a fuerte crisis económica desatada en 2008 provocó en Estados Unidos lo que se conoce como la gran recesión. Se evitó, con las políticas monetaria y fiscal, contener una depresión como la de los años 1930, pero el costo social de ese periodo es, sin duda, muy significativo.
La muy visible cobertura en los medios de comunicación de las medidas implementadas por la Reserva Federal, con la enorme expansión de la liquidez en los mercados financieros y la acumulación de la deuda pública, no se esconde por el gran costo que ha tenido en las condiciones de los trabajadores, en la magnitud del desempleo y, en general, en la extensión de la pobreza en ese país.
No hay discurso político capaz de tapar los hechos que se han enfocado en el asunto de la gran y creciente desigualdad generada en esa sociedad. Además, no hay confianza en que la situación haya llegado a un punto en el que se va a mejorar. Ni las condiciones internas ni externas apuntan a un periodo de recuperación sostenible a mediano plazo.
Luego de varios meses de campañas entre los precandidatos de los partidos Republicano y Demócrata a la Presidencia se llega hoy a los famosos caucus, que se inician en el estado de Iowa. Esto es un sistema de asambleas partidistas en el que, mediante un proceso singular, se decide quién entre los aspirantes tendrá la nominación del partido para la elección a presidente.
En el periodo previo a Iowa han destacado, de modo ciertamente distinto, Donald Trump, por los republicanos, y Bernie Sanders, por los demócratas. Uno por la derecha y otro por la izquierda, y ambos con discursos contra el establishment político y económico que controla el poder.
Trump mantiene un discurso rupturista que ofrece hacer a América grande otra vez
. Es parte de la elite y trata de desmarcarse de los políticos convencionales. Se basa principalmente en sus éxitos empresariales, capacidad histriónica en su reality show de la televisión y su autodenominada excelencia como negociador. Trump, centro del universo.
Con ello no sólo ha embestido contra Obama, sino contra muchos de sus oponentes en esta carrera por la nominación. Ha roto reglas, insultado a quien se le enfrenta y sostiene posturas políticas que son muy cuestionables. Pero lo cierto es que ha demostrado que tiene una audiencia entre los miembros de su partido, lo que contrasta con el intento fallido de los conservadores más acendrados por detenerlo en el camino de la nominación, cosa que es cada vez más difícil. Vale preguntar qué es más notorio, si lo que puede llamarse el estilo Trump o el hecho de que tantos acepten su mensaje.
Del otro lado está Sanders, autoproclamado demócrata socialista en un país en el que ello no atrae grandes apoyos. Pero su discurso es claro y definido. No esconde la base de su propuesta, que es la creciente desigualdad económica. Tampoco se retrae al afirmar que, en efecto, subirá los impuestos, especialmente para alcanzar una cobertura universal de servicios de salud y apoyar otros gastos sociales.
Subir impuestos es, en Estados Unidos, una especie de anatema político. Bill Clinton, en consonancia con la marea liberalizadora de Reagan, declaró en su momento que el tiempo del big government había pasado. Sanders no se arredra y destapa el tema fiscal.
Thatcher dijo que el problema del socialismo es que eventualmente se acaba uno el dinero de los demás
. Pero resulta que en el capitalismo más liberalizador también se acaba el dinero de los demás. Como prueba está el saldo enorme de la deuda pública y la quiebra de los hogares endeudados en los países desarrollados. También la gran concentración del ingreso y de la riqueza, que se ha provocado en el marco de la globalización.
La disputa por el excedente es la clave de toda sociedad. El capitalismo global la había planeado detenidamente y el conflicto que ello representa se exacerba de modo creciente. Este es el ambiente en que Sanders ha encontrado eco y hasta ahora ha logrado modificar el discurso más convencional, cuando menos el de la derecha del partido demócrata. En este respecto destaca Hillary Clinton y se pone en una órbita distinta de lo que representa Trump y no menos de su estilo zafio y golpeador.
Sanders se enfrenta a lo que está más férreamente instalado entre los demócratas y que se identifica con la dinastía Clinton. Al parecer se ha desmoronado la posibilidad de que la disputa en estas elecciones estuviera entre ésta y la dinastía Bush; el hermano menor no ha dado la medida.
Por supuesto que los expertos fiscales, esencialmente conservadores, hallarán que las propuestas de Sanders no pueden financiarse, pero tampoco lo consiguen los republicanos con su fe en el gasto de los más ricos ni los demócratas en su versión más popular, como la actual en el gobierno. La fiscalidad entraña conflictos, y de eso trata la política. Sanders ha cambiado los temas y ha habido quién lo escuche.
Dicen que puede ganar Iowa y lanzarse por Nueva Hampshire. Clinton tiene el espectro de lo que sucedió en esta misma etapa frente a Obama, cuando éste fue electo. Los expertos dicen que ella ganará la nominación del partido. En todo caso, se ha abierto un resquicio en el discurso que llegó a llamarse único y que perduró por un cuarto de siglo.