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El director de orquesta alemán falleció ayer a los 88 años, en Nueva York

Con Kurt Masur muere una era de artistas que cambiaron la historia

Fue humanista y figura moral de su país, al ser artífice de la reunificación

El espíritu de la música romántica no vive en el lirismo, sino en las emociones; ahí anida ese instante en el que ocurre la poesía, expresó a La Jornada en una de sus múltiples visitas a México

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Encabezó la Gewandhaus de Leipzig, la Filarmónica de Nueva York y la Orquesta Nacional de Francia, donde recibió el nombramiento de director musical honorario de por vida. Arriba, en una imagen de 2009Foto Ap
 
Periódico La Jornada
Domingo 20 de diciembre de 2015, p. 2

El director de orquesta alemán Kurt Masur falleció este sábado en su casa, en Nueva York, a los 88 años de edad. Con él culmina una era, la de las grandes figuras humanísticas que desde su condición de artistas cambian el curso de la historia. Fue uno de los artífices de la reunificación alemana. Como figura moral, condujo las acciones preservando lo que él llamó la revolución alemana sin violencia.

Poco afecto al marketing, cuyo polo opuesto es sin duda Herbert von Karajan (1908-1989), Kurt Masur no figura en las grandes marquesinas de mero consumo. Su concentración en el trabajo lo destina al gran panteón de los inmortales.

Visitó México en distintas ocasiones y giras. La primera vez ocurrió en mayo de 1980, al frente de la Gewandhaus de Leipzig, de la que fue titular durante 26 años, cuando todavía existía la República Democrática Alemana.

En junio de 1997 retornó al Palacio de Bellas Artes, ahora como titular de la Filarmónica de Nueva York, a la que dirigió durante 11 años y ante la imposibilidad de seguir como titular, debido a un estatuto que impide que un director permanezca más de 10 años, fue nombrado director emérito, para luego asumir la titularidad de la Orquesta Nacional de Francia, donde a su vez recibió el nombramiento de director musical honorario de por vida.

Su visita más impactante ocurrió en la Sala Nezahualcóyotl, donde dirigió con una mano solamente debido a una de sus constantes caídas en su etapa madura. Era corpulento, de risa infantil, amorosa, y cuando su cuerpo no resistía, se fracturó un omóplato en 2012, la cadera en 2013 y siempre regresó al podio. Lo cita la agencia Dpa: Me mantiene en forma saber que a las 10 de la mañana tengo ensayo, ¿qué voy a hacer si no, dejar de trabajar y esperar que llegue la muerte?

Durante sus visitas, concedió entrevistas exclusivas a La Jornada.

En la Sala Nezahualcóyotl, por ejemplo, dijo a este reportero:

–¿En qué momento ocurre el milagro poético de la música?

–Si pensamos en Bruckner –respondió Masur– está la apariencia de lo simple. Bruckner es el autor de la máxima simplicidad. Pero si se sigue con atención, se notará que esa simpleza está llena de colores, de significados muy variados. Y todo el tiempo parece estar repitiendo lo mismo, pero todo el tiempo dice cosas diferentes. Algunas veces parecerá sonar un ave canora, otra el canto del trombón, el color del sonido de una trompeta, o bien el color que dan los cornos. Te materializa, en ese instante, el más alto linaje de los sentimientos que tienes dentro. Es el instante de la poesía en la música. Puede suceder también en un adagio de Mahler. O en Schumann, cuyo Concierto para Cuatro Cornos interpretaremos esta noche en México. Al escuchar a Schumann uno distingue la herida de inmediato, el corazón atormentado, la pasión ardiendo. Muchos directores de orquesta toman demasiado a la ligera la música romántica. Para mí el espíritu de la música romántica no vive en el lirismo, sino en las emociones. Ahí anida también ese instante en el que ocurre la poesía.

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Masur en una imagen de archivo

Kurt Masur instauró una poética en el arte de la dirección de orquesta. Lo recordamos dirigiendo con los dedos, los puños, los antebrazos, sin batuta, elevado muchos metros por encima de la orquesta, no solamente debido a su estatura sino su estilo tan potente que no impedía la danza. Su cuerpo entero era una masa compacta de música infinita.

Deja una discografía impresionante. Ninguno de esos discos fue grabado en estudio, sino todos en vivo, por las razones que expuso así en una de las entrevistas que concedió a La Jornada:

–¿Cuál es su posición en una era en la que impera la música grabada?

–Creo en las grabaciones únicamente como forma de capturar las interpretaciones en vivo. Eso es algo muy interesante que está aún por descubrirse. Y no se ha descubierto porque la de la grabación discográfica es un industria sustentada en conceptos tales como el mercadeo, el éxito y otros factores que no tienen que ver con lo artístico. Lo importante es que decida el público, convencido por sus propias necesidades estéticas y no por razones inducidas por la industria. Lo fundamental estriba en indagar por lo verdaderamente convincente, en la convicción propia de cada escucha. Es por eso que yo estoy por las grabaciones discográficas, pero en vivo, en una sala de conciertos, y no en un estudio.

Ahora, claro, quedan riesgos todavía: usted se lleva a casa una obra interpretada con errores, que yo no estoy dispuesto a esconder, como se acostumbra en las grabaciones discográficas, y usted va a escuchar en su casa una sola versión de una obra tocada con los mismos errores todos los días, lo cual puede llegar a ser un tanto molesto, pero sobre todo injusto para los compositores que quedan documentados y sus obras conocidas por el gran público que no lee música, con errores. Pero al fin y al cabo son todavía algunos riesgos que corren quienes quieren confiar incondicionalmente en la música grabada. Es por eso que yo no grabo sino versiones en vivo. Es lo único que pueden lograr los discos: capturar una versión en vivo, una sola.

Lo que queda del maestro Kurt Masur: el milagro de la poesía en la música, su gigantesca estatura física y musical, sus visitas a México. Su condición de gigante de la historia de la cultura de Occidente.

Ah, y una discografía impresionante. Toda en vivo. Viva.

Adiós, maestro Masur.