l escritor y periodista francés Franck Maubert tardó tres años en conseguir su primera entrevista con Francis Bacon; su libro apareció en 2009 y fue traducido y publicado en 2013 por Acantilado, una de las más importantes editoriales que aún subsisten –¿subsistirá?– con independencia en este mundo neoliberalizado y cuyo magnífico catálogo fue conformado por el erudito y profesor Jaume Vallcorba Plana, desgraciadamente fallecido hace muy poco.
El libro de Maubert se titula El olor a sangre humana no se me quita de los ojos: conversaciones con Francis Bacon (2013): la pintura de Bacon, dice el escritor, se engancha a ti, vive en ti, contigo, es un tormento que se aferra y no te suelta jamás
, pasión que contagia, basta comprobar los altísimos precios que han alcanzado las obras de este pintor, por ejemplo el tríptico dedicado a Lucien Freud, el precio más elevado que hasta ahora se haya pagado en una subasta por una pintura.
Bacon no sólo era un gran artista, era todo un personaje. Es evidente que su pintura y su personalidad fascinaban –a mí me archifascina, lo confieso– y son muy numerosos los libros dedicados a él, por ejemplo los de Michel Leiris y Gilles Deleuze, o los de los diversos otros autores que lo entrevistan, como Marguerite Duras, David Sylvester, Michel Archimbaud, para sólo mencionar unos nombres.
Bacon era un gran conversador; me recuerda a Borges, no en sus preferencias, sino en su capacidad de verbalización, natural (¿?), supongo, en un escritor y menos común en un artista plástico. Afirmaba que sus obras provenían sobre todo de Velázquez y como ejemplo notable estaría la serie de más de 40 cuadros donde se destruye (¿o de(s)-construye?) el retrato del papa Inocencio X, pinturas que anticipaban de manera impresionante la imagen que tuvimos del papa Juan Pablo II, cuya última aparición en público reproducía esa mueca de terror tan frecuente en los cuadros del pintor inglés, como me comentó hace tiempo un amigo. Aún más, las referencias pictóricas a las que alude Bacon –sobre todo en las maltratadas reproducciones fotográficas que cubrían los muros y el suelo de su último estudio– son a menudo las mismas imágenes que perseguían a Picasso, a Grünewald (en especial las crucifixiones), Tiziano, Rembrandt, Poussin, Goya, Ingres.
“Pero Velázquez… Velázquez es otra cosa, estoy obsesionado con Velázquez”, le explica a Maubert, cuando éste le pregunta por Goya. “El arte enriquece la vida, la existencia. Estaba en Madrid solo, con un amigo. En el Prado había una huelga, pero una mujer nos dejó entrar. Y estuvimos solos delante de los Velázquez, sin todos esos japoneses. La restauración de Las meninas ha sido un gran éxito. Fue algo Magnífico. ¿Sabe, Franck?, estoy obsesionado con Velázquez…”
Bacon nunca quiso contemplar directamente ese cuadro en particular, a pesar de que estuvo a unos cuantos pasos de la Galería Doria Pamphili que lo alberga en Roma.
(Yo acabo de admirar ese retrato, en la exposición que el Grand Palais de París le dedica a Velázquez este año.)
Cuando hice mi primer papa no me salió como quería
, vuelve a confesarle a Maubert… “En aquel momento lo que quería hacer era la boca. Sólo la boca del papa gritando… La idea de un papa en movimiento me vino de la acción… Al principio me interesé en la boca, sólo en la boca. Todo el interior, sus formas y sus colores. Tenía aquel libro de las enfermedades de la boca y quería tratarla como una puesta de sol de Monet…!”
Cuando estuvo en Roma, enviado por el rey Felipe IV de España para adquirir obras de arte de los artistas italianos más afamados, Velázquez pintó el cuadro; al verlo terminado, el Papa sólo hizo un comentario: es demasiado verdadero
.
Casi no existe ningún otro pintor que le otorgue tanta importancia a los dientes, sobre todo para representar el grito ¿y cómo representarlo, si no es con la boca abierta?
(Obviamente en el cuadro original, el Papa tiene la boca cerrada).
Twitter: @margo_glantz