l sistema mexicano de partidos está diseñado para corromper y desvirtuar, favorecer el desarrollo de burocracias internas y disociar a las organizaciones partidarias de sus principios y programas. Los congresos estatales y el federal operan para romper el vínculo entre los representados y sus representantes y para colocar a los segundos en la esfera de la clase política, la cual tiene como intereses primordiales mantener el modelo neoliberal, corrupto y antidemocrático, y procurar el enriquecimiento de sus integrantes. Las desmesuradas prerrogativas que el Instituto Nacional Electoral (INE) otorga a los partidos tiende a centrar la atención de sus dirigentes, cuadros y militantes en el dinero, y a hacerlos olvidar el propósito de su quehacer político. Y esos objetivos se cumplen. Agasajados con salarios estratosféricos, prebendas de toda clase, regalos inconfesables y oportunidades para realizar negocios multimillonarios a costa del erario, la mayoría de los políticos se olvida de las necesidades de los votantes y abandona, si es que alguna vez lo tuvo, todo propósito de transformar o cuando menos de reformar el sistema político del que se ha vuelto parte. Y eso, sin tomar en cuenta el fraude electoral directo.
Este entramado de complicidades, encubrimientos e impunidades permite entender la descomposición que experimentó el PRD y su pérdida para la defensa de las causas populares, la democratización del país y la lucha contra la injusticia y la desigualdad.
Tal situación ha hecho concluir a muchos que la transformación nacional y la destrucción del régimen neoliberal es imposible por la vía electoral, y no les faltan razones. La exasperación y el desencanto ante los partidos, candidaturas y elecciones es inevitable si se observa procesos como los ocurridos en Guerrero, Oaxaca y el Distrito Federal, entidades actual o recientemente gobernadas por individuos que recibieron el apoyo de las izquierdas y que terminaron por ser parte de aquello que se habían comprometido a combatir: la política excluyente, la administración venal, la diplomacia entreguista, la protección a la impunidad, la represión, el espíritu privatizador, la mentira, la indecencia y la criminalidad.
Esas prácticas han generado o agravado conflictos sociales que se expresan en una infinidad de resistencias, luchas, movilizaciones y reivindicaciones. Trabajadores explotados, ciudadanos agraviados, comunidades atropelladas, personas discriminadas y violentadas, consumidores defraudados, dan testimonio, con su acción organizativa, de un país que ha sido sometido a un embate destructivo, violento y delictivo desde la cúpula misma de sus instituciones y con la participación protagónica o la complicidad de la mayor parte de sus políticos.
Pero sin un partido que articule en el ámbito nacional el conjunto de las causas populares no hay manera de que éstas puedan desplazar del poder a la oligarquía neoliberal, y mucho menos formular propuestas alternativas a las políticas económicas en curso. Además, los movimientos sociales aislados son particularmente vulnerables a la represión, a la cooptación y a la infiltración desde el poder público y desde las instancias corporativas interesadas en dividirlos y desarticularlos.
La respuesta a esto que parece ser un callejón sin salida consiste en articular las luchas sociales con las electorales. De esa forma se logra dar a las primeras proyección nacional y presencia en las instituciones gubernamentales y preservar el sentido de las segundas. Mediante su articulación con una organización nacional, capaz de formular una visión de gobierno, las causas de los de abajo pueden tener perspectivas de éxito perdurable. La fidelidad a tales causas permite al partido participar en elecciones y en las instituciones formales sin pervertirse y desnaturalizarse.
Éste es el significado de Morena como partido-movimiento y ésta, su tarea doble. Olvidarse de las luchas populares llevaría al partido a convertirse en un componente más de la clase política corrupta y descuidar el trabajo electoral llevaría a los movimientos sociales a la dispersión y el aislamiento. Organización popular, movilización y participación electoral son vías complementarias, y necesarias, las tres, para lograr el propósito principal: la derrota del régimen oligárquico y la recuperación del país.
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