a hemos hablado de los cinco lagos que rodeaban a México Tenochtitlan, que a partir de la llegada de los españoles se comenzaron a desecar. La deleznable hazaña llevó casi 500 años y finalmente se logró en el siglo XX. Sobrevivieron algunos pequeños cuerpos de agua, entre otros, en Xochimilco y Tláhuac.
Por ello tiene un valor extraordinario el proyecto del ingeniero Nabor Carrillo Flores; era especialista en suelos y en energía nuclear, fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y Premio Nacional de Ciencias 1957. Realizó estudios de comprobación del hundimiento del suelo de la ciudad de México debido a la extracción del agua del subsuelo.
En los años 60 llevó a cabo un profundo estudio y realizó un proyecto para aprovechar el vaso del lago de Texcoco. Proponía el tratamiento y aprovechamiento de las aguas residuales y pluviales, así como de las sales acumuladas en este lugar, la construcción de lagos y áreas de recreo, entre otras obras. Murió antes de verlo cristalizado. En las décadas posteriores, parte de los terrenos del antiguo lago fueron ocupados por pistas nuevas del aeropuerto, tiraderos de basura y asentamientos irregulares.
Por fortuna, en 1971 retomaron el proyecto Fernando Hiriart, Roberto Grau y Gerardo Cruickshank. Se creó una comisión gubernamental para realizarlo, la cual, en lo que había sido el gran lago de Texcoco estableció límites de 14 mil 500 hectáreas como zona federal; en una parte se restableció un lago. Milagrosamente todavía existe; es un enorme cuerpo de agua de dos por cuatro kilómetros, con tulares y una vista espléndida de los volcanes. Decenas de aves acuáticas surcan sus aguas, gran parte de ellas son visitantes que vienen a pasar el invierno desde lugares tan remotos como Alaska. La visión nos traslada al México prehispánico, aquel que hizo exclamar con azoro a los españoles que parecían cosas de encantamiento.
Aquellos que vivieron en la década de los 50 del siglo XX recordarán las terribles tolvaneras que en febrero y marzo asolaban la ciudad e impedían la visibilidad. Esto se acabó a partir de la creación del nuevo lago; actualmente su manejo lo realiza la gerencia del Proyecto Lago de Texcoco, que además de mantenerlo vivo lleva a cabo importantes acciones.
Les menciono algunas: el encauzamiento, hacia la laguna Xalapango, de los ríos que bajan a esta zona para evitar inundaciones; el combate a la erosión en las montañas circundantes, con el fin de evitar el azolvamiento del vaso y los torrentes de agua. Para ello se construyeron presas escalonadas, zanjas y terrazas que ayudaron a la reforestación; se sembró pasto resistente a la salinidad en el lecho del lago y se crearon cortinas rompevientos. Los pastizales han servido para la cría de ganado. Todo ello ha mejorado el medio ambiente de la cuenca de México.
Este era un plan piloto que tenía como propósito ampliar su extensión. Ojalá eso se retome cuando se liberen los terrenos que ocupa el actual aeropuerto, el cual ya se saborean los desarrolladores inmobiliarios y los políticos deshonestos.
Este increíble lago no está abierto al público, sin embargo, el cronista Édgar Anaya ha conseguido una autorización especial para visitarlo. Es autor del libro Ciudad de México desconocida, que comentamos hace unos años; tiene la empresa Mexicorrerías, que organiza originales e interesantes recorridos. Esta visita va a ser parte de un periplo que incluye el Acueducto del Padre Tembeleque (recientemente nombrado Patrimonio de la Humanidad), la Hacienda de Xala y el Tianguis Orgánico de Chapingo. No tiene desperdicio.
Se va a llevar a cabo el sábado 23 de enero e incluye una rica comida. Informes en los teléfonos 55773161 y 6303-4396 y en [email protected].
Mientras llega la fecha del recorrido que esperamos con emoción, vamos a Artículo 123 al Café 123, que está justo en ese número de la calle. Ocupa una vieja casona que fue depósito de periódicos. Hay sabrosa comida asiática y una tienda con mercancía muy original y muchos reciclados.