i encuentro contigo señala la fusión, la consumación de una experiencia de excepcional intensidad que corresponde a la vitalidad interior que promueves y tanto asusta. No hay diferencias sino identidad, identificación entre los dos, pero confusión entre dos. Fusión en la que se pierde la distancia con el deseo y el cumplimiento de esa presencia imposible de toda imposibilidad.
Pureza interior que se torna éxtasis, en instantes en que me siento transportado fuera de las apariencias. Vacío abierto del deseo en que pierdo la diferencia entre tu imagen y las cosas, lo imitante y lo imitado, y un sobrecogimiento inunda de manera inusitada una sensación de plenitud que en segundos se transforma en brutal vacío.
En que desapareces y ya no existe percepción. Sólo me queda el sueño; huellas, anuncios, recuerdos. Iluminación que me llega de manera excepcional y breve y paga la factura, carísima, del dolor en el reino de las sombras, estado de agotamiento interior, difícil de definir. Transfiguración que descubre la experiencia profunda de la soledad, intenso desconcierto que me supone el anuncio del regreso a la rutina, desgarrado y melancólico.
Depresión por la pérdida de la exaltación de mí mismo, vestimenta de colores. Narcisismo que se vuelve casi insoportable y brusco. Imagino y planeo el regreso a instantes extraordinarios de fusión. Sin ellos el futuro parece dejar de tener sentido, al sentirme abandonado, rechazado por ti y amenazado por una desolación espiritual. Operación que introduce confusión entre los contrarios
tuyos y míos, y tiene lugar entre esos contrarios
. Palabras para no decir que parecen simples, no refieren a ningún significado que acepte y valore sólo en esos términos: crisis que se torna confrontación de las contradicciones. Aparición de la demanda del diálogo universitario que semeja el efecto del verso XIV de Mallarmé: el escribirlo borra los anteriores.
Me hundo en el tedio, en la aburrición, enfermedad de los solitarios. Vacío endemoniado, no poder entrar en tu caverna, gruta natural, profunda y oscura, forma de bóveda. Lugar de la poesía que se convierte en conocimiento pagado a precio de vida por la pérdida del absoluto que busqué en la religión, la política, el arte y las ciencias, las humanidades luego en ti, muchos ti
, antes de ti, y es el último grado de conciencia de la pérdida materna primera, nunca reparada.
Variedad insigne de la decepción y el conocimiento que se torna interesante por ser promotora del entusiasmo, al verme confrontado con el fracaso y la desilusión, que me permitieron (creo) ver lo esencial, la pérdida primera, encubierta de millones de formas, huellas, recuerdos, especie de tejido, telaraña, que entretejió sus hilos con todos los gases, velos, hilos, plumas, recogidos de pliegues de indecibilidad, de ciclos pasados, pero vivos, vértigos de expresión pasional en el ritmo de la espiral del movimiento de la telaraña, lento pero consistente, en cruces especiales y luminosos que se bifurcan en la paradoja: fusión-vacío.
En el recuerdo las palabras de Mallarmé: No hay que nombrar las cosas, no hay que señalarlas simplemente y decir esto es un vaso, esto es un papel, aquello es luz, esto es un rostro. Hay que sugerirlas, hay que hacerlas sospechar. Cuando uno hace que las cosas estén presentes por ausencia, es cuando las cosas están
.
Termino con otro verso de Mallarmé:
“Esponsales
en los que el velo de la ilusión resalta
su acechanza
de modo que el fantasma de un gesto
zozobrará
encallará
no abolirá locura.”