Astados de Arroyo Zarco, sosos y débiles; algunos, con calidad
Lunes 4 de enero de 2016, p. a35
En la duodécima corrida de la temporada, con otra pobre entrada, una repetida combinación diseñada por el enemigo
y un encierro más en el que hubo sosería más que bravura, de repente surgió la magia negra de la lidia
y el milagro tauromáquico, gracias a la personalidad torera y los buenos oficios de Ignacio Garibay, de 39 años de edad, 15 de alternativa y sólo cuatro corridas toreadas en 2015, que con su lote de Arroyo Zarco corroboró que sigue poseyendo cabeza, corazón, cojones, carisma y conciencia vocacional.
A su primero, Mágico, con 480 kilos, un castaño girón comodito de cabeza, lo recibió con templadas verónicas –Garibay es de los que mejor ejecutan el lance fundamental del toreo– y tras el puyazo quitó por navarras. Tardo y de escasa transmisión, pero claro, llegó el astado a la muleta e Ignacio, con un oficio y un sitio como si toreara cada semana, logró rogarle
tandas con calidad y sentimiento con ambas manos que de inmediato conectaron con el tendido. La petición fue mayoritaria pero lacolocación de la espada impidió que se le otorgara una oreja. Sin embargo, la clamorosa vuelta al ruedo confirmó la elocuencia de su sentida y refinada tauromaquia.
Lo mejor de la tarde vendría con su segundo, el paliabierto Ilusión, con 511 kilos, que en el último tercio acusó nobleza, transmisión y recorrido, permitiendo una faena de altos vuelos por ambos lados, inspirada, fluida y estructurada, con muletazos largos, templados y sentidos, llevando al burel embebido y fundiéndose en series magníficas muy bien rematadas que volvieron a emocionar a los asistentes, en ese don de la conexión que poseen algunos, incluido Garibay. Se fue por derecho y dejó una estocada casi entera en buen sitio que bastó. Y ahora sí, un público entusiasmado por aquella obra torera exigió las dos orejas, que con acierto otorgó el juez Gilberto Ruiz Torres, quien ordenó arrastre lento a los despojos del noble animal. Ojalá el resto de los empresarios taurinos del país se fijen de nuevo en este renovado Ignacio Garibay y atinen a aprovecharlo, pues a la fiesta de México y a los públicos les urgen toreros con su personalidad y madurez.
Lo demás fue lo de menos. El segundo espada, Pedro Gutiérrez El Capea –36 años, 11 de matador y 16 tardes, 10 en España y seis en México en 2015– mostró disposición y escasa evolución en muchos lances y muletazos de rodillas, incluso antes de fijar a sus toros. Su primero, soso y pasador, tumbó a la cabalgadura por exceso del tranquilizante que se ha administrado a lo largo de la temporada, y evidenció que lo que algunos críticos positivistas llaman reciedumbre
no es sino una insuperable tiesura al realizar las suertes, tanto con el capote como con la muleta. Su segundo, Oro puro, un precioso castaño brocho de encornadura, que dio una vuelta de campana en los doblones iniciales, merecía mejor suerte por su embestida larga y repetidora, pero ni la colocación ni el temple acompañaron la labor del salmantino.
El hidrocálido Mario Aguilar, que tantas esperanzas hiciera abrigar, como diría el soso ripioso, con 24 años, seis de alternativa y 10 tardes el año anterior, toreó con calidad capotera a su primero, dejando una media maravillosa, pero sin poder remontar lo deslucido de la embestida, y con su segundo, que pedía mando, no atinó a someterlo y todo quedó en detalles aislados sin que le luciera su rodaje. Ojalá esta vez el negro de la foto traiga pitones y no casco.