ste ha sido un mal año para los partidos en el poder que enfrentaron elecciones. Han estado perdiéndolas, si no por completo, sí relativamente. La atención se ha estado enfocando en una serie de elecciones donde los así llamados partidos de derecha se desempeñaron mejor, algunas veces mucho mejor, que los partidos en el poder considerados de izquierda. Los ejemplos notables son Argentina, Venezuela, Brasil y Dinamarca. Y uno podría añadir a Estados Unidos.
Lo que está menos comentado es la situación inversa –partidos en el poder que son de derecha
, y que perdieron ante fuerzas de la izquierda, o por lo menos perdieron en términos de porcentaje y en los escaños que habían obtenido a nivel nacional y/o a nivel provincial. Esto ha sido cierto en Canadá, España, Portugal, Italia e India.
Tal vez el problema no esté en los programas propuestos por los partidos, sino en el hecho de que los partidos en el poder son culpados por las malas situaciones económicas. Una reacción, que hemos visto casi en todas partes es el populismo xenofóbico de derecha. Y otra reacción es exigir más, no menos, medidas propias del Estado benefactor, que se dice son contra la austeridad
. Por supuesto se puede ser xenofóbico y estar contra la austeridad, al mismo tiempo.
Pero si un partido alcanza el poder y tiene que gobernar, se espera que haga la diferencia en lo relacionado con las vidas de aquellos que votaron por ellos para llegar al poder. Y si no pueden lograrlo, pueden enfrentar una severa reacción en las elecciones del futuro, a veces muy pronto. Esto es lo que el primer ministro Modi, en India, aprendió cuando (menos de un año después de barrer en las elecciones nacionales) su partido tuvo un mal desempeño en las elecciones provinciales en Delhi y Bihar, donde su partido lo había hecho muy bien justo antes.
No creo que esta volatilidad vaya a cesar pronto. La razón, pienso, es muy simple. Los mantras neoliberales de crecimiento y competitividad no han sido capaces de reducir significativamente la tasa de desempleo real. Como resultado pueden ante todo forzar la transferencia de riqueza de los estratos pobres a los más ricos. Esto es muy visible y es lo que conduce a la denuncia de los programas de austeridad.
La reacción xenofóbica responde a una necesidad psíquica, pero de hecho no conduce a un mayor desempleo, y por tanto tampoco a un mayor ingreso real. Tales votantes pueden retirarse entonces de la política electoral, como pueden hacerlo quienes persiguen objetivos de izquierda, como el fijar mayores impuestos a los ricos. A su vez, los gobiernos –de centro, de izquierda o de centro– tienen menos dinero para cualquier medida social de protección.
La combinación de estos elementos no sólo es muy negativa para aquellos situados en la base de la escalera del ingreso. También significa la decadencia de la llamada clase media –es decir, ocurre una transferencia de muchas familias hacia las filas de los estratos inferiores. Sin embargo, el modelo de elecciones parlamentarias con dos partidos principales se ha basado en la existencia de un estrato relativamente grande de clase media que está listo para darle un viraje a sus votos ligeramente y con calma entre los dos partidos centristas bastante semejantes. Sin ese modelo en funciones, el sistema político es caótico, que es lo que estamos viendo ahora.
He estado describiendo un escenario intra-estatal. Pero también existe el escenario inter-estatal –el poder total relativo de diferentes Estados. Así como la tasa real del empleo es algo que podemos observar al interior de un Estado, así las tasas de cambio de las divisas son una clave del poder inter-estatal. El dólar estadunidense se ha mantenido en su nivel de mandamás
sobre todo porque no hay otra buena alternativa a corto plazo. No obstante, el dólar estadunidense no es estable, sino que está sujeto a vaivenes volátiles, repentinos y a una decadencia relativa de largo plazo.
Las tasas de cambio caóticas significan que permanece ahí una muy peligrosa solución para reforzar el poderío relativo inter-estatal: la guerra. La guerra es a la vez intimidante y remunera en el corto plazo, aun siendo humanamente devastadora y extenuante en el largo plazo. Así, cuando Estados Unidos debate si habrá de perseguir sus intereses en Siria o en Afganistán, es muy fuerte el jalón hacia un involucramiento militar mayor, no menor.
Dicho lo dicho, no es un panorama bonito. El punto para los partidos políticos es que no es un buen tiempo para efectuar elecciones. Algunos partidos en el poder comienzan a decidir no celebrarlas, o por lo menos no efectuar ni siquiera las que se piensen marginalmente competitivas.
Traducción: Ramón Vera Herrera
©Immanuel Wallerstein