ntre los impulsores de Agustín Basave a la presidencia del Partido de la Revolución Democrática no todo fueron alegrías y reconocimientos al académico
(prensa dixit) que arrasó en la elección. Algunas columnas políticas dijeron que la causa de cierta molestia cupular se debía a que, antes de ser elegido, “el neoperredista (...) buscó a Andrés Manuel López para proponerle alianzas electorales con Morena” y dejarle claro que ya no habrá tratamiento hostil de la dirigencia del partido hacia su persona
(Trascendió, Milenio Diario). Horas después, el mismo Basave confirmó la especie y añadió que, en efecto, la relación con la izquierda sería la piedra angular de su política de alianzas (sin descartar por ello al PAN), pero que aún no tenía respuesta del tabasqueño. El revuelo causado por estas declaraciones remite a uno de los grandes interrogantes que las izquierdas y amplios sectores críticos se plantean de cara a la sucesión presidencial de 2018: ¿será posible construir una fuerza capaz de enfrentar con éxito a quienes hoy defienden sin obstáculos reales la estrategia antipopular dominante? Aunque el mandato de Basave no llega hasta entonces, y si los jefes del partido le permiten trabajar para remontar la crisis de credibilidad, ya sería ganancia sustituir la actual crispación (que no la competencia) por un clima de mayor receptividad y tolerancia entre ambas formaciones. Al respecto, la nueva secretaria general del PRD, Beatriz Mojica, reiteró que su partido insistirá en entablar diálogo con la dirigencia de Morena para unificar a los partidos de izquierda y para que las izquierdas vayan juntas en las elecciones
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Sin embargo, hasta ahora tal posibilidad parece lejana, cuando no indeseable, para muchos cuadros y militantes, que sienten que los agravios han ido demasiado lejos, incluyendo a los sectores que abiertamente repudian a los partidos y las instituciones de la democracia representativa.
Creo, honestamente, que en este asunto se mezclan varios temas que no son equivalentes, el de la unidad y el de la convergencia de las izquierdas en 2018. En cuanto al primero hay nostálgicos que aún no entienden que la ruptura que dio origen a Morena es irreversible y ya no hay lugar para un solo partido de todas las izquierdas. La realidad, a veces por negación, demuestra que hay espacio político para más de una formación de izquierda
(cuyo peso específico lo decidirá la correlación de fuerzas real y no la mera apreciación de su conducta). En consecuencia, la unidad no es un objetivo actual, pues tanto Morena como el PRD de Basave, para distinguirlo, tienen la necesidad de fortalecerse como partidos, buscando diferenciarse de todos los demás actores políticos y sociales para reforzar su identidad. Aun si, llevando el argumento al extremo, debido a sus contradicciones internas y fracasos el PRD se derrumbara (como se ha pronosticado en horas de vergüenza y desazón), es improbable que el destino de sus 4 millones de afiliados fuera la militancia en Morena y no, como ya ha ocurrido, el inicio del viaje a otras formaciones, como Movimiento Ciudadano, o al reforzamiento del movimientismo y la actuación política de la sociedad civil bajo el manto de las llamadas candidaturas independientes
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La ilusión de reunir en un solo partido a la mayoría de la izquierda, privilegiando el principio de la unidad, fue el gran objetivo que llevó hasta el PSUM, y luego al PRD, donde el mundo de los intereses de grupo acabó por desnaturalizar la idea de partido al convertirse en un difuso frente opositor de izquierdas
y luego en una extraña coalición paraelectoral que alcanzaría su máximo en las presidenciales de 2006 y 2012. Hoy es imposible una ruta parecida. Faltan reformas de gran magnitud. Además de un cambio ético y conceptual es preciso, como diría Victoria Camps, remover al liderazgo intocable de las corrientes, que están por encima de la relación directa e interactiva con la ciudadanía
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