante lo cual deberán defenderse (Tea Party) Ven en un personaje como Trump alguien que los preservará de tales daños. Es por razones como las anteriores que su candidatura, lejos de frustrarse por los continuos errores que usualmente comete, se ve con apoyos que pueden permitirle alzarse con la candidatura republicana.

Los que se sienten abocados a introducir cambios (de drásticos a moderados) en el actual modelo imperante se agrupan en los llamados partidos de izquierda. Éstos llevan a sus filas grupos humanos con mayor escolaridad, niveles medios y altos de ingresos, urbanitas dotados con mejores herramientas para su desarrollo individual. Este conjunto de hombres y mujeres son, por lo general, los que impulsan a Podemos en España o a Morena en México. Tanto el PRI como el PP se distinguen, en la actualidad, por la extendida corrupción e impunidad que reproducen en sus filas. También se han ido definiendo por la caducidad de su oferta programática. Sus mismas narrativas se identifican cuando recurren a defender sus posiciones o cuando atacan a sus contrincantes de la izquierda: los denuestan llamándolos peligrosos, irresponsables o chavistas.

El novedoso fenómeno encabezado por el senador Sanders en Estados Unidos también ha logrado adherir a cuadros similares a los de Podemos o Morena. La juventud y, en especial, la inconformidad con lo establecido (desigualdad) permite integrar un batallón creciente y decidido que empuja a sus líderes y candidatos. En este complejo ejército de apoyadores, de firmes posturas, la honestidad y congruencia son características exigibles e indispensables, tanto para los factibles funcionarios gubernamentales como para el propio liderazgo partidista. La dura lucha a desplegar por estos contingentes los obliga a verse, a sí mismos, como actores de una transformación de gran alcance: revolución política la llama Sanders y de conciencia la proclaman AMLO y Podemos.