ngresar al mundo de los derivados de hoy, de los derivados financieros, es –para decir lo menos– ingresar al mundo de la fantasía. De la dramática y violenta fantasía. Lewis Carroll se sorprendería. Lo imposible se hace posible. Lo irreal se hace real. Lo inimaginable es imaginado. Y lo que se pensó que nunca acontecería, acontece. No es que los derivados sean una novedad. Al revisar –por ejemplo– las máximas de Quesnay de mediados del siglo XVIII, este brillante doctor advierte sobre los riesgos de los documentos negociables que dan cuenta del crédito financiero, “pues las fortunas pecuniarias son riquezas clandestinas que no conocen ni rey ni patria (18ª)… Que el Estado evite deudas por préstamos que formen rentas financieras, pues cargan de deudas voraces al Estado, y ocasionan un comercio o tráfico de finanzas por medio de documentos negociables, cuyo descuento aumenta cada vez más las fortunas pecuniarias estériles, separa las finanzas de la agricultura y priva a ésta de las riquezas necesarias para mejorar los bienes raíces y el cultivo de la tierra(19ª)”. Más claro ni el agua.
Sólo que los patrones de desarrollo van cambiando. Los derivados de hoy viven y se reproducen en una economía financiarizada. La caracteriza Costas Lapavitsas como su transformación sistémica que la hace girar en torno al sistema financiero y abrir nuevas fuentes de ganancia. Una de ellas –sin duda– ya no sólo los intercambios de mercancías con mercancías, mercancías por dinero o dinero por mercancía, sino dinero por dinero. Y todo para incrementar su valor. Por eso, tradicionalmente y hoy mismo, sin duda y en relación con lo anterior, diversos académicos y analistas financieros ofrecen lecciones de las coloquialmente llamadas Finanzas Cuantitativas (QF, por sus siglas en inglés). Orientan al estudio de los cambios en el valor del dinero. Más aún, del valor del dinero en el tiempo. Esto conduce casi inmediatamente al estudio de los mecanismos que evitan que el valor del dinero se pierda, para no deteriorar su función sustantiva de reserva de valor.
En esta lógica, la atención a algunas lecciones más de estos técnicos de las QF conduce no sólo a buscar mecanismos para conservar el valor del dinero, sino para incrementarlo. Al máximo. Y al máximo maximorum. Sí, se han reinventado los documentos negociables de Quesnay. Se trata, dicen los diccionarios, de instrumentos financieros plasmados en un contrato entre dos o más partes y referido a uno o varios activos a los que se asigna un precio. Los activos más comunes son las acciones, los bonos, las materias primas, las divisas, los tipos de interés y los índices de mercado. Y pueden asumir la forma de futuros, opciones o swaps. Y ser negociados en las bolsas formalmente establecidas y, en principio, reguladas. O fuera de ellas, en operaciones conocidas como over the counter (OTC, por sus siglas en inglés). La mayoría de los derivados negociados no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo son de este segundo tipo, derivados OTC. Y, evidentemente, son los de mayor riesgo, precisamente por no estar sujetos directamente a regulación. Bueno, a finales de 1995, con 4 trillones (estadunidenses, billones nuestros) de dólares de activos, los bancos comerciales estadunidenses tenían derivados –primordialmente futuros, swaps y opciones– por casi 15 trillones de dólares. No más de cuatro veces sus activos. En junio de 2008, con 11 trillones de dólares de activos, los derivados ya sumaban 182 trillones. Casi 17 veces sus activos.
Las descripciones ordenadas de los registros oficiales más recientes proporcionados por la Oficina de Control (OCC, por sus siglas en inglés www.occ.gov) pueden consultarse en US Bank Location (www.usbanklocations.com). Muestran que en 2015, los casi 6 mil 500 bancos comerciales estadunidenses poseen derivados por un monto del orden de los 200 trillones de dólares. Hoy no más de 13 veces el valor de 15.5 trillones de dólares de activos bancarios, según datos oficiales recientes de la Reserva Federal (https://research.stlouisfed.org).
La realidad es que cuatro bancos concentran 92 por ciento de ellos; JP Morgan Chase Bank (27 por ciento), Citibank (27 por ciento), Goldman Sachs (23 por ciento), Bank of America (15 por ciento) con montos menores, pero todavía en el orden de los trillones, cinco bancos más (Wells Fargo, HSBC Bank of USA, Morgan Stanley, State Street Bank and Trust Company y The Bank of New York Mello) casi representan 8 por ciento más.
Sorpréndase al saber que estos nueve bancos tienen poco menos de la mitad de los activos bancarios totales. Por ello, la relación entre sus activos y los derivados que poseen, es del orden de 26 veces. Exactamente el doble de la del sistema bancario estadunidense en su conjunto. La Ley Dodd-Frank –por sus promotores, el representante Barney Frank y el senador Chris Dodd– fue aprobada por el Congreso estadunidense en 2010 y firmada por el presidente Obama el 21 de julio de ese año. Busca –un poco tarde, por cierto– no sólo proteger el ahorro de los estadunidenses, sino evitar que los bancos comerciales realicen actividades especulativas que pongan en riesgo dichos ahorros. Más aún, cuidar que no se recurra a los fondos públicos para rescatar a bancos que especulan. A nivel mundial y según el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), se tienen derivados por encima de los 630 trillones de dólares (una vez más estadunidenses, billones nuestros). Con cerca de 80 por ciento vinculado a tasas de interés. Además, con un valor bruto de mercado de no más de 20 trillones de dólares, correspondiente a no más de 3 por ciento de su valor nocional (notional amount, en inglés).
Mundialmente son controlados por fondos de inversión, fondos de pensiones, bancos comerciales y otros entes financieros. Esta breve numeralia da una idea inicial de lo que hay más allá del endeudamiento formal registrado por el sistema bancario. Así la economía estadunidense no sólo carga con una deuda mayor a tres veces su producto, sino con unos derivados que son 13 veces más que los activos de sus bancos. Con todo el riesgo y la complejidad que esto representa para la dinámica económica cotidiana, asunto que deberemos analizar próximamente. Sin duda.