l jueves por la noche el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes recibió a la Geneva Camerata con un doble motivo musical-celebratorio: la conmemoración de los 70 años de relaciones diplomáticas entre Suiza y México, y la presentación, a manera de preámbulo, de la edición 27 del Festival de Música de Morelia, que dio inicio formalmente ayer con el concierto de este ensamble suizo.
Con la dirección de David Greilsammer, la Geneva Camerata propuso un programa de perfil netamente clásico (Haydn-Mozart-Schubert), con una interesante interpolación de música suiza contemporánea. Desde el inicio la orquesta demostró su vocación de aproximarse a los parámetros históricos de ejecución de la música antigua, con los arcos y las técnicas adecuadas en las cuerdas y con cornos naturales, pero a la vez con oboes y fagotes modernos. En la obertura a la ópera El boticario de Haydn, de perfiles cómicos y ligeros, los músicos suizos y su director resaltaron sobre todo los elementos del estilo rococó que la pieza conserva en su esencia. Después, una límpida interpretación de la Sinfonía No. 5 de Schubert, en la que se enfatizó un elemento que ya se había planteado en la obra de Haydn: la intención (bien lograda) de balancear el ensamble orquestal restando prominencia a las cuerdas para dejar sonar a los alientos con el protagonismo necesario. En cuanto al estilo, Greilsammer y sus músicos pusieron de manifiesto el hecho de que esta brillante sinfonía schubertiana por momentos parece estar recordando a Mozart, y en otros parece estar mirando de soslayo a un Beethoven en su juventud. Greilsammer aplicó en la Quinta de Schubert una clara diferenciación textural en las secciones de su pequeña orquesta, lo que ayudó a la transparencia del discurso sin quitarle la necesaria densidad sonora.
Lo más interesante del programa, la primera audición en México de la obra Uruk del compositor suizo Martin Jaggi, que en su título se refiere a la antiquísima ciudad de Mesopotamia y a su legendario Gilgamesh, constructor de sus murallas. A lo largo de su atractiva partitura, Jaggi propone el uso de ciertos intervalos que provocan una combinación de resonancias e interferencias que, combinadas con los registros instrumentales elegidos, dan a su obra un sugestivo perfil primitivo y arcaico, particularmente en el uso de los cornos (ahora modernos) en su registro profundo. Del fondo de las rudas y complejas texturas de Jaggi, emergen fugazmente algunos momentos de perfil claramente tonal. A lo largo de su desarrollo, Uruk ofrece un gran contraste expresivo, que va desde lo telúrico hasta lo iridiscente, y en sus páginas finales añade la sugestiva sonoridad de los diapasones resonando sobre las tapas de los instrumentos de cuerda. Como era de esperarse, el público del BlasGa se desconcertó un poco ante las inusuales sonoridades de la obra de Martin Jaggi.
La sesión concluyó con David Greilsammer asumiendo la doble función de pianista y director para el Concierto No. 17 de Mozart. En el contexto de una interpretación diáfana y transparente de la obra, destacó la inclusión de dos cadenzas creadas por el propio Greilsammer, en las que el director-pianista incluyó interesantes aventuras armónicas y modulaciones inesperadas, mismas que de seguro hubieran complacido al espíritu juguetón y retador de Mozart. Otra virtud de esta interpretación del Concierto No. 17 fue el buen balance dinámico entre las fuerzas orquestales y el piano solista. Como regalo, Greilsammer y la Geneva Camerata ofrecieron el hermoso y contemplativo movimiento lento del Concierto No. 21 de Mozart, en el que salieron a relucir algunos hermosos colores orquestales, pero que fue interpretado a un tempo que me pareció un tanto apresurado para el perfil expresivo de la música. Cuestión de gustos, quizá.