l visitar la espectacular y apasionante exposición de Rafael Lozano-Hemmer en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (Muac), y gracias a Pilar García, me percaté de que allí mismo, en las salas del pasillo norte, colindantes pero no comunicadas con la muestra de Jeremy Deller se exhibe una muestra tipo oissier de Proceso pentágono.
El equipo del museo logró una exposición de archivo que de otra manera no hubiera conseguido la visibilidad que ofrece y en el resultado resalta el esfuerzo de Pilar García por armar el expediente de este grupo de trabajo colectivo que fue de los pioneros. Su archivo, como otros, pertenece a las colecciones Srkheia y al propio recinto.
El público visitante no es numeroso en esa sección del museo eso me decidió a alertar al posible público lector sobre su vivencia recordando que ese conjunto pertenece a los llamados grupos de trabajo colectivo
, etapa histórica muy importante en el decurso del arte mexicano cuya vigencia entre 1977 y 1982 fue resultado directo de reuniones previas y de los acontecimientos de 1968, antecedidos de los cursos de arte vivo que se auspiciaban en colaboración de la Universidad Nacional Autónoma de México con el Instituto Nacional de Antropología e Historia, que impartían Alberto Híjar, Óscar Olea, Salvador Pinochelli y otros, que redundaron en el Taller de Arte e Ideología (TAI), ya en el conteo de los grupos
.
Antecedentes, como anota Pilar García, había muchos, entre otros la LEAR y el Taller de Gráfica Popular, pero desde mi punto de vista se ha querido ver a través de varios autores que los inicios, es decir, los pioneros del arte conceptual emergieron entre los integrantes de Proceso pentágono, lo que deseo detacar pertenece al recuerdo: es el papel que el ímpetu de Víctor Muñoz mantuvo ese tiempo en liasson con Felipe Ehrenberg, Carlos Fink y J. Hernández Amezcua se les adhirieron. Las cosas no son tan fijas y sencillas como las hemos considerado, según relata Manuel Marín, porque poco tiempo después a Proceso pentágono se adhirieron Carlos Aguirre, Lourdes Grobet, Miguel Ehrenberg y Roweena Morales.
En la documentación impecablemente ordenada por Pilar García y sus colaboradores hay documentos que dan cuenta de lo que podría denominarse una meta común: no (valemos) por lo que hacemos y sabemos, sino porque somos grupo
. La exposición es escueta, pero hay documentos visuales: un cuadro hecho en común, la instalación que reproduce una mesa con el desayuno acompañado de un periódico (tipo Jeremy Deller), un estupendo acervo de fotografías y fragmentos de periódico expuestos en vitrinas, así como una línea de tiempo que da cuenta de la creación y actividades de éste y de los demás grupos de trabajo colectivo que tuvieron su representación en le exposición La era de la discrepancia. Entresaco un párrafo que me llama la atención, porque en varias ocasiones me he preguntado cómo sustituir el término estilo
(actualmente todavía medio proscrito) por otro que conserve, al menos en parte, la explicación de Meyer Schapiro, que no era ningún inculto ni atrasado, pero aquí la palabra resulta fuera de orden
y, por tanto, de uso, quizá por terquedad. Menos mal, encontré una de las razones. Cito: Usar la palabra estilo era más que nada una provocación a la pintura y a las ideologías de la generación que los precedía
. Así que aunque haya estilo
hasta en la cocina o en la disposición a sugerir acuerdos (y lo constato cada vez que asisto a una junta colegiada) estilo
es, contra toda evidencia, palabra proscrita.
En los corredores de ese generosísimo inmueble cuyos espacios puede uno recorrer sin toparse con obstáculos que distraigan la reflexión sobre lo que se acaba de ver, tuve la suerte de encontrarme con Carlos Aguirre, a quien considero el mejor instalacionista que ha dado nuestro país o al menos uno de los mejores pioneros de ese medio, con la salvedad de que se mantiene totalmente vigente, como recordábamos recientemente mi colega Elia Espinoza y yo a propósito de su recientísima exposición en el Museo de Arte Moderno.
Recordé a Carlos su curaduría de la exposición en torno a José Clemente Orozco en el Museo Carrillo Gil. Me dijo que en principio a él no le interesaba particularmente Orozco. Se puso a estudiarlo desde todos los ángulos, algo que disfrutó intensamente, de modo que entregarse a la curaduría fue un privilegio. A lo largo de la exposición es posible formularse la pregunta: ¿había un estilo
en los grupos? Había metas coincidentes y modos de hacer que implicaban espacios públicos y la moción de acceder a todo tipo de materiales, incluso los de desecho, como ocurre ahora.
El término estilo
significaba (en ese tiempo y para los grupos) un claro desafío a una normatividad pictórica permanentemente designada desde los años 50 como norma
; eso ocasionó, en parte, la repulsa del término y su confinamiento a la pintura y por consiguiente la repulsa. Falta considerar que esa normatividad tuvo su confirmación primero y al poco tiempo su ocaso con el Frente Nacional de Artes Plásticas que, de mantener postura normativa
hacia 1958, viró radicalmente a los dos años consecutivos. A propósito de eso hay que registrar las exposiciones y las actividades en la Casa de la Paz durante las dos últimos años de los 50, el viraje de actitud de Miguel Salas Anzures y el papel desempeñado por Jorge Hernández Campos en Confrontación 66.