Opinión
Ver día anteriorDomingo 3 de enero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Renacimiento
Y

a es un hecho el renacimiento oficial de la Ciudad de México, nombre ancestral que perdió en 1824, cuando se le tituló Distrito Federal.

Dicha designación, de carácter político-administrativo, no logró que la mayoría de la población dejara de referirse a la entidad como ciudad de México. Al margen de las ganancias económicas y políticas que supuestamente va a obtener, vuelve a presentarse el tema del gentilicio. ¿Cómo debemos nombrarnos? ¿Capitalinos?, ¿tenochcas?, ¿chilangos?

Sobre el origen de este último término hay diversas teorías; vamos a recordar algunas de ellas:

El viajero inglés William Bullock, tras un recorrido por nuestro país, publicó en 1823 un libro que tituló Seis meses en México, acompañado de dos dibujos de vistas de la capital, tomadas desde las torres de la Catedral.

Entre las historias pintorescas que platica de la ciudad de México, habla de los carroceros, dulceros y panaderos, a los que acusa de esclavizar a los operarios que trabajaban sin ningún descanso. Narra que existían no menos de 30 mil huachinagos, individuos harapientos cuya ocupación era la de aguadores, barrenderos o mendigos. Esto ha dado lugar a que entre las diversas teorías del origen de chilango, algunos afirmen que viene de la palabra huachinago.

Andrés Henestrosa, archivo vivo de la urbe (murió lúcido a los 102 años), platicaba que a los habitantes del altiplano, por la altura, se les ponían los cachetes colorados, por lo que les llamaban huachinangos, que al paso del tiempo derivó en chilango.

Griselda Álvarez, la destacada poeta y primera mujer gobernadora, afirmaba que el apelativo se les dio a los capitalinos que visitaban el puerto de Veracruz y se ponían colorados por el fuerte sol al que no estaban acostumbrados. La cuestión es que de la derivación de huachinango vendría lo de chilango, que también puede ser, decía doña Griselda, una herencia de la palabra chile, que tiene tantos significados.

Sea cual fuere el origen de la palabra chilango, esa designación para nombrar a los ahora antiguos defeños se ha ido imponiendo. Durante una época, en algunas entidades se le atribuyó un dejo despectivo que se ha perdido. Ahora ya hasta tenemos una revista. Quizá deberíamos considerarlo.

El tema nos trajo a la mente a los españoles que conservan fieramente su origen y gentilicio: gallegos, andaluces, navarros, vascos, catalanes, asturianos, madrileños y demás. Cada grupo, orgulloso de su origen, se distingue en costumbres, tradiciones, manera de hablar e importantísimo: la gastronomía.

Las suculencías marinas de los gallegos: el centollo, el bogavante, el inmenso buey de mar, pulpos, percebes y decenas más. Los castellanos con lechón, cochinillo y cocido. Los navarros con sus truchas, cogollos de lechuga y espárragos blancos, que se deshacen en el paladar, qué decir de los valencianos con su variedad de paellas, y así podríamos seguir.

A fines de la década de los años 30 del siglo XX, arribó a México el exilio republicano español; en la ciudad de México surgieron restaurantes que ofrecían comida de las distintas regiones de ese país. Muchos han desaparecido, pero por suerte sobreviven algunos como el Círculo Vasco Español, ubicado en la calle 16 de Septiembre número 51. Sitio de tradición, ocupa el espacio donde estuvo el Sylvain, de gran prestigio durante el siglo XIX. De esa época sobreviven unos grandes espejos que adornan el salón principal, decorado con elaborada yesería, que le imprime un elegante ambiente decimonónico.

Entre semana, además de la carta con especialidades de la cocina vasca, ofrece un menú de cuatro tiempos, económico y sabroso. Los fines de semana es el gran agazajo por su bufet de 30 platillos, con lo que se le ocurra de la comida española: caldo gallego, mariscos, carnes, fabada y, por supuesto, paella. La variedad de postres invita a probar un poco de cada uno: natillas, arroz con leche, flan, profiteroles y... se me acabó el espacio.