or supuesto votar por Podemos es el único camino posible para los trabajadores y los demócratas que padecen el capitalismo español, con su monarquía corrupta y con la alternancia durante años en el gobierno entre neofranquistas y liberalsocialistas que aplicaron las mismas políticas derechistas. Podemos, por lo menos, permite el democrático derecho al pataleo y una ocasión para unirse, movilizarse y organizarse, lo cual es fundamental. Además, es un paso adelante en el terreno electoral, que es un reflejo deformado de la lucha social real contra el régimen opresivo y conservador de banqueros españoles e internacionales, ex franquistas, obispos del Opus Dei y sus sirvientes más fieles al capitalismo que sus patrones, como Felipillo el Pillo
González, socialista
más que desteñido.
Porque hoy la crisis del sistema –y de los dos partidos que se alternaban en el poder, el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que en conjunto perdieron 6 millones de votos en las elecciones recientes– concede a Podemos un papel político estratégico y lo coloca, al mismo tiempo, ante una disyuntiva.
Ahora deberá decidir si se define como partido parlamentario uniéndose con el PSOE y con partidos de izquierda
o nacionalistas menores, con tal de entrar en un gobierno que tratará de administrar la crisis capitalista y defenderá al capital de España, de Europa y de todo el mundo, a costa de los trabajadores y pobres del Estado español, o si, por el contrario, se niega a terminar como Syriza en Grecia y se dedica a construir en las luchas sociales las bases para una alternativa al sistema.
La dirección de Podemos-Pablo Iglesias y los jóvenes profesores de la Universidad Complutense provienen del eurocomunismo español y pasaron algunos por Izquierda Unida, la agrupación frentista creada por éste. Rompieron con Stalin, pero no con el estalinismo y su referente teórico son Enrico Berlinguer y el Partido Comunista Italiano, cuya rapidísima degeneración y posterior y desastrosa disolución no ha sido ni estudiada ni tenida en consideración por ellos, que apoyaron a Alexis Tsipras (otro eurocomunista berlingueriano) incluso después de su capitulación total ante la troika europea, que Pablo Iglesias consideró inevitable y correcta.
Otra influencia teórica es la de Antonio Negri-Michael Hardt, con su idea de la multitud
como sujeto del cambio social, y la de Ernesto Laclau, el teórico del kirchnerismo, que niega la existencia de la lucha de clases (¡en un país como Argentina, donde la burguesía es ferozmente agresiva, acaba de reducir las jubilaciones en la provincia de Córdoba y añora la dictadura militar antisindical y antiobrera!) y sostiene un vago populismo. A los escombros del eurocomunismo, que ellos creen una segura morada, se añade por último como cobijo teórico el ejemplo del progresismo
latinoamericano mal comprendido.
Porque, para ellos, como para Álvaro García Linera, el vicepresidente boliviano, el Estado –que sigue siendo capitalista– sería el sujeto del cambio anticapitalista futuro no se sabe bien por qué y ahora tendría como función organizar una fase
anterior al socialismo (según las teorías de Stalin) o sea, modernizar el capitalismo en Venezuela, Bolivia, Argentina, Brasil, Ecuador, Uruguay y construir con el aparato estatal una burguesía nacional patriótica
y antimperialista que existe sólo en sus sueños.
Como, además, creen que quien dirige los procesos de cambio social es el aparato estatal que sigue a un Líder y sobrestiman su propia capacidad, esos jóvenes académicos trabajaron todos como asesores políticos, sobre todo de Hugo Chávez, esperando modificar la Historia por la oreja del Líder, que escucha muchos otros asesores y decide por sus pistolas.
Ahora bien, el cambio no depende de los Líderes iluminados, sino de la conciencia y organización no de la multitud
(Negri) o de los jóvenes
(Laclau), sino de los explotados y oprimidos que interactúan con el Líder y en los cuales éste se apoya (para intentar un cambio social, como Chávez, o para frenar su impulso y preservar al capitalismo, como Perón, o para inventar un capitalismo andino, mezcla entre los restos comunitarios y el neodesarrollismo, como plantea García Linera).
Como en España no buscan un cambio de sistema, sino apenas modificar en sentido democrático la Constitución y las instituciones del postfranquismo, creen aprender del progresismo
latinoamericano (chavismo, kirchnerismo) hoy en una fase crítica, sin analizar ni las causas y características del mismo ni su evidente fracaso actual.
La política neodesarrollista y extractivista compensada en parte en los sectores más pobres por el asistencialismo y el distribucionismo de una parte de los ingresos sólo fue posible en una fase, ya desaparecida. En ella los altos precios de las materias primas que esos países capitalistas dependientes exportaban permitían mantener una alta tasa de ganancia para los capitalistas, una fuente de lucro ilegal (corrupción) en el ámbito estatal y un mercado interno altamente subsidiado. Ahora, en tiempos de vacas flacas, los capitalistas vuelven a necesitar reducir los salarios reales, aplastar las protestas sociales y obreras, imponer métodos represivos y hasta dictatoriales y utilizar el aparato estatal como instrumento desnudo de las trasnacionales y del capitalismo (de lo cual es un ejemplo el gobierno argentino de gerentes de grandes empresas trasnacionales).
Pablo Iglesias dijo, hablando de los anticapitalistas, que se queden con la bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar
(diario Público, 26/06/15). Cree, como creía Berlinguer, que llegar al gobierno a cualquier precio es conquistar poder. Pero el poder no viene del gobierno capitalista. Se construye pacientemente en las calles, con un programa alternativo que eleve la conciencia ciudadana, además el capitalismo –un régimen basado en la explotación de los trabajadores– es irreformable.