mmanuel Wallerstein ve una reanimación de la izquierda a escala mundial, basándose en el triunfo de Justin Trudeau en Canadá; en la victoria de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista británico, o en la existencia de un nuevo gobierno australiano. Estos cambios en el Commonwealth son saludables, pero Trudeau es liberal –en el mejor sentido de la palabra–, no anticapitalista; Corbyn expresa solamente una tendencia radical en un partido burgués de origen obrero que trata de recurrir a sus orígenes para no ser barrido completamente del panorama político y Australia depende demasiado de su comercio con China, lo que explica sus reticencias en las relaciones con Londres y Washington.
A mi juicio, no se puede hablar de una reanimación de la izquierda anticapitalista cuando no hay grandes movimientos antisistémicos ni en Europa ni en América y cuando aquélla prácticamente no existe en Rusia, donde Putin lleva a cabo una política que mezcla los restos del zarismo con los del estalinismo, ni existe sino en pequeños núcleos en China, cuyo gobierno se dedica con ahínco a construir un capitalismo moderno.
¿Cuál reanimación
puede haber cuando en Alemania se refuerza Angela Merkel; en Francia el primer partido es el Frente Nacional lepenista (con el cual, dicho sea de paso, Putin tiene relaciones privilegiadas); en Europa central y en Escandinavia predominan las fuerzas ultraderechistas y crecen los nazis; en España sigue siendo mayoritario el franquista Partido Popular de Rajoy, y en Italia no hay izquierda, pero sí derecha fascista o fascistizante, por no hablar de lo que sucede en Argentina, en Brasil, en Venezuela misma, y de los problemas gravísimos que enfrentan todos los gobiernos llamados progresistas
de América Latina?
Ni siquiera en los años treinta, entre las dos guerras, los movimientos que se declaran anticapitalistas estuvieron tan débiles y tan aislados. Hoy la derecha avanza por doquier, mientras en 1934 los obreros socialistas y comunistas impusieron su unidad clasista y aplastaron en la calle a los clerical-fascistas. En los años 34-39, con la insurrección de Asturias y el gobierno de izquierda de 1936, el pueblo español combatió a la monarquía fascista, en Chile y en Brasil los obreros aplastaron al fascismo en la calle, en Argentina crecieron enormemente las huelgas y los sindicatos, en Cuba los estudiantes y el pueblo derribaron la dictadura de Machado.
Elemento fundamental de esas resistencias fue la esperanza en la posibilidad de una salida anticapitalista a la crisis y la existencia de un movimiento obrero de masas anarquista, socialista, comunista que hoy no existe, pues fue primero castrado y finalmente destruido por las políticas de los partidos socialdemócratas y comunistas que culminaron con las transformaciones de las burocracias estalinistas rusa y china en millonarios capitalistas, mafiosos y corruptos.
La derecha crece cuando logra ganar terreno ideológico en los desocupados desesperados y los sectores más atrasados de los trabajadores y las clases medias pobres, que se unen en torno de la minoría de grandes capitalistas o de un grupo de advenedizos y aventureros al servicio de éstos.
La izquierda crece –en cambio– cuando se mide y se ve a sí misma pesando en las luchas antisistémicas, no cuando se institucionaliza y se adapta al juego electoral tras someterse al Estado capitalista siguiendo a una dirección plebeya progresista
que no quiere ni puede salir de los marcos del sistema.
Evo Morales no fue el creador de la izquierda social boliviana: fueron las luchas masivas por el agua y por el gas y las movilizaciones campesinas e indígenas las que expulsaron a Sánchez de Lozada e impusieron elecciones en las que ganó Evo sobre la base de la nueva relación de fuerzas sociales que después permitió derrotar el separatismo y las maniobras de la derecha. Hugo Chávez no creó el chavismo. Simplemente canalizó, con su voluntad revolucionaria y su negativa a rendirse, la exigencia informe de un cambio social que había originado el Caracazo y que después se organizó para liberar al presidente Chávez derrotado y detenido. Incluso el triunfo electoral de Kirchner fue posible sólo por la sangrienta movilización de diciembre del 2001 que obligó a huir en helicóptero a un presidente de la Unión Cívica Radical.
Los gobiernos progresistas
–al subordinar los movimientos sociales al Estado y al aceptar las reglas del establishment queriendo aparecer sensatos
y ganar el apoyo electoral de sectores conservadores– destruyen no sólo su base social sino también la conciencia política de la misma, como la griega Syriza y el español Podemos. Ellos difunden una ideología que castra a los trabajadores. El kirchnerismo lo hizo al sostener que no existen las clases (¡en un país donde las clases dominantes tienen una clara y brutal conciencia de clase!) y Lula y la dirección del PT porque creían que, con tal de gobernar, era lícito prescindir de la ética, tener políticas conservadoras y entrar en cualquier componenda para comprar una mayoría.
Sin la lucha contrahegemónica de las izquierdas anticapitalistas en el campo político y cultural, la derecha dominará ideológicamente sin trabas. Son las carencias de las izquierdas las que hacen crecer las derechas, es la falta de independencia frente al Estado capitalista y a sus gobiernos progresistas
lo que desarma y desmoviliza a los trabajadores, lo que les impide barrer a las burocracias sindicales agentes del capitalismo, autorganizarse, crear poder cotidianamente desde abajo, desarrollar sus capacidades e iniciativas. Los gobiernos que, como el venezolano, creen poder llevar una lucha contra el imperialismo y la derecha sólo con el aparato estatal y sobre todo las fuerzas armadas y mucha retórica nacionalista, preparan su pérdida. Los instrumentos del capitalismo –y el Estado actual es uno de ellos– son débiles e insuficientes para la lucha contra el gran capital. Si quieres democracia, lucha por la revolución social.