ace varios años llegué a Tabasco a visitar a mis amigos entrañables para celebrar la llegada de su segunda hija. Conocerla era una ocasión festiva. Al cruzar el umbral de ese hogar lleno de calor supe que algo fuera de la cotidiana norma de esas ocasiones sucedía. La hermosa recién nacida tenía una coloración distinta en su piel. Sus padres acababan de llegar de visitar a su pediatra y, de urgencia, preparaban un viaje a la ciudad de México para enfrentar lo que en esa época era una rara, por apenas conocida, enfermedad. La entereza con la que mis amigos hacían frente al difícil primer diagnóstico era contagiosa. No había tiempo que perder y, con la misma, me embarqué de regreso a la ciudad de México para adelantarme y tratar de indagar sobre un médico que pudiera afrontar la oscura nube que significaba el padecimiento.
El azar, siempre lleno de luz, puso en el camino a un médico, sabio, lleno de segura claridad. Con convencimiento profesional y sin condescendencias, confirmó el diagnóstico del joven pediatra provinciano y la urgente necesidad de practicar una operación en la que un altísimo porcentaje jugaba en contra de la bella de dos meses. Una fibrosis quística en el colédoco –que es el pequeño conducto que une el hígado con la vesícula biliar– ponía en peligro su vida. La operación se realizó de inmediato. Valiente como pocas, la niña nos regaló a todo su entorno una lección de fuerza al luchar y luchar por su vida con tranquilidad y enorme fortaleza. En su recuperación, durante meses que se hicieron años, el equipo que la trató y le dio seguimiento clínico otorgó una lección de calidez como pocas he visto a lo largo de mi vida.
Hoy esa niña es una joven mujer llena de vida, alegría, fuerza, inteligencia y belleza. Jaime Nieto Zermeño, el médico que tuvo en sus manos la vida de esa pequeña, es hoy el director médico del Hospital Infantil de México Federico Gómez donde, al operarla hace 23 años, le otorgaron viabilidad a su existencia. Allí, en ese hospital que es joya del servicio de salud pública de nuestro país, aprendí una de las formas más acabadas de la muy alta calidad de la medicina universal y del humanismo.
Desde ese entonces un grupo muy compacto de médicos, que ejerciendo sus diversas especialidades ha crecido junto, comparte un conglomerado de prendas en su actuar profesional y en su visión de servicio público que los hace ejemplares en muy amplios aspectos: calidad mundial a toda prueba, generosidad para compartir hallazgos en artículos y congresos, imaginación para enfrentar carencias, desprendimiento para formar a nuevos médicos, sencilla humildad, y una grandísima humanidad para relacionarse con sus pacientes.
Uno entre ellos recibirá en unos días el Premio Federico Gómez. Sí, Vicente Cuairán Ruidíaz ha sido galardonado con la máxima distinción que se otorga a quienes ejercen la medicina infantil en México. Como cirujano maxilofacial ha entregado sus conocimientos y su amor a niños y niñas que acuden al Hospital Infantil de México desde hace más de tres décadas y, desde hace 23 años, es el jefe del Departamento de Estomatología. Allí forma parte medular de este equipo de médicos que hacen de su vocación una tarea ejemplar del servicio público.
Vicente Cuairán Ruidíaz realiza su cotidiano trabajo de servidor público enarbolando como bandera la libertad por el saber para hacer mejor la vida de los hombres y mujeres de México. Sabe que al estar cobijados en ese estandarte se obtienen las mejores consecuencias en las maneras en que convivimos, en las estrategias con las que buscamos satisfacer las aspiraciones de bienestar para alcanzar el goce en nuestros días. Influye en la persona en su escala más humana, tiene un impacto en la justicia social, genera más igualdad de oportunidades y hace de México una nación más viva, más justa y más libre. Porque la honestidad para realizar el servicio público en libertad también nos hace libres a todos: libres para hacer el bien. Su acción en el servicio público lo lleva a impulsar una práctica médica que se articula a la vida diaria de las comunidades, a su capital social y a sus procesos de felicidad.
Es un hombre generoso. Siempre está dispuesto a compartir su sabiduría. Así, una de las citas más importantes de la semana es con sus jóvenes estudiantes de licenciatura. Bibliófilo, impulsa la vida de la Fundación Felipe Teixidor y desde allí le otorga existencia a la edición de libros que de otra manera no verían la luz. Su erudición al respecto de compositores, puestas en escena e intérpretes de la historia de la ópera es, quizá, inigualable. Para él, su familia es faro en los caminos de sus días.
En la inédita trascendencia social de las virtudes de Vicente Cuairán Ruidíaz se expresa una absoluta humanidad. Se expresa un compromiso con la cultura médica como expresión del humanismo. Sus afanes cotidianos nos invitan a permanecer en los universos de la vida en los que se requiere trabajar, con ética y en libertad, para ayudar a construir alguna certidumbre. Con su trabajo en el Hospital Infantil de México, estoy seguro, regala sonrisas a niñas, niños y a sus padres. Al recibirlo, Vicente Cuairán Ruidíaz honra al Premio Federico Gómez y a la ciencia médica de México.
Twitter @cesar_moheno