e enteré del homenaje en Bellas Artes a Huberto Batis el mismo martes pasado. No pude asistir. Hablé con él. Por salud tampoco iría. Envió un mensaje grabado. La reseña de Alondra Flores en La Jornada del jueves emociona. Mucho. Me llevó al pasado. Al sábado 26 de abril de 1986, día del accidente de uno de los cuatro reactores RBMK (del ruso Reactor de Gran Potencia de Tipo Canal) de la central ucraniana de Chernobyl. Meses antes, un equipo de investigadores –estaba en él– del Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ) había concluido un diagnóstico de la industria nuclear internacional. Coordinado por Isabel Cisneros y el físico Dalmau Costa Alonso, entonces director del ININ. El equipo se desintegró, pero permanecí en el ININ. Sin embargo, con 13 compañeros fui despedido injustificadamente en febrero de 1985. Una semana después de que naciera mi hija Eugenia. Su mamá trabajó para sostenernos. A dos que quedábamos de una demanda de cuatro despedidos (Claudio Orihuela y Manuel Ortega habían fallecido) nos reinstalaron 12 años después.
Bueno, ese mismo sábado de Chernobyl recibí una llamada de la extraordinaria amiga y periodista del unomásuno Maribel Gutiérrez, preguntando si podía entregar una breve colaboración sobre el accidente. Luego de una consulta con compañeros especialistas en reactores, entregué cuartilla y media bajo mi firma. Planteábamos algunas hipótesis. Sobre el accidente y sus consecuencias. ¿Cómo escribir algo sin Internet, con noticias cortas de cables telegráficos? ¡Eso no fue lo difícil! La dificultad mayor fue pasar la revisión del coordinador editorial del periódico, un señor llamado Huberto Batis. Ahí empezó todo. Nunca me habían rayado y tachoneado un texto como ese día. Ni mi recordado profesor de teoría económica Emilio Caballero lo había hecho así. Tuve que recordar que sobretodo es un impermeable. Y que así no siempre se comporta el señor mismo. No sólo me sentí tonto, sino pendejo. Semanas, meses o años después –no lo sé– aprendí que cuando el señor Batis
decía no seas pendejo
, en realidad estaba haciendo una exhortación, no una calificación. Bien lo aclara Rebeca Fortul.
En los primeros días de mayo de ese mismo 1986 me acerqué al señor Batis. Le agradecí la publicación. Y –nunca lo olvidaré– me dijo: Era una nota útil
. Luego de un minuto de silencio, me espetó: Dice el director Becerra Acosta que si quieres seguir publicando tus pendejadas
. Inmediatamente respondí: Claro, señor Batis, cuando tenga algo se lo traigo. Entonces –enfurecido– se levantó de su asiento, se movió entre montones de periódicos que tenía en su escritorio y me dijo: “Una vez más te digo. No seas pendejo. ¿Crees que voy a esperar tu inspiración? Aquí se reciben no más de dos cuartillas todos los viernes. Y si escribes tonterías, es tu responsabilidad. ¿Cómo que voy a estar esperando a ver a qué hora al señor de lo nuclear le da inspiración? ¡Ni madres! ¿Puedes o no puedes? ¿Te comprometes o no te comprometes? ¡Y ya vete de aquí porque tengo mucho trabajo! Espero tus notas los viernes antes de las siete de la noche!
Bueno, pues cumplí un año de llevar mi nota todos los viernes. Fui con el señor Batis y le dije:Disculpe. Cumplí un año de entregar mi nota. ¿Qué debo hacer?
Entonces, una vez más, me espetó: “Mira…Yo ya cumplí más de 10 y ni me hago fiesta, ni me compro pastel, ni ando diciéndolo por ahí”. Rápidamente salí de la oficina. Así seguí. Entregaba viernes tras viernes una nota escrita en mi vieja IBM 196C con corrector integrado. Y poco a poco me atreví a permanecer en la oficina del señor Batis para disfrutar –de veras que sí– la maravilla de los viernes. Mi hija Eugenia creció entre libreros y archiveros del señor Batis. Entre personas y personajes. Juntos asistíamos a presenciar los recuerdos de Fernando Benítez. Las correcciones de Sábado con Víctor Villela y Rocío Barrionuevo. Los apoyos de su secretaria Aída. La entrega de colaboraciones de Sandro Cohen, Josefina Estrada, Margarita Peña, Ecko, Manuel Aceves, Alberto Ruy Sánchez, René Avilés Favila, Federico Patán, Raymundo Ramos, Miguel Ángel Díaz Monge, Guillermo Fadanelli, Pura López Colomé, Alejandro González Acosta, Ignacio Trejo Fuentes (a quien debo algo muy personal), Nahief Yehya, Enrique Osorno, Fernando Curiel, José María Muriá, Marco Antonio Campos, Beatriz Espejo, José de la Colina, Gonzalo Valdez Medellín, Emanuel Carballo… Y, entre otros muchos más, de mi ídolo infantil Enrique Alonso Cachirulo.
También presenciábamos la entrega de notas de Eduardo Cervantes, Luis Hernández, Jorge Hernández Campos, Axel Didriksson, Julio Moguel, Teresa Losada, Carlos Perzabal, Miguel Rico. En fin de tantos y tantos que hoy mismo seguramente siguen teniendo gran reconocimiento hacia Huberto Batis. Ahí –por cierto– Eugenia y yo presenciamos las visitas de quienes ocuparían el Diván de Sábado, casi desde el día de la foto de las piernas de charamusca
, como dijo Huberto. Vimos llegar a Meche Carreño, Edith González, Paty Manterola, Bibi Gaytán y muchas más. Y a quienes proporcionaban elementos
para el Desolladero.
Durante años fuimos testigo del amor y la pasión por su trabajo. Del amor por sus hijos. Por Ana Irene su hija, que se nos adelantó. Por Patricia su compañera. De su afecto –y profundísimo respeto– hacia amigos y autores. De su exigencia sin límites –siempre agradecida– con textos de cuentos, pequeños ensayos, poemas, crónicas, relatos. De su fidelidad sin límites de viernes alguno a la amistad con Juan García Ponce. Asimismo con muchos –muchísimos– escritores, ensayistas, poetas, cronistas, que realmente le tenían –le tienen y le tendrán siempre– un respeto, una admiración y un afecto inconmensurables. De nuevo. La generosa crónica de Alondra Flores en La Jornada da razón de ello. Como doy razón de ello porque, efectivamente, llegué a tener un afecto que nunca imaginé, ya no al señor Batis, sino al querido, queridísimo y admirado Huberto… el de Guadalajara, el del noviciado jesuita de San Cayetano, el recomendado por Agustín Yáñez ante Nabor Carrillo, Alfonso Reyes y Margaret Shedd. El mismo de Cuadernos del Viento y Lo que nos dejó…El de Por sus comas los conoceréis
, el guardián
de Fernando Benítez, el de su hermosa vida en Tlalpan y Cuernavaca. Por eso –como decía mi madre– vaya mi reconocimiento hoy, en vida Huberto, en vida. El de mi esposa y mis hijos. Muchas gracias por todo. De veras.