Opinión
Ver día anteriorMartes 3 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un nuevo ciudadano, un nuevo desarrollo
E

n mi entrega anterior formulé algunas notas sobre el surgimiento del individuo-ciudadano que se configuró con la modernidad capitalista. La divisa más conspicua que acompañó a esa configuración fue sin duda: igualdad, libertad, fraternidad. Las comunidades que vivieron en el amplio espacio del ancien régime estaban formadas por personas heterónomas, células de una unidad que era precisamente la comunidad. Por contra, conceptualmente los individuos son autónomos por antonomasia. Este nuevo individuo autónomo, y la disolución de la comunidad de la que antes era un átomo, no obstante, no podía quitarle su carácter social. Las robinsonadas son eso, y los indiviudos están obligados a vivir en sociedad. Pero ahora no los hace permanecer juntos la tierra, Tonantzin, Gaia o Pachamama; sino una declaración de voluntad (o de voluntad), nacida de la necesidad. Nos hace permanecer juntos el Estado con el que nos confundimos, al que el austriaco, filósofo y jurista Hans Kelsen identifica directamente con el Derecho. La igualdad a que hace referencia la divisa aludida apunta precisamente a la igualdad de los individuos-ciudadanos frente a ley.

Mejor que nadie, Marx mostraría que la ley mercantil que reina en el régimen capitalista de producción, y que se rige por un contrato de intercambio entre iguales, encubre una relación de desigualdad en el duro espacio de los hechos económicos. El descubrimiento del plusvalor o plusvalía, amputa casi íntegramente los otros dos componentes de la divisa reina de los nuevos individuos-ciudadanos: la libertad y la fraternidad.

Desde sus primeros años los menos iguales debieron luchar de mil maneras frente a los nada fraternos. Décadas y siglos de luchas, sin duda mejoraron la calidad de vida de los menos iguales (los asalariados y los campesinos), especialmente en los países industrialmente desarrollados. Pero en el largo plazo capitalista (ya lo documentó con vastedad Thomas Piketty) la desigualdad abrió una brecha inconmensurable, que aceleró sus brutales destrozos, con la taimada, bellaca, inhumana maquinaria de la globalización neoliberal. Así nació el movimiento Ocuppy Wall Street y su imagen-símbolo de 1%.

Marx creyó, recordaba en mi entrega anterior, que adonde llegara el capital disolvería a las comunidades y sus relaciones internas, y ese espacio social pasaría a ser ocupado por las relaciones capitalistas. Las relaciones mercantiles, los empresarios dueños de los medios de producción y el mercado de fuerza de trabajo. No ocurrió tal cosa. La construcción del sistema colonial –ya por los españoles y sus colonias de conquista, ya por ingleses, irlandeses, otros noreuropeos y unos pocos mediterráneos (que crearon Estados Unidos, Canadá y otros espacios)–, fue en gran medida la partera del capitalismo. Las colonias de poblamiento prosperaron con rapidez porque no traían en las espaldas el peso histórico de la aristocracia. El capitalismo floreció ahí con relativa facilidad.

En las colonias de conquista, avanzó un modo de produccion original que, internamente, no era ni feudal ni capitalista, pero que vivía dentro del marco dominante del capitalismo internacional capitalista. Las unidades poblacionales y productivas eran enormes encomiendas dentro de las cuales se ubicaban pueblos, haciendas y ranchos, en los que sus pobladores constituán en gran medida un peonaje por deudas: una forma de extracción del excedente distinta de los siervos medievales europeos. En México, las reformas liberales abrieron las puertas a una mayor y mejor expansión de las relaciones capitalistas, aunque fue un proceso dilatado. Puede decirse que es hasta el régimen de Lázaro Cárdenas que queda más o menos establecido un mercado de fuerza de trabajo, sin el cual las relaciones capitalistas no habrían podido desarrollarse.

Como en otros países de América Latina, el desarrollo mexicano consistió en la formación de una sociedad privilegiada de alto consumo que en el estrecho marco de sí misma prosperó cada vez más intensamente en medio de una sociedad de infraconsumo. Los términos en itálicas pertenecen a Raúl Prebisch y habló de ellos por primera vez en 1979. La desigualdad socioeconómica creciente que ha sido el signo del tempo mexicano, lo ha sido también, ahora, de la mayor parte del planeta. Esos son los resultados efectivos de una sociedad que se ha llamado a sí misma democracia liberal. En los años ochenta, México reconoció, sin decirlo, que estaba fuera de esa democracia liberal, y que había sido gobernada por el populismo. Hayek había hecho una aggiornamento del liberalismo en los términos que el capitalismo de la fin de cycle reclamaba, y que pudo ser fácilmente instrumentado a nivel planetario, incluido solícitamete, México. En términos periodísticos ha sido llamado neoliberalismo.

Los gobernantes mexicanos están profundamente persuadidos de las bondades del neoliberalismo, que nos está llevando a una catástrofe económica, social y ecológica.

Este capitalismo de compadres y de feroz desigualdad debe ser atajado por la gradual conformación de un nuevo ciudadano y un nuevo desarrollo. Los gobernantes de hoy ven en este terrible desastre social, tan sólo una falta de mayores dosis de su misma medicina. La corrupción que tiene atrapado al país –como a muchos otros– ha de ser superada. El neoliberalismo de hoy viene acompañado de un individualismo irracional que alimenta sin cesar la sed corrupta por ingresos y riqueza a como dé lugar; ha traído consigo asimismo un consumismo desaforado que quisiera haber deglutido el planeta para pasado mañana. Un nuevo ciudadano humano, un nuevo ciudadano fraterno, un nuevo ciudadano libre (no liberal capitalista) requiere la humanidad y el planeta.