l PRI completó, con retardos inexplicables, su integración de mandos centrales. El proceso se desarrolló a la vieja usanza de las designaciones signadas por la lealtad: operar y convivir con las seguridades que aporta un compacto cuerpo de fieles colaboradores. Todas las posiciones estratégicas para aquellos de íntima confianza y probado espíritu de grupo. Manlio Fabio Beltrones procedió según el libro de los rituales consagrados por años de política pragmática. Un pesado conjunto de supuestos, consejas, acomodos y normas no escritas que constriñen las conductas, los pensares y las decisiones hasta hacerlas repetitivas y con frecuencia inusitadamente estériles. Nada nuevo para una visión un tanto nublada y menos para el oído taponeado por el ruido circundante. En fin, un partido de oficiantes envueltos en los pergaminos de un pasado que, con altisonantes tonos, dicen que pretenden superar.
El PRI acarrea, en su base, una densa capa de supuestos que no resisten el rigor de un análisis fincado en la actualidad. Quizá el más importante de tales supuestos sea el creer que sus simpatizantes probados le otorgan una ventaja para cualquier competencia electiva. Las encuestas de opinión así parecen sugerirlo: según esto, hoy en día, su plataforma de salida ronda 20 por ciento del posible electorado. Un basamento suficiente que, de inicio, le daría una ventaja considerable en la lucha por el poder público. Estos datos corroborados por pruebas demoscópicas soslayan, sin embargo, varios ingredientes que son cruciales. Uno lo aporta la tendencia, seguida durante los últimos 20 o 30 años de elecciones, que habla de la consistente pérdida de efectivos votantes. Otro, también de serias consecuencias, lo dibuja, con precisión, la conformación demográfica, social y económica de sus partidarios. El PRI queda estampado como un partido de viejos, pobres, mal educados y sin medios para su desarrollo. La inmensa mayoría de ellos se compactan en estratos de baja educación e ingresos limitados o próximos a la pobreza. Son sujetos de edades maduras o avanzadas y con muy escasos instrumentos para su progreso individual o de grupo (vehículos, Internet, computadoras). Las organizaciones que ha formado en el transcurso de muchos años ya no tienen, ni de cerca, el respaldo que tanto presumieron en sus días de gloria: la CNC o la CTM. La confederación que agrupa a las llamadas clases medias y profesionistas (CNOP) es un gastado cartabón, en especial ahora que los maestros han abandonado los cuarteles que condicionaban su militancia. La prisión de Elba Esther Gordillo, tristemente famosa capataz de operadores magisteriales, no pasará sin las debidas consecuencias.
Queda por explorar el papel que jugarán sus candidatos y dirigentes en el presente y futuro del PRI los organismos formados para arbitrar las contiendas: INE, TEPJF y sus ramificaciones locales. Ambos se presumen bajo la férula del oficialismo. Las trifulcas camarales y partidistas por los nombramientos con base en cuotas y componendas han sido continuas. Algo verídico puede encontrarse en tan manoseado condicionamiento, aunque sea para mal de la ya muy poco apreciada vida democrática del país. Sin embargo, las normas que se han aprobado, con todo y sus evidentes limitaciones, han acotado las posibilidades de usar los recursos de variada clase para forzar votaciones a modo. La compra de voluntades es una pesadilla que sobrevive muy a pesar de mermar la legitimidad de los así elegidos, así como el efectivo respaldo ciudadano para la gobernanza. En estos (y otros) tropiezos de la conducta electiva se origina una constante que se observa a simple vista: la decreciente graduación de la representación popular ostentada. Un territorio dejado a la voraz captura por parte de los grupos de presión que, mediante subterfugios conocidos, se han convertido en los verdaderos mandantes del priísmo actual. De tal estigma no se salva la casi totalidad de los demás partidos.
El respeto y la observancia de la línea proveniente del mando, al menos el formal, es una subyugante práctica en el PRI. Este instituto conjuga una tradición, ya legendaria pero vigente, de una subordinación a la línea consagrada que raya en lo abyecto. Todo el prestigio, la posición dentro de la nomenclatura burocrática y el inestable futuro del priísmo se radica y concretiza en el seguimiento puntual y abarcante del mandato superior. En especial el que proviene del Ejecutivo federal, su indiscutido núcleo gravitacional. Una pequeña duda, una mínima grieta en la instrucción superior, cualquier titubeo o tardanza en cumplimentar deseos y gustos serán causantes de estrepitosa caída. El vahído de quedar fuera del cuerpo partidario, el ostracismo como castigo insoportable. Quizá tal estigma esté pesando en el cuerpo de mando recién seleccionado.
Con todo el historial que respalda a Beltrones, no se entiende su indignado papel de juez moral ante los desusos de AMLO, el hoy adelantado en la contienda de 2018. Bien se sabe la urticaria incontenible que este personaje causa en las cúspides decisorias del oficialismo imperante. De ahí a imbuirse en implacable y justiciero guerrero para disputarle el estrellato a López Obrador o, al menos, rebajar su aceptación pública, es gastar pólvora en ilusiones vanas. Sobre todo teniendo la trastienda repleta de abusos electorales, el Verde Ecologista incluido. Atribuir la posición actual de AMLO al empleo personalizado de los llamados tiempos oficiales
es un asunto por demás discutible. Pretender legislar para impedir tal uso es, además, un mal mucho mayor. El PRI, su gobierno y demás actores (Peña, Eruviel, Chong) de esa agrupación usan en desmesura los medios de comunicación para promocionarse. Entre estos tres personajes y el caudal de recursos empleados han convertido al canal de las estrellas
en una oficialía de partes. El priísmo no tiene ninguna calidad moral para erigirse en parte ofendida por una práctica de la que son reos probados.