na visita a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, ese impresionante encuentro de miles de editoriales, autores y público, constituye una de las experiencias más intensas, intelectual y emocionalmente. Caminar por los pasillos atestados de gente, tratando de ver todos los libros que se ofrecen y, a la vez, estar pendiente de las horas y lugares donde se van a llevar a cabo las presentaciones que nos interesan, puede ser desfalleciente.
Había que tomar un respiro; lugar: el Hospicio Cabañas. No podíamos haber elegido un sitio mejor. Después de un farragoso trayecto con tráfico tipo la ciudad de México, llegamos al sitio. La sola vista de la monumental fachada nos cambió el ánimo.
Lo mandó construir el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas para casa de expósitos, pero el rey Carlos IV dispuso, mediante una cédula real expedida en 1803, que se ampliara el uso. El objetivo sería acoger ancianos de ambos sexos, lisiados, enfermos habituales, huérfanos y caminantes pobres, así como brindar educación y corrección a menores
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Se le encargó el trabajo a Manuel Tolsá, el notable arquitecto y escultor autor de muchas de las obras neoclásicas más bellas de la ciudad de México. Les menciono dos: el Palacio de Minería y la escultura ecuestre conocida como El Caballito.
Con un gran predio a su disposición y seguramente un buen presupuesto, diseñó una obra colosal en todos los sentidos. Baste decir que actualmente, no obstante haber perdido la huerta y varias construcciones, ocupa un área de 23 mil 447 metros cuadrados. La obra se financió con donaciones particulares, así como por la aportación indígena del líquido que producía el ojo de agua de San Román, de San José de Analco, por las rentas episcopales y el valor de varias haciendas que pertenecían al obispado.
En un sobrio estilo neoclásico, tiene 23 patios rodeados de amplios pasillos con arquerías y dos capillas. El lujo es la capilla mayor, de impresionantes dimensiones; en ella Tolsá diseñó una monumental cúpula que en el exterior sobresale como una gran corona. Como si esto no bastara, en 1937 se invitó a José Clemente Orozco a que la pintara. El genial artista, originario de Zapotlán, Jalisco, realizó una obra mural impactante. A lo largo de dos años pintó 57 murales que cubrieron las paredes, bóvedas, pechinas y la cúpula. En esta última realizó una verdadera obra maestra: El hombre en llamas.
Es una obra estrujante en la que la figura envuelta en fuego, pintada en una intensa gama de rojos, naranjas y negros, parece fugarse por la cúpula. En la opinión del crítico de arte Justino Fernández, este mural es la concepción cumbre y más original del artista
. Explica que representa al ser humano superior que ve, discierne y ordena
; una alegoría de la existencia humana, en la que todo existir en conciencia es ardorosa consunción
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Continuando con la historia del edificio: padeció los avatares de la Independencia y la Revolución, épocas en que se utilizó como cuartel y cuando las cosas se calmaban volvía a su uso como hospicio.
Finalmente en 1980 se decidió trasladar a los infantes que acogía a unas instalaciones más adecuadas y se le dedicó a usos culturales. En 1983, cuando se celebró el centenario del nacimiento de Orozco, se reinauguró como sede del Instituto Cultural Cabañas. Dedicado a la promoción y difusión de la cultura cotidianamente tiene buenas exposiciones y actos artísticos y culturales de toda índole. Es un lugar tan extraordinario que bien vale un viaje especial a la bella ciudad tapatía sólo para visitarlo.
Por supuesto hay que aprovechar para degustar la comida tradicional y si lleva buen presupuesto alguno de los excelentes restaurante de comida contemporánea como el Alcalde. Muy cerca del hospicio está una de las viejas cantinas del centro: La Alemana. Aquí nacieron a principios del siglo XX las famosas tortas ahogadas ¡deliciosas! Nuestro anfitrión, el culto historiador José María Muriá, nos contó la historia pero... esa será otra crónica.