Nudo de contradicciones
nfunde poco optimismo que el mismo día que Rusia y Francia –cuyos gobernantes proclaman su derecho a la venganza tras los ataques terroristas que sufrieron en el Sinaí y París– abogaron por sentar las bases de una sola coalición contra el terrorismo en Siria, el ministerio de Defensa ruso anunció que suspendía toda colaboración militar con Turquía, entre otras muchas medidas que aplicará Moscú en respuesta al derribo de su bombardero SU-24.
Obvio es recordar que Francia y Turquía pertenecen a un mismo bloque, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, y esto –con permiso de Perogrullo– significa algo tan elemental como que no se puede avanzar mientras se retrocede.
Detrás de la justificación oficial –la lucha contra el terrorismo– para lanzar bombas en Siria emerge un confuso escenario de guerra civil, en el cual se enfrentan todos contra todos: tropas del régimen de Bashar al Assad, grupos armados del Estado Islámico (EI), milicias kurdas que quieren declararse independientes, comandos de islamitas radicales que no reconocen la supremacía del EI y destacamentos de turkmenos protegidos por Turquía, entre otros.
Y en ese contexto la disputa por imponer decisiones que favorezcan los intereses geopolíticos de cada uno de los participantes foráneos del conflicto apenas esconde verdaderos antagonismos, que hacen poco probable situar del mismo lado de la trinchera a quienes dicen combatir el terrorismo, llámese EI o cualquier grupo fuera de su órbita de influencia.
Todo un nudo de contradicciones aflora en las posiciones que defienden Rusia, que ante todo trata de mantener su presencia militar en el Mediterráneo; Irán, que pretende salvar a la secta chiíta que representa Al Assad; Turquía, que anhela acabar con los bastiones kurdos en el vecino país; Arabia Saudita y otros Estados árabes, que promueven un gobierno sunita en Damasco; Israel, que no duda en emprender acciones para debilitar a su gran enemigo, Irán; Francia y otros países europeos de la OTAN, que hacen el juego a Estados Unidos al dar todo su apoyo a la oposición moderada siria, y Washington, que quiere imponer un gobierno sumiso en Siria.
No sorprende, por tanto, que Rusia y Francia entiendan por coordinar sus acciones militares
intercambiar información de inteligencia para no entorpecer los bombardeos que cada uno decida y para evitar incidentes en el aire, y poco más, mientras mantienen divergencias de fondo, como el futuro de Al Assad.
Para Rusia e Irán, Al Assad es el único que puede garantizar la subsistencia del Estado sirio; para Francia, Estados Unidos y demás aliados es un estorbo para instalar un gobierno de transición que pueda hacer frente a la expansión del yihadismo.
Esta falta de entendimiento esencial en Siria se mantendrá hasta que los participantes foráneos del conflicto coincidan en señalar quién es el enemigo y dejen de calificar de terroristas a los grupos cuyas reivindicaciones no se corresponden con sus ambiciones geopolíticas.