n un reciente artículo, William Nordhaus, profesor de economía de la Universidad Yale, discute las premisas de la encíclica Laudato Si’ del papa Francisco sobre el medio ambiente y el capitalismo. En él se expone sucintamente la postura de muchos académicos y funcionarios públicos con respecto al papel de los mercados en la economía, y en especial con respecto a las políticas energéticas y de preservación ambiental. (The New York Review of Books, 8 de octubre, 2015).
Se propone en ese artículo la centralidad de los mercados para determinar la asignación de los recursos y la distribución de los productos y servicios entre los consumidores mediante el mecanismo de los precios. Este punto, así expuesto, no puede ser desechado a priori. Destaca el autor la postura que sostiene que el mercado, en efecto, tiene límites, pero estos son externos y están dados principalmente por la tendencia a distorsionar los incentivos y generar ineficiencias y hasta reales situaciones de peligro derivadas del libre mercado
. Este modo de pensar ha arrinconado mucho del pensamiento económico más ortodoxo.
Dichas distorsiones provienen de las condiciones de la competencia entre las empresas, o sea, las famosas imperfecciones que se amontonan al modelo ideal del mercado, del control de los recursos de financiamiento y de modo protagónico a las intervenciones del gobierno en materia de regulación. En términos del medio ambiente una de las principales fallas del mercado
sería lo que se llaman externalidades, que se manifiestan, por ejemplo, en el deterioro del aire que se respira o la calidad del agua que se usa. En México sabemos bien de qué se tratan estos asuntos.
Es curiosa la manera en que Nordhaus plantea el papel de los mercados para tratar las cuestiones de la contaminación, la preservación de la biodiversidad y la eficiencia en el uso de los recursos. Curiosa, sobre todo, cuando de lo que trata es de la encíclica papal. Dice al respecto que: “Para comprender los problemas del medio ambiente… se requiere una comprensión de los mercados. Los mercados pueden hacer milagros cuando funcionan propiamente, pero ese poder puede ser subvertido y hacer el equivalente al trabajo del diablo cuando se distorsionan las señales de los precios”.
Puede pensarse que el uso de estas expresiones sea una manera pretendidamente ingeniosa de dialogar con la encíclica, o incluso una forma de ironía. No importa. La fe en su lugar y el mercado en el suyo. De la misma manera que los huracanes a la climatología y a la orografía, sin confundirlas con los rezos. O es que regresaremos al estado anterior al pensamiento de Spinoza en el siglo XVII.
En todo caso, Nordhaus hace una propuesta normativa con respecto al quehacer de la economía en general que va, entonces, más allá de la materia tan relevante propuesta en la encíclica. Para el profesor, la economía moderna como materia de estudio juzga el desempeño de una economía conforme a sus logros con respecto a tres objetivos generales
. Esto se plantea con las siguientes preguntas: ¿Se produce de modo eficiente y se expande la cantidad y calidad de bienes y servicios disponibles a los precios adecuados? ¿Se distribuyen equitativamente los recursos entre la población? Y, ¿funciona la economía sin un alto nivel de desempleo o sin una inflación ruinosa?
El argumento vira de inmediato a considerar los aspectos morales de la actividad económica, que involucran a las principales cuestiones asociadas con el funcionamiento de los mercados privados
. En esta visión, los mercados cumplen la función de coordinar a individuos que persiguen distintos fines y cuentan con diversos recursos mediante un sistema de precios, salarios y ganancias. La nota normativa aquí es clara: los mercados “han probado ser un poderoso motor del crecimiento en los estándares de vida en todo el mundo. El caos de la vida diaria sin un funcionamiento terso de los mercados fue vívidamente ilustrado… cuando se cerró el sistema bancario de Grecia” hace unos meses. La pregunta que me imagino que debió hacerle algún alumno avispado es si antes de ese cierre la economía estaba en jauja.
El asunto de los mercados y de su relación con las condiciones generales del bienestar de las poblaciones en diversas partes del mundo y dentro de los distintos países es un asunto que va más allá del campo en que se ha ido restringiendo el pensamiento de los economistas. Tiene elementos positivos y otros que no lo son. Es materia de un tratamiento más de orden antropológico. Se ha convertido en una plataforma de pensamiento y de trabajo técnico, cuyas aspiraciones van mucho más allá de sus capacidades.
En materia ambiental, que es el tema que sirve de pretexto al artículo de Nordhaus, los precios y la asignación de recursos, así como la conceptualización de los mercados y de las políticas públicas juegan un papel, pero claramente no es el único. A todo esto le falta política, o le sobra, según sea la perspectiva.
La crisis económica que aún no se supera luego de más de siete años de duración no ha cambiado el modo de pensar de los economistas con más influencia en la política pública, en los organismos internacionales y en las escuelas. Entre Francisco I y Nordhaus no parece que se haya establecido un diálogo fructífero en materia del medio ambiente, de la protección del planeta y de sus muy variados ocupantes.