orante de la Puebla llegó a la Plaza México y no hubo más luna, ni horizonte, ni aire que su torería.
¡Aire que llevaba el aire!
¡Aire que movía el capote de Morante!
¡Aire que abría el camino a su muleta!
¡Aire que llenó de luminosidad la Plaza!
Luz de torería que era fuego, ¿cómo esperaba el torero nacido en Puebla del Río al torillo? Al llegar a jurisdicción engancharlo por delante en la muleta y vengan ayudados, naturales de dentro a afuera y de fuera a adentro. Todo muy natural: torería y hondura. Los remates por debajo de la pala del pitón en la cadera, pases que recibían al dócil torillo y la muñeca mágica del torero lo volvía carretilla.
Morante de la Puebla se enredó con Debutante de Teófilo Gómez y después de inmortalizarlo generó una nueva pasión, original, difícil de describir. Pocos, muy pocos toreros la viven y contados la consiguen transmitir. Emoción de algo más
de algo diferente que enloqueció a los cabales y aficionados en la Plaza México. Pinturas, recuerdos que regaló el sevillano del interior de sí mismo. Pinturas sólo contemplables tan relajados como lo estaba el torero español que puso su bandera en el ruedo de la México.
Difícil le puso la papeleta al diestro madrileño José Tomás que toreará el último día de mes, en corrida que será una raya en el agua. Por lo pronto, con Morante simbiotizado con el público y rendido el bobalicón torito de Teófilo, después de dominarlo parecía jugar en la placita de tientas de una ganadería. No importaba, Morante era un asombro colmado por el tacto con que era mecido el torito: suave al pasar que no embestir con la delicadeza a que lo obligaba el mando con que era embarcado y templado, merced al giro quebrado de su muleta y el capote –esas chicuelinas y el remate con la media, inmejorables.
El toreo en manos de Morante de la Puebla fue el día de ayer otra cosa: ¡¡¡ese algo!!!